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No crucen nadando, les dijeron. Óscar y su niña tenían pánico y no oyeron. Se lanzaron al río…

Xiomara Mejía, otra migrante centroamericana, explicó a la familia de Óscar Alberto Martínez Ramírez que no podrían agregar sus nombres a la larga lista de familias que esperan para solicitar asilo en Estados Unidos hasta el lunes.

“Ellos me dijeron, ‘¿Usted no ha intentado cruzarse el río?’”, señaló Mejía. “Nosotros les decimos que no, por los niños más que todo. Yo no sé nadar y mis hijos sí, pero igual manera no lo voy arriesgar”.

Por Christopher Sherman y Marcos Alemán

MATAMOROS, México (AP) — La joven familia  de El Salvador apareció en la ciudad fronteriza de Matamoros  durante el fin de semana con el miedo ya en sus caras.

Fueron al puente del centro de la ciudad que lleva a Brownsville, en Texas, donde Xiomara Mejía, otra migrante  centroamericana, explicó a los recién llegados que no podrían agregar sus nombres a la larga lista de familias  que esperan para solicitar asilo en Estados Unidos hasta el lunes.

“Yo les noté a ellos muy nerviosos, asustados”, dijo. “Tenían pánico en su rostro”.

“Ellos me dijeron, ‘¿Usted no ha intentado cruzarse el río ?’”, señaló Mejía. “Nosotros les decimos que no, por los niños más que todo. Yo no sé nadar y mis hijos sí, pero igual manera no lo voy arriesgar”.

Mejía llegó a Matamoros  desde Honduras con sus esposo y sus tres hijos el 8 de mayo. El miércoles tenían apenas dos familias  por delante para presentar su pedido de asilo ante el Gobierno de Estados Unidos, dijeron. Su viaje comenzó en marzo en San Pedro Sula, la segunda ciudad de la violenta Honduras.

Tras la conversación, la familia salvadoreña dijo que regresaría el lunes, contó Mejía.

“No pensé que iban a tomar la decisión de  cruzar el río “, dijo el miércoles.

El domingo, no muy lejos de ese puente, la familia cruzó  una popular senda para ir en bicicleta y correr y descendió por una pendiente a través de la maleza hasta la orilla del río Bravo. Cerca de allí había habido partidos en los campos próximos al río e incluso una clase de yoga al aire libre.

El río no parece ancho en esa zona, tal vez unos 15 o 25 metros (cerca de 20 o 30 yardas), pero la vegetación que arrastra la corriente pasa rápido.

Óscar  Alberto Martínez Ramírez, de 25 años, y su hija de 23 meses, Valeria , también fueron arrastrados. Sus cuerpos se recuperaron el lunes en la mañana, tendidos boca abajo en la orilla unos cientos de metros (yardas) río abajo, una desgarradora escena capturada en una fotografía en la que la niña está metida dentro de la camisa de su padre para protegerse.

Se espera que la esposa de Martínez, Tania Vanessa Ávalos, de 21 años, acompañe a los cadáveres de vuelta a El Salvador el jueves.

Martínez compartía una humilde vivienda de paredes verdes y con barrotes en las ventanas en San Martín, en las afueras de la capital, San Salvador, con su madre, su esposa y su hija.

En el vecindario de clase obrera de unos 40 mil habitantes donde vivían, Martínez trabajaba en una pizzería y Ávalos era cajera en un restaurante de comida rápida, explicó su madre, Rosa Ramírez.

La zona ha sufrido violencia pandillera pero estos días está más calmada, dijo la mujer, agregando que su hijo nunca estuvo involucrado con bandas y que se fue por razones puramente económicas.

Ramírez contó que les había cedido la habituación grande de las dos que tiene su vivienda, pero ellos ansiaban ahorrar para tener su propia casa, y ese sueño los llevó a poner rumbo a Estados Unidos a comienzos de abril.

“Yo le decía ‘Hijo, no se vayan, pero si se van déjenme la niña’”, recordó Ramírez.

“Y él me decía ‘No mamá, ¿cómo te vas a poner a pensar que te la voy a dejar?’. Él no tenía el valor de dejarla”.

Ahora siente que su “vacío no lo puede llenar nadie, pero Dios me da fortaleza”.

La región fronteriza entre Estados Unidos y México es desde hace mucho tiempo una zona peligrosa para quienes que intentan ingresar a territorio estadounidense entre los puertos de entrada oficiales, desde las rápidas aguas del río Bravo hasta el calor abrasador del Desierto de Sonora. El año pasado, 283 personas muriendo tratando de cruzar, y se desconoce el dato para lo que va de 2019.

El domingo, Martínez decidió emprender ese viaje, cruzando con Valeria a nado desde Matamoros hasta la otra orilla del río Bravo en Texas, donde la dejó en la ribera y comenzó el trayecto de regreso para ayudar a su esposa. Cuando lo vio alejarse, la niña se lanzó al agua. Martínez volvió a por ella, pero la corriente los arrastró a los dos. Ávalos resultó ilesa.

La mujer está en shock y no hablará con la prensa, explicó Enrique Maciel, delegado regional del Instituto Tamaulipeco para los Migrantes. Cubiertos con sábanas blancas, los dos cuerpos fueron colocados en una camioneta de la morgue para su trasladado a una funeraria.

“Ella está afligida. Ella está sufriendo. Es un sueño que ellos tenían de salir adelante como familia los tres y regresa ella sola con los cuerpos de su familia”, comentó Maciel.

La noticia de los decesos, y la impactante foto, repercutieron entre aquellos salvadoreños que sopesan la posibilidad de viajar al norte como parte de la oleada de migrantes de ese país, Guatemala y Honduras, que buscan escapar de la violencia y la pobreza.

n el chat de un grupo de salvadoreños que piensan organizar una caravana migrante _ un fenómeno que exasperó al Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el año pasado, pero que prácticamente ha desaparecido luego de que las autoridades migratorias mexicanas comenzaron a implementar medidas más estrictas _ algunos de sus miembros tuvieron una fuerte discusión sobre los peligros del trayecto y si es correcto que los padres lleven a sus hijos con ellos.

“Si uno va para allá, no tendría que llevar niños, porque el ir para allá es arriesgarse a todo y un niño no está preparado para eso”, decía uno de los mensajes del chat, en el que señalaban que los menores deberían quedarse con familiares en casa.

Alguien respondió: “Lo que pasa es que es más fácil que les den ayuda con niños”.

“Pero eso es si logran llegar hasta allá… y esa ayuda se las deberían de dar cuando van en el camino. Pero no, en el camino no hay ayuda para ningún niño, y ahí es cuando más se necesita”, contestaron.

A los activistas migratorios les preocupa que las personas se vean forzadas a tomar más riesgos por las recientes políticas estadounidenses, como la “dosificación” que reduce drásticamente el número de migrantes a los que se les permitirá solicitar asilo, o la de enviarlos a México para que aguarden ahí a que se procesen sus casos, lo que podría tomar meses, e incluso años, debido a los retrasos en las cortes migratorias de Estados Unidos. En algunos puertos de ingreso, las listas de espera para solicitar asilo tienen ya miles de nombres.

En tanto, los albergues para migrantes en el lado mexicano de la frontera están desbordados y en lugares como el estado de Tamaulipas, donde está Matamoros, se sabe de la presencia de cárteles y grupos del crimen organizado que extorsionan, secuestran y asesinan migrantes.

En el puente de Matamoros el miércoles, Mejía estaba segura de que tomó la decisión correcta de soportar la larga espera para presentar su pedido de asilo, aunque ha visto como otras familias se desesperaban en este tiempo.

Tiene una hija con un tumor cerebral que necesita una operación, pero tienen familiares en Matamoros con quienes pudieron quedarse, apuntó.

“No lo queremos cruzar (el río), queremos entrar por vías legales a Estados Unidos y poner el caso”, dijo Mejía.

Por AP

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