Manuel E. Yepe
La política exterior de Donald Trump se basa en gran medida en el uso de las herramientas de que dispone el Imperio: terrorismo económico, amenazas de guerra, presión diplomática, guerras comerciales, etc.
Pero al recurrir a ellas Washington se aísla internacionalmente de sus aliados tradicionales y eleva las tensiones en el tablero de ajedrez mundial a nivel sin precedentes.
Así lo aprecia el profesor Federico Pieraccini en un ensayo que publicó el 25 de mayo la Strategic Foundation con título de Proteger al mundo del caos estadounidense no es tarea fácil (Shielding the World From US Chaos Is No Easy Task).
El bloqueo contra Cuba se ha mantenido durante 60 años con etapas más o menos intensas de agudización, junto a amenazas de guerra contra Venezuela, la R. P. D. de Corea Democrática, Siria e Irán que se repiten a diario, las sanciones económicas que implican aranceles son, en muchos sentidos, comparables con declaraciones de guerra, y pueden estar dirigidas contra países amigos o aliados de EEUU.
China y Rusia luchan por medios diplomáticos, económicos y a veces militares por promover el surgimiento de un mundo multipolar, ofreciendo a los enemigos de Washington algún tipo de escudo con que resistir los escandalosos embates de la administración Trump. Pekín y Moscú proyectan su resistencia con vistas a sus objetivos a largo plazo, dado que en el corto enfrentan la implacable hostilidad de Washington y sus lacayos.
El destino del nuevo orden mundial multipolar depende de la efectividad con que China y Rusia puedan capear la tormenta que desata Washington.
A los aliados europeos de Washington se les sanciona por importar petróleo iraní, no pueden participar en la reconstrucción de Siria, se les induce a abandonar proyectos conjuntos con Rusia (Nord Stream II); se les pide reducir las importaciones tecnológicas de China, y que no se involucren en el proyecto más grande que el mundo haya conocido, la Iniciativa del Cinturón y la Carretera (BRI). Todas estas exigencias llegan en un momento en el que Donald Trump sigue socavando el orden globalista mundial vigente en el que sus aliados habían llegado a confiar para mantener el status quo. Los aliados de EEUU son obligados a cumplir las peticiones de Washington, aun cuando ello perjudique sus intereses comerciales y, a medio y largo plazo, tengan graves consecuencias. Esta es la principal motivación de los países europeos para querer diversificar su comercio y desdolarizar sus economías.
Con una administración estadounidense fragmentada en varias facciones, cambios constantes en la estrategia y enfoque que terminan por debilitar la estatura internacional de Washington, los planificadores militares del Pentágono temen un conflicto abierto con Irán o Venezuela, más de otra cosa por razones puramente propagandísticas. La formidable potencia de fuego de Washington probablemente sería capaz de vencer cualquier defensa que Teherán o Caracas pudieran ofrecer, pero ¿a qué precio? El mito de la invencibilidad de las armas estadounidenses está siendo desafiado por las capacidades defensivas de Moscú desplegadas en Siria y Venezuela. Estas mismas capacidades están fácilmente disponibles para Teherán en caso de que Washington decida atacar al país persa. Pero la probabilidad de una guerra de este tipo es cada vez menor y los planificadores militares del Pentágono temen un escenario mucho peor para Estados Unidos porque Irán es tres veces mayor que Irak y necesitarían alrededor de 1,2 millones de tropas estadounidenses para ocupar el país de forma permanente.
Irán, además, es una de las 15 principales potencias mundiales y Washington se enfrentaría por primera vez a un oponente de altas capacidades, algo que los estadounidenses han estado tratando de evitar durante décadas, temerosos de revelar la vulnerabilidad de sus sistemas de armas como resultado de la corrupción y de decisiones estratégicas equivocadas. Los planificadores del Pentágono no tienen intención de revelar sus vulnerabilidades militares en una guerra con Irán. La pérdida del prestigio militar estadounidense también demostraría a los países que hasta ahora han estado bajo el control de Washington que este perro ladra más que muerde, lo que hace aún más difícil para los Estados Unidos intimidar a los países con la amenaza de la fuerza militar en el futuro.
Lo que parece difícil que Trump de entienda es que su política exterior está erosionando lentamente el estatus de superpotencia de Estados Unidos. Como Trump no está realmente comprometido con ninguna guerra, esto sólo llevará a un humillante retroceso.
Un compromiso de no más guerras pudiera ser una de las últimas promesas electorales a las que Trump quiera permanecer fiel.
(http://manuelyepe.wordpress.com)
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