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Internacional

No es el fin de la Historia

Pedro Díaz Arcia

El desarrollo científico responde a un proceso de desarrollo histórico, o sea, de conocimientos acumulados a lo largo de miles de años. Nada sale de la nada. Un creador no puede haber vivido en una caverna todo el tiempo rodeado de lobos, porque será uno más de la manada, enajenado de su naturaleza humana.

Las teorías científicas surgen ante el imperativo del hombre de resolver los problemas de la práctica. Según Engels, el desarrollo de la ciencia representa un proceso histórico y, como tal, tiene su fuente interna de desarrollo, que no se da sin el debate de ideas contrapuestas. Parte de la dialéctica.

Todo nuevo descubrimiento, en diferentes materias, influye, en un sentido u otro, en nuestra formación y concepciones científicas, culturales o políticas: desde el legendario matemático Pitágoras, hasta Demócrito que descubrió que el átomo era indivisible, pero fue su error; de Copérnico, con su teoría heliocéntrica a Galileo, con la terca tesis de que la Tierra giraba alrededor del Sol.

De Newton, mítico receptor de la manzana mágica con la que entró en las ciencias la Ley de Gravitación Universal, al aporte de William Harvey al mostrar cómo circula la sangre y que el movimiento del corazón, fuerza motriz del cuerpo –en un momento llegó a pensar que solo Dios conocía el secreto–, hasta el genio de Einstein, con su Teoría de la Relatividad, recién confirmada una vez más.

O las tesis de Darwin de que en la Naturaleza sobreviven los géneros más fuertes. La intención de aplicar a la sociedad las leyes concebidas en su “Origen de las especies” condujo a la limpieza étnica de Hitler para la hegemonía de una raza pura, blanca, rubia y de ojos azules, es decir, supremacista.

¡Donald Trump es un fiel creyente del socialdarwinismo!

¿Cuánto legado han dejado a la humanidad los clásicos de la Filosofía, de cualquier siglo y de cualquier ideología; del arte, la cultura y la literatura? Otra reducida y simbólica muestra de estas disciplinas haría interminable el artículo. También el recuento de la historia de nuestros pueblos en la lucha ancestral por sus derechos. Aunque es imprescindible recordar que las culturas prehispánicas de América Latina tenían una cosmovisión integral, más desarrollo científico, arquitectónico y astronómico que los emporios occidentales, cuando el encuentro de las civilizaciones; y con absoluto respeto a la Naturaleza.

Pero el mundo y la humanidad están sujetas a cambios y los descendientes de nuestras culturas originarias viven hoy en la miseria; mientras el desarrollo científico-tecnológico tiene lugar en las potencias industriales y financieras, que pueden privilegiar a sus socios; pero que no se origina en Burundi, Bolivia o Kiribati.

Sin embargo, muchos descubrimientos apuntan a la destrucción de la especie humana y no a su preservación. La globalización ha polarizado las ciencias y el desarrollo, derivado a su vez de la polarización de las riquezas; en un mundo rodeado de arsenales atómicos y mayor desigualdad.

Ante la caída de la Unión Soviética, el politólogo estadounidense, Francis Fukuyama, escribió el polémico libro El fin de la Historia y el último hombre, en 1992, en el que afirmaba que las luchas ideológicas habían concluido para dar inicio a una “democracia liberal”.

En realidad, el devenir histórico evoluciona a saltos, no en línea recta; y el fin de las luchas sociales será solo posible cuando exista un sistema político sin explotación; aunque cada cual interpreta los hechos desde sus posiciones político-ideológicas.

Pero, en definitiva, el destino de cada país debe radicar en el pueblo, sin el menor chantaje, ni la imposición de la fuerza.

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