Pedro Díaz Arcia
La democracia es un mito en una casa de espejos distorsionados. Quizá uno de los términos peor utilizados en la historia moderna de la humanidad. Hay que preguntarse: ¿democracia de quiénes y para quiénes? Se trata de un árbol que nació con el tronco torcido.
En su nombre el mundo ha sufrido crímenes de lesa humanidad. Si un gobierno puede considerarse democrático, o no, lo determinan poderes supranacionales a los que poco les importa qué principios y objetivos persigue. De no ser afín a sus intereses, serán simples dictaduras, ingenios del defecto, que es imprescindible reparar. De lo contrario, lo afincarán como parte de su extenso dominio.
Algunos se enajenan en los “ismos”, cuando en realidad para los militantes de una izquierda anticapitalista, que no renuncia a un socialismo sustentable, el valor intrínseco de un gobierno, de un partido, una asociación civil o de un movimiento político, está determinado por la voluntad de sus líderes y miembros de luchar por el bienestar de su pueblo, por la igualdad social y de derechos, así como por la solidaridad con países atenazados por fuerzas que intentan doblegarlo. Lo demás es pura retórica.
Según Paul Krugman, columnista norteamericano de The New York Times, en un artículo publicado el pasado jueves, el autoritarismo avanza por el mundo, pero su marcha tiende a ser relativamente lenta y gradual, lo que hace difícil señalar un momento y decir: “Este es el día en el que murió la democracia”. Sólo que otro día nos levantamos para “darnos cuenta de que se ha ido”. Creo que es posible que el autoritarismo se desplace con la sutileza de la neblina.
Para el Premio Nobel de Ciencias Económicas, la democracia estadounidense cede terreno a la autocracia, debido a que “las agencias de gobierno están siendo transformadas para cumplir los caprichos de Donald Trump”. Por ejemplo, el Departamento de Justicia ha ido convirtiéndose en un instrumento para sancionar a opositores de Trump y no para hacer cumplir la ley. Incluso, la NASA corrigió sus previsiones sobre el huracán Dorian para no contradecir el erróneo pronóstico trazado por el “meteorólogo” de la Casa Blanca. Una mancha imborrable para la entidad científica.
Pero tanto demócratas como republicanos, que se alternan en el poder, coinciden en la concepción estratégica de fortalecer a cualquier precio su hegemonía económica y militar, especialmente en cuanto al poderío y la supremacía nuclear. Entre unos y otros, Trump viene siendo algo así como la negación ética del sistema.
No obstante, Washington se presenta como la meca de la igualdad. No le falta razón, el 1% de la población tiene el sacrosanto derecho de disponer del 99% de las riquezas del país. Un sistema lejos de los aventureros colonos del Mayflower, con su carga de peregrinos anglosajones; sino un monstruo con cien ojos y miles de manos, todas armadas: como la quinta esencia de la democracia, que identifica la solidaridad con la peste bubónica en la Edad Media.
A pocos días del triunfo de la Revolución cubana, el 1 de enero de 1959, vio la luz el periódico Trinchera, un humilde esfuerzo regional por defender los principios que nos llevaron a la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958). Estuvo presidida por un pensamiento de nuestro Apóstol José Martí: “Donde nace una flor, nace un gusano, donde el entusiasmo nace, nace la censura; en cuanto se alza un asta por el aire, ya están algunos hombres buscando el hacha”.
Han pasado poco más de 50 años y el asta sigue y seguirá: digna y libre por los aires.