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Internacional

Cuatrocientos años y… contando

Jorge Gómez Barata

Los españoles saquearon el Nuevo Mundo, subyugaron a los pueblos indígenas e introdujeron la esclavitud. No obstante, después de la independencia, vivieron en armonía con sus antiguos súbditos. Según se afirma, el rey de España estará entre los invitados de honor por el 500 aniversario de La Habana.

¿Por qué en Estados Unidos, un bastión del liberalismo y la democracia ocurrió de otra manera? ¿Por qué todavía se comenten allí crímenes de odio asociados al color de la piel?

En 1619 llegaron a Jamestown, Virginia, los primeros esclavos africanos. Desde entonces han trascurrido cuatrocientos años. En 1789 los más ilustres hombres de Norteamérica escribieron en la Constitución: “El Congreso no podrá antes del año 1808 prohibir la inmigración o importación de aquellas personas cuya admisión considere conveniente cualquiera de los estados ahora existentes…”. Además de no abolir la esclavitud, los prohombres, redactores de la Carta Magna concedieron a los tratantes de esclavos un período de gracia de 19 años. ¿Por qué semejante generosidad?

En 1865, doscientos cuarenta y seis años desde la llegada de los primeros hombres encadenados a Jamestown, la 13º Enmienda abolió la esclavitud. Parecía que terminaba la ignominia. No ocurrió así. Los negros dejaron de ser esclavos, pero tampoco eran ciudadanos. El Congreso tomó cartas en asunto y en 1868 adoptó la 14º Enmienda, según la cual: “Toda persona nacida o naturalizada en los Estados Unidos y sujeta a su jurisdicción, será ciudadana de los Estados Unidos…”.

Por fin el viacrucis de quienes en su tierra natal fueron cazados como fieras para ser vendidos como bestias, entre otros lugares en los Estados Unidos, parecía terminado. Ese hecho no sucedió.

Concluida la Guerra Civil, un conflicto fratricida extremadamente letal, en parte generado por la esclavitud, en los estados del sur de los Estados Unidos, prácticamente la mitad del país, durante la etapa de “reconstrucción” los racistas recuperaron el poder y aplicaron las leyes “Jim Crow” mediante las cuales legalizaron la segregación racial, vigente desde 1876 hasta 1964.

Cuando el presidente Lyndon Johnson promulgó la Ley de los Derechos Civiles que había inspirado y promovido John F. Kennedy, quien no vivió para verla, el apartheid “Made in USA” había durado ochenta y ocho años. Por fin, legalmente, la trata de esclavos, la esclavitud y la segregación racial, que en los Estados Unidos se prolongaron por 345 años, terminaron.

Lo que no concluyó fue la nefasta zaga del racismo y los prejuicios raciales que forman la dura cáscara de ignominia que desmiente la grandeza moral y la integridad humana de América, que en esa materia nunca ha sido avanzada ni grande, sino extraordinariamente retrógrada.

Setenta y tres años después de que el Congreso aboliera las últimas zagas de la esclavitud y prohibiera cualquier manifestación institucional de racismo, el presidente Donald Trump, que debería representar a todos los estadounidenses, dejó perplejo al país al invitar a las congresistas Rashida Tlaib, Ayanna Pressley, Ilhan Omar y Alexandria Ocasio-Cortez a marcharse. Así el racismo y el odio, lejos de combatirse se estimulan.

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