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Reaprehenden a Felipe “N” “El Cepillo” involucrado en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa 

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Internacional

Pedro Díaz Arcia

La paz debe construirse como la paloma hace su nido, con el fin de que trascienda la especie.

Un tema prioritario, recurrente en nuestras planas y redes sociales, es el incremento indetenible de la carrera armamentista, pero no existe el esfuerzo a fondo, sostenido, de quienes pueden hacerlo, para desatar una Cruzada por la Paz. Acá y allá, los países más poderosos presumen del desarrollo de armas cada vez más sofisticadas y letales. Sin detenerse, quizá sí, a meditar cuánta destrucción causará un misil nuclear, ni las dimensiones del dolor humano. En pleno siglo XXI, la civilización marcha en reversa.

¿Cuántos tratados de paz se han suscrito, antes y después de la Segunda Guerra Mundial, luego de ingentes esfuerzos? Tantos como los que han sido desechos por cualquier motivo, que nunca falta el pretexto para salirse de una mesa de concertación.

La paz no es solo la ausencia de guerras, es mucho más que eso. Es la forja de una cultura del encuentro, del respeto a la diversidad en toda la extensión del término, a la convivencia con regímenes políticos de diferente factura, al abandono del chantaje económico, comercial o militar en el sistema de las relaciones internacionales.

Nunca habrá paz con hambre ni con miseria; tampoco con una polarización creciente en la distribución de las riquezas. No habrá paz si no existen paridad e igualdad de derechos en el trato hacia otros, ya se trate de individuos, comunidades autóctonas o países, por pequeños que éstos sean.

La Tierra es única, una misma para todos y en todas partes: la Madre de la humanidad. La naturaleza humana debe establecer una identidad, un equilibrio sano y sustentable con su entorno.

En medio de una profusión de conflictos militares en desarrollo y ante amenazas de nuevos focos cercanos a la explosión, más de 130 científicos se reunieron hace unos días en Roma para validar la hipótesis y ejecución de una misión conjunta de la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) que intentará cambiar el rumbo de un asteroide.

El denominado proyecto Evaluación de Impacto y Desviación de Asteroides enviará una nave que chocará en julio de 2021 con uno de estos meteoritos para observar cómo se redirecciona. Incluso, para evitar que un meteorito impacte al planeta, surgió la idea de una “Póliza de seguro para el planeta Tierra”.

¿Por qué no garantizar una Póliza para el aire que respiramos?

El texto del Acuerdo Climático, considerado el mayor logro ambiental en la historia, suscrito en diciembre de 2015 por 195 países, los comprometió a gestionar una transición hacia una economía baja en carbono. El pacto aprobó un financiamiento de 100,000 millones de dólares al año a partir de 2020, inferior al 8% del gasto militar global cada año. El aporte debe estar por los suelos. La retirada de Washington del pacto en 2017, fue un golpe brutal para evitar que el clima llegue a niveles “irreversibles”, pues se trata del mayor contribuyente al llamado “efecto invernadero”.

En este escenario global, cuánto valor reviste la XVII Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz, en la hermosa y hospitalaria Mérida, Yucatán, nicho de un patrimonio invaluable en la pluralidad de su cultura milenaria, mosaico de integración en una mezcla cosmopolita sin perder sus raíces y refugio de peregrinos que vienen a su regazo en busca de solidaridad.

Suelo de un pueblo que se distingue por su hospitalidad, respeto al migrante, refugio de hombres y mujeres que a lo largo de la historia han acudido a su amparo para descansar, fecundamente, la tregua y reemprender las batallas venideras por los caminos de la libertad y la independencia.

Los pueblos de América le debemos mucho a Yucatán, a México.

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