Por Marina Menéndez
Fotos: Lisbet Goenaga
(Especial para Por Esto!)
LA HABANA, Cuba.- Una llamada telefónica intentó ponerme al tanto del evento natural, pero no le di crédito. En mi casa nada se había movido. Poco después, sin embargo, la noticia era confirmada por los medios de prensa: un sismo registrado en el mar, entre Jamaica y la oriental Punta de Maisí, había estremecido a toda la isla el martes, poco después de las dos de la tarde.
El “eco” llegó hasta la Florida y ha tenido “seguimiento”: más de 270 réplicas se habían registrado hasta el mediodía del miércoles.
En las provincias occidentales la percepción fue aislada. Algunos lo sintieron, sobre todo quienes viven en las plantas más altas de los edificios multifamiliares; otros, no. Pero algo muy distinto ocurrió en el Oriente, donde los ciudadanos están más acostumbrados a temblores livianos, y sintieron ahora una remezón más fuerte.
El susto que se llevaron estaba bien fundamentado. El más reciente movimiento percibido en la isla registró 7.1 grados en la escala de Richter y se originó en la zona conocida como la Falla Oriente, un entorno de sismicidad activa donde, en mayo de 1992, se produjo otro evento de magnitud 6.9 en la propia escala, también cerca de Cabo Cruz.
Entre los orientales, los más preocupados debieron ser los habitantes de Santiago de Cuba, territorio que en 2016 fue vapuleado por varios temblores que anunciaban, presuntamente, la ocurrencia de un terremoto de fuerte intensidad.
Por suerte, esas previsiones no se cumplieron. Pero se realizaron ensayos de evacuación y se adoptaron todas las medidas necesarias, como la preparación por cada familia de los enseres y objetos mínimos indispensables para evacuarse y subsistir si ocurría un desastre.
Ante el temor, no fueron pocos los hogares que estuvieron varias noches vacíos porque los ocupantes de la vivienda, ante la posible inminencia del gran sismo, pernoctaron a la intemperie durante aquellos días.
El sobresalto retornó en enero de 2017, cuando se sintió otro fuerte temblor en Santiago, éste, de 5.8 grados en Richter.
Ahora, el sismo del martes se sintió también en las ciudades de Nuevitas, Santa Cruz del Sur, Guáimaro, y otras zonas de la llanura camagüeyana, y se estima que ha sido uno de los más fuertes percibidos en Cuba.
No hubo daños humanos ni materiales, como no fuera los sufridos levemente en cubiertas y paredes de algunas viviendas en la provincia Granma, la que está más al Sur y, por ende, más cerca del epicentro.
¡Y todavía se mueve!
Veinticuatro horas después, el rosario de nuevos temblores se mantenía y alcanzaba al mediodía la cifra de 274, algo que consideraron normal los científicos y estudiosos dedicados a la sismología en Cuba, quienes descartaron, además, la probabilidad de un tsunami.
Para ello, dijeron, serían necesaria que la falla experimente una ruptura vertical en la Falla Oriente (donde tiene lugar el movimiento tectónico): pero en esa zona, el macizo “rompe” de modo lateral y horizontal, y no genera tsunami, explicó a la TV Cubana el doctor Vladimir Moreno, presidente del Consejo Científico del Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas en Santiago de Cuba; por esa razón no habrá tsunami.
Algo muy distinto acontecería si la falla se activara en áreas aledañas al norte de República Dominicana y Haití, donde la falla rompe de modo vertical.
En las provincias orientales la vida transcurría normalmente, pero todos se mantenían atentos. El del martes fue el segundo sismo perceptible del año y para muchos indica que debe mantenerse la precaución y estar preparados.
La Tarea Vida, un plan del Estado cubano para reducir las vulnerabilidades ocasionadas por el cambio climático, no contempla los riesgos por terremoto, pero quizás sea tiempo de analizarlo, de modo que el programa se convierta en una gran sombrilla que proteja al país también de estos fenómenos que asimismo se tornan recurrentes y amenazantes.
El año pasado se registraron unos 3,000 temblores (la mayoría de ellos no perceptibles) en territorio cubano.