Jorge Gómez Barata
III
La historia del desarrollo es una historia europea y estadounidense, la otra, la del subdesarrollo, corresponde a Asia, Africa y América Latina. La buena noticia es que varias ex colonias se han convertido en naciones altamente desarrolladas; la mala es que ninguna es latinoamericana.
Descontando algunos esfuerzos nacionales circunstancialmente exitosos, a escala continental no hubo ninguna doctrina desarrollista hasta la instalación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL1947), ponente de un proyecto basado en reformas económicas estructurales. El núcleo de aquel pensamiento fue la “Industrialización mediante la sustitución de importaciones”.
Debido a las escalas y peculiaridades de su economía, a lo tardío de su independencia, a la complementación económica con Estados Unidos y a la elección socialista, la historia del desarrollo en Cuba se aparta de los cánones regionales.
Siendo todavía colonia, Cuba fomentó una economía cuyos productos líderes, especialmente el azúcar, facilitó un temprano acceso a los mercados internacionales. Aunque en condiciones desventajosas, después de la independencia, contó con inversionistas extranjeros, principalmente estadounidenses y, aunque los términos de intercambio no eran propicios, los mercados eran seguros. En los años cincuenta, en los estándares de la región, el país contaba con un desarrollo medio y una economía relativamente equilibrada cuyo eje eran unas 400 grandes empresas propiedad de nacionales, medio centenar norteamericanas y algunas de otros países.
El aceptable desempeño de la economía y la magnificencia de La Habana no impidieron las enormes desigualdades, la opresión de las mayorías, la pobreza que afectaba al grueso de la población y que junto a la corrupción política permitieron el golpe de estado de Batista y el establecimiento de la dictadura, caldo de cultivo de la Revolución que en 1959 dio un nuevo curso al desarrollo del país.
El programa de la Revolución, expuesto por Fidel Castro en su alegato conocido como La Historia me Absolverá, contenía un genuino y avanzado proyecto de desarrollo que no contaba con la expropiación de las empresas estadounidenses ni la nacionalización del capital nacional, fenómenos provocados por la temprana y desmesurada agresividad de los Estados Unidos, lo cual aceleró la radicalización de la Revolución, la evolución al socialismo y conllevó a la adopción de un programa basado en la construcción del socialismo y la integración al sistema mundial liderado por la Unión Soviética.
Ese curso permitió que, a pesar del bloqueo estadounidense y de las imperfecciones del modelo de gestión económica adoptado, a lo largo de 30 años, el país realizara extraordinarios avances en su desarrollo.
El fin del socialismo real, el colapso de la Unión Soviética y el recrudecimiento del bloqueo que a partir de entonces incluyó a antiguos aliados, entre ellos la Rusia de Yeltsin, sumieron a Cuba en una profunda crisis económica con múltiples expresiones políticas e ideológicas, saldada con una resistencia que llegó a ser calificada de “numantina” y con algunas reformas internas.
Al cabo de unos diez años, aquella situación que no dejaba margen a ilusiones desarrollistas comenzó a ser remontada con la llegada al poder de alrededor de diez gobiernos progresistas en América Latina, lo cual fue coronado por la exitosa gestión diplomática liderada por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama que condujo al restablecimiento de las relaciones diplomáticas, el inicio de la normalización de los vínculos entre ambos países y a cierto aflojamiento del bloqueo.
Con la administración de Donald Trump esos procesos no sólo se han revertido, sino que la hostilidad de Estados Unidos supera todos los momentos anteriores, incluyendo la aplicación de la ley Helms-Burton y el establecimiento de un virtual bloqueo aeronaval.
En estas circunstancias extraordinariamente difíciles, la dirección cubana trabaja para diseñar una estrategia de supervivencia con imprescindibles aspiraciones de desarrollo que tiene sus mejores oportunidades en la audaz y enérgica profundización de las reformas económicas acordadas, las cuales ofrecen más oportunidades que riesgos, pasan por una resuelta ampliación de los espacios al sector privado y por acciones decisivas para destrabar los nudos que obstaculizan el desarrollo.
Sin el Estado y la economía estatal, nada podrá ser logrado en Cuba, pero el Estado y el sector estatal solos no pueden. El desarrollo será obra de todos, o no será.