Pedro Díaz Arcia
¿No será el socialista Bernie Sanders el espejo de una lejana revolución socialista norteamericana; como lo fue León Tolstoi para la Revolución rusa?
Para Vladimir Ilich Lenin, que valoró la grandeza del arte y de la filosofía humanista de Tolstoi; sin embargo, su doctrina fue “el reflejo del crecimiento acelerado del capitalismo y la ruina del campesinado patriarcal en el período 1861-1904; etapa en la que recogió con maestría “los rasgos de la especificidad histórica de la primera revolución rusa, su fuerza y su debilidad”, tal y como correspondía a una “revolución burguesa campesina”.
El mundo rural en que escogió vivir, antiguo libertino convertido en asceta, exaltó la vida simple del campesino; criticó de manera implacable al capitalismo y a la Iglesia Ortodoxa; el carácter antipopular y explotador del Estado; los vicios de la burguesía; e instaba a la resignación y a la “no resistencia al mal” mediante la violencia, en espera del establecimiento del “reino de Dios”.
Pero no era la sociedad por la que luchaba Lenin. Creo que las contradicciones entre ambos en cuanto a los métodos a utilizar para cambiar la realidad económico-social existente, podrían explicar que Lenin dijera que el “Patriarca” de Yásnaia Poliana, era el espejo de la Revolución rusa. Eran otros tiempos y la rueda de la historia no ha descansado desde entonces en su devenir.
El “socialista democrático”, que mantuvo su ideario político en la campaña de 2016, ha provocado una revuelta política en el país, de la que no escapa la elite del Partido Demócrata y su ala más conservadora; mientras que el voto de la base demócrata más progresista estaría seducido por Bernie.
Algunos analistas consideran su programa de gobierno como una edición rediviva de la “democracia social”, el New Deal, durante los años de la Gran Depresión. En aquellas circunstancias, el presidente Franklin D. Roosevelt, con un proyecto keynesiano, reguló la actividad del sistema bancario, construyó viviendas e infraestructuras, garantizó fondos para pensiones y reglamentó lo relativo al sindicalismo industrial, entre otras medidas. Pero el neoliberalismo arruinó el entramado.
Sanders propone ambiciosas reformas: tributaria y laboral; un sistema de salud público y universal (Medicare para todos), con racionales normas de financiamiento; privilegiar los estudios universitarios; y aboga por que la clase media y los trabajadores participen en cierta proporción en las acciones de las grandes empresas; aunque ni peligrará la propiedad privada ni los medios de producción serán estatizados.
En medio del maremágnum actual, el senador judío confirmó que no participaría en la conferencia anual del Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel, un lobby intolerante; y prometió que si llega a la presidencia apoyará el derecho de israelíes y palestinos; empeñado en establecer la paz y la seguridad en Asia Occidental. Es más, ha prometido limitar la ayuda militar a Tel Aviv, lo que provocó el surgimiento dentro del propio bando azul del grupo “Mayoría Democrática para Israel”, inmerso en una campaña mediática para impedir su nominación.
Esperemos por los resultados del Supermartes del 3 de marzo que se realizará en 14 estados y un territorio extra, donde estarán en disputa 1375 delegados demócratas. Sanders necesita 1991 votos para su virtual nominación por la Convención Demócrata en julio. Esta puja representa un hito para continuar en la ruta.
En su contra está el bipartidismo; el “aburguesamiento” de la clase obrera que abona el desarrollo de una cultura individualista; y la estigmatización ideológica, entre otros “daños colaterales”.
Pero suceda lo que suceda Bernie Sanders “entró corriendo en el “templo donde los ángeles temen batir las alas”.