La democracia, un fenómeno de naturaleza política, asociado al poder, al estado y al derecho, es un resultado de los procesos civilizatorios que, en el siglo XVIII, comenzó su andadura en Europa y los Estados Unidos y afrontando enormes dificultades, se expandió por Iberoamérica, alcanzó regiones de Asia y Oceanía y se amplió con el fin de los imperios austro-húngaro, ruso, otomano y chino, y más tarde con la descolonización afroasiática.
La democracia, todavía incompleta, no llegó para favorecer elites políticas o económicas, sino para construir modelos basados en la soberanía popular. Las grandes batallas por la independencia y la libertad lo fueron también por la democracia, por la que todavía trabajan las mentes más avanzadas y los luchadores sociales más decididos.
Cuando las últimas dictaduras han sido suprimidas y los gobiernos autoritarios se moderan o desaparecen, el debate acerca de la pertinencia de la democracia en Occidente es un divertimento que alude a algo trascendido. Nadie en ninguna parte se declara abiertamente contrario a la democracia. El quid consiste en procurar su perfeccionamiento para hacerla real y funcional al progreso, la inclusión, la justicia social y la supresión de la pobreza, el racismo y otros fenómenos de alcance global.
Ninguna democracia es perfecta, mas todas poseen una plasticidad que las hace compatibles con cualquier modelo económico y sistema político, se adaptan a cualquier ideología y conviven con los más recios liderazgos. Hay estados monárquicos que son democracias viables con la británica, holandesa, belga, española y otras; teocracias como las de Irán e Israel, países a la vez autoritarios y democráticos como China, Rusia, Turquía y Pakistán. Tiempo atrás, hubo democracia soviética y democracias populares en Europa Oriental, incluso en Corea del Norte funciona un Parlamento.
Aunque puede incorporar particularidades nacionales, la democracia requiere de estándares formados por valores, instituciones y normas específicas. Aunque deficientemente puede funcionar cuando faltan algunos de estos elementos, los hay que como la elección de los gobernantes que no pueden faltar y cuando se omiten demasiados o todos, la democracia ha perdido la batalla.
Una exigencia de la democracia es la existencia de leyes escritas, principalmente constituciones, a partir de las cuales el poder se legitima; otra de capital importancia es que los gobernantes o una parte de ellos sean electos, como ocurre en las monarquías constitucionales y es un imperativo la separación de los poderes por el hecho simple de que allí donde no se separan, se concentran excesivamente.
La democracia necesita de la sociedad civil que, como su nombre lo indica, está separada del poder, aunque no necesariamente opuesta al mismo: Un elemento esencial de esa separación es la prensa que necesita de autonomía. Países como Cuba, donde se rechaza la separación de los poderes y se trata de evitar la concentración, intentan cuadrar el círculo.
A estas alturas es difícil representarse un escenario en el cual los modelos políticos democráticos puedan prescindir completamente y para siempre de los partidos políticos, algunos han logrado reducirlos al mínimo y funcionan con apenas dos partidos como es el caso de los Estados Unidos donde, en torno al juicio político contra el presidente el partidismo acaba de expresarse.
En ese país, los partidos, el partidismo y las facciones políticas, en realidad sinónimos, acaban de mostrar los rasgos sobre los cuales, al dejar voluntariamente el poder y despedirse de sus compatriotas, George Washington advirtió: “El espíritu de partido trabaja constantemente por desorientar al pueblo y corroer la regularidad de los servicios públicos, agita la opinión con celos infundados y falsas alarmas, enardece las animosidades de unos contra otros, da ocasión a tumultos e insurrecciones y abre los caminos por donde fácilmente penetran hasta el mismo gobierno las corrupciones e influjos extraños a través de las pasiones facciosas, sujetando a la política de otros la voluntad del país…El espíritu de partido jamás debe apagarse del todo; pero deberá ser objeto de una vigilancia constante para que no devore con sus llamas en lugar de caldear”.
Desde que Occidente sobrepasó la organización tribal, rebasó la esclavitud y dejó atrás al feudalismo, no existen alternativas a la democracia ni se ha ideado forma más perfecta de ejercicio de la soberanía popular o de participación del pueblo en la vida política nacional. Ninguna revolución se hizo nunca contra la democracia sino a la inversa.