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Zheger Hay Harb

Hace 30 años el Movimiento 19 de abril -M19- firmó la paz con el gobierno colombiano, entró de inmediato a participar en política y despertó una simpatía popular que le dio en las urnas la presidencia compartida de la Asamblea Nacional Constituyente que expidió la Constitución Política vigente.

Hay varios elementos que llaman la atención en ese proceso, especialmente si lo confrontamos con el que actualmente se adelanta con la ex guerrilla de las FARC.

En 1980 el Eme, como comúnmente se le llama, se tomó la embajada de República Dominicana donde se encontraba reunido gran parte del cuerpo diplomático, incluidos el embajador de Estados Unidos y el Vaticano. El único hecho de sangre que hubo que lamentar en esa acción fue la muerte de uno de los muchachos del grupo insurgente en el momento en que tomaron la sede diplomática.

Durante dos meses estuvieron dialogando con el gobierno en una camioneta en las afueras de la embajada. Los guerrilleros obtuvieron la difusión de sus propuestas y una gran popularidad, una suma de dinero sobre cuya cuantía hay varias versiones y la salida de los guerrilleros hacia Cuba gracias a que su presidente Fidel Castro aceptara acogerlos para ayudar a solucionar la situación. La demanda de libertad de los militantes presos no se obtuvo.

El jefe de la organización, Jaime Bateman, desde ese mismo momento pidió un gran diálogo nacional y una negociación de paz. Fue la primera vez que una guerrilla en Colombia –ya existían, desde hacía 16 años las FARC y el ELN- sin haber sido vencida y con una popularidad que nunca alcanzaron los otros movimientos, pedía iniciar conversaciones para finalizar el conflicto armado.

La solución pacífica de esa toma es especialmente llamativa porque se logró en el gobierno de Julio César Turbay, cuya presidencia se inauguró en 1978, el 1 de enero, con el robo por parte del M19 de las armas del Cantón Norte del Ejército mediante la construcción de un túnel que desembocó en el piso de la armería. El orgullo herido del ejército presionó la arremetida brutal contra todo aquel que consideraran vinculado con esa organización. Intelectuales, artistas y académicos, así como personas humildes, muchos de los cuales no tenían nada que ver con los hechos, fueron llevados a la Escuela de Caballería donde fueron brutalmente torturados.

La osadía de la operación y la difusión de las torturas provocaron protestas nacionales e internacionales. Sus acciones como el robo de camiones de leche para distribuirlas en barrios pobres elevaron la popularidad de esta organización guerrillera. A partir de ahí Bateman insistió permanentemente en la necesidad de la paz. Secuestraba periodistas que salían a repetir su llamado a la negociación y su popularidad era tal que hasta García Márquez le hizo una entrevista que se difundió en el mundo entero.

En 1985 el M19 se tomó el Palacio de Justicia y la retoma del ejército a sangre y fuego con saldo de varios magistrados, guerrilleros, empleados de las Cortes y oficios varios como la cafetería así como visitantes ocasionales muertos o desaparecidos, dejó al país con opiniones divididas sobre si la mayor responsabilidad por la tragedia recaía sobre el ejército o sobre los guerrilleros. Recientemente se han descubierto en fosas comunes los restos de algunos que se habían considerado desaparecidos y se han publicado videos donde se ve a personas que salieron vivas del palacio y luego aparecieron en los escombros con tiros de gracia.

En 1988 esa guerrilla secuestró a Alvaro Gómez Hurtado, hijo de un ex presidente de extrema derecha, caracterizado líder de esa tendencia, considerado uno de los responsables de la violencia liberal conservadora que se desató en 1984 con el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Una vez liberado salió haciendo declaraciones sobre la necesidad de pactar la paz con la guerrilla.

Traigo estos hechos a cuento para resaltar cómo, cuando el M19 decidió desmovilizarse, a pesar de esos hechos que resultaban tan polémicos, el apoyo popular fue arrasador. Como cuenta uno de sus líderes sobrevivientes Antonio Navarro Wolff, él y Carlos Pizarro, el comandante general, empezaron a hacer política mientras se negociaba su salida a la civilidad. La dejación de armas se hizo en un campamento adonde llegaba la gente del común en ríos, en un ambiente festivo, lleno de simbolismos como envolver la pistola de su líder en la bandera nacional y con un lenguaje pacifista.

Las manifestaciones públicas, mítines, apariciones en las calles de Carlos Pizarro, se convertían en fiestas populares, las señoras lo querían para novio de sus hijas, los intelectuales y artistas aportaban al movimiento, muchas personas de clase alta apoyaban su candidatura presidencial recién declarada y los niños jugaban a policías y guerrilleros con éstos como los “buenos” de la película.

Como había ocurrido con el candidato presidencial de la Unión Patriótica –UP- organización civil y desarmada nacida del proceso de paz que se fraguaba entre las FARC y el gobierno, con Pardo Leal también de ese partido pero en 1987, en 1989 con Luis Carlos Galán, candidato del partido Liberal que se oponía al levantamiento de la extradición, Carlos Pizarro fue asesinado en 1990 por un sicario en el avión en que viajaba a un evento de su campaña. La dirección del movimiento decidió seguir firme en su propuesta de paz; su cadáver fue velado en el Capitolio Nacional y en la Catedral de Bogotá y fue acompañado por una multitud llorosa que gritaba vivas a la paz.

Cuando ese mismo año se abrió la elección para la Asamblea Nacional Constituyente, la votación por el M19 alcanzó la tercera parte del total lo cual les dio el derecho de hacer parte de su presidencia, compartida con el líder conservador (su antiguo secuestrado) y el del partido liberal.

Para la historia queda analizar cómo es que un movimiento guerrillero que había protagonizado hechos con saldo de víctimas mortales sale a la vida civil y genera una acogida popular tan entusiasta y multitudinaria y 30 años después otra guerrilla –las Farc- que también se desmoviliza sin haber sido vencida genera un apoyo mayoritario a la paz pero hostilidad hacia sus militantes pese a que han demostrado su compromiso con la paz frente al incumplimiento del gobierno.

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