Por Adriana Robreño
“¡Fuera Bolsonaro!” Se escuchaba fuerte en la noche del miércoles en las calles de Aguas Claras, uno de los barrios de la capital brasileña más conservadores. Allí las cazuelas sonaron como mismo se oyeron en el 2016, cuando la manipulación mediática los conllevó a apoyar el golpe a Dilma Rousseff.
En diferentes puntos del gigante suramericano se repitió la escena esta semana, muestra de que la popularidad del gobernante brasileño cae estrepitosamente. Incluso, en algunos edificios de Sao Paulo se proyectaron con luces carteles que decían: “Bolsonaro acabó”.
Con la escasa habilidad política que lo caracteriza, el presidente de Brasil está en el peor momento de su mandato. La compleja situación sanitaria propiciada por la expansión del nuevo coronavirus, su incapacidad para gestionarla, así como la crisis económica, son factores que tienen al mandatario entre la espada y la pared.
Inevitablemente la catástrofe de salud a la que ha llevado la ideología neoliberal de la actual administración brasileña, paralizará la economía, el funcionamiento de la sociedad y profundizará la recesión. Ya se ven los primeros síntomas de la devastación: el dólar alcanzó el precio más alto de la historia más de 5,10 reales, y la Bolsa de Valores tuvo el peor desempeño en décadas.
El caos económico, en un país tan desigual y brutalmente excluyente como Brasil, con más de 50 millones de trabajadores con empleos precarios y cuyo sistema de salud pública ha sido arrasado desde el golpe del 2016, agravará aún más el desastre de la salud.
Pero la culpa del desbarajuste no es de la pandemia. Sería injusto culparlo de algo que es una consecuencia directa del saqueo criminal promovido por el ministro de Hacienda, Paulo Guedes, y sus medidas de tipo neoliberal que llegaron mucho antes que la pandemia, incluso durante el gobierno de Michel Temer, que colocó un límite al presupuesto público por 20 años.
A eso se suman otros factores que van desde el desmantelamiento del sistema público de salud por falta de recursos gubernamentales hasta el ataque a los centros de investigación que pueden estudiar científicamente la enfermedad. También está el fin del programa Más Médicos como consecuencia de la actitud del excapitán ultraderechista, que dejó a millones de personas sin atención sanitaria, y ahora debido a la crisis convocó a los profesionales cubanos de la salud que decidieron permanecer en territorio brasileño aunque no hayan hecho el examen de reválida del título.
Lo trágico es que el aterrizaje de la Covid-19 en Brasil coincide con el colapso económico y quienes sufren las peores consecuencias son los ciudadanos de las clases bajas.
La bancarrota absoluta del gobierno de Bolsonaro, tanto en relación con las medidas económicas exiguas como respecto al retraso y las insuficientes medidas para enfrentar la pandemia, coloca al país ante la amenaza de una crisis humanitaria de proporciones imponderables.
A ese escenario, aparentemente apocalíptico, pero real, se suma que el diputado opositor Leandro Grass, del partido opositor Rede Sustentabilidad, registró de forma oficial en la cámara baja una petición para que se inicie un proceso de “impeachment” (juicio político) para apartar del poder al presidente por cinco crímenes de responsabilidad diferentes.
Entre los delitos está el apoyo a las manifestaciones del pasado 15 de marzo a favor del cierre total del Congreso y el Supremo Tribunal Federal por interferir en sus decisiones. En la protesta realizada en Brasilia, el jefe del ejecutivo participó a pesar de estar en cuarentena por sospechas de contagio del coronavirus durante su viaje a Estados Unidos.
De manera general, la población percibe una incapacidad política, técnica, intelectual e institucional para reaccionar ante la dificultad y complejidad del contexto. Hay una percepción creciente en todos los sectores políticos y sociales de que Bolsonaro no está a la altura de las catástrofes sanitarias y económicas, por lo que la supervivencia de la actual administración está fuertemente amenazada.