Jorge Gómez Barata
En menos de un siglo el capital extranjero pasó de villano a compañero de viaje y en casos como los de China y Vietnam a la condición de aliados estratégicos. Algunas nacionalizaciones, como la del petróleo en Venezuela realizada por Carlos Andrés Pérez en 1975 desplazaron a las transnacionales para adjudicárselo a las oligarquías nativas.
Finalmente, las transnacionales prefirieron dejar en manos de los locales la extracción del petróleo, el minado del cobre y la bauxita, incluso del oro y el cultivo del banano y otras actividades para complacer a los nativos y hacerlos cargar con los costos, los problemas laborales, ambientales y de todo tipo y ocuparse ellas de la distribución y de las partes de los procesos donde intervenía la tecnología avanzada y se agregaba valor.
No se trata de elucubraciones personales ni tesis que deban ser probadas, sino datos de la realidad. Lo que es una tesis es la afirmación de que de cualquier modo que se comporte, la Inversión Extranjera Directa (IED) significa una transferencia de capitales, tecnologías y saberes que unos gobiernos y elites económicas aprovechan mejor que otras.
Hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando China inició su despegue económico, sumándose a los enfoques de los “tigres asiáticos” (Corea del Sur, Hong Kong, Macao, Taiwán y Singapur), no existen evidencias históricas de que el capital extranjero favoreciera de modo inmediato y decisivo el desarrollo, sino que formaron parte de esquemas coloniales y neocoloniales que favorecieron el saqueo y la dependencia. En el caso de América Latina, donde la mayoría de los países se independizaron en el siglo XIX, dicho proceso se operó en connivencia con las oligarquías locales.
En los países asiáticos todo cambió cuando se instalaron gobiernos que desde finales de los años cincuenta, sin teorizar, sin generar dolorosas rupturas y tensiones, sin discursos políticos nacionalistas, con eficaz pragmatismo, en lugar de demonizar al capital extranjero y promover la nacionalización como aconsejaba la izquierda, usaron las palancas del estado para, atraer capital extranjero y proporcionarles incentivos y ventajas para aplicar políticas desarrollistas.
Con nuevas reglas y sin ambiciones desmesuradas, asumiendo incluso elevados costos sociales, sin rebasar el horizonte capitalista, se atrajo capital, se promovió la sustitución de importaciones y la industrialización sobre la base de proyectos de tecnología avanzada y alto valor agregado, atractivos para los inversionistas extranjeros que, además de exportar, se beneficiaban con los mercados internos y regionales.
Los llamados “tigres asiáticos”, China y otros países de la región entendieron que, a la altura del siglo XX, las políticas de desarrollo no podían reproducir los esquemas por los cuales habían transitado las potencias europeas y los Estados Unidos y era preciso tomar la tecnología en el nivel en que se encontraba y liberar la creatividad para abrir caminos a la innovación, sobre todo en la esfera empresarial.
Ese fenómeno parece haber coincidido con un cambio de enfoque de algunas empresas transnacionales de alta tecnología que prefirieron invertir en los países tercermundistas donde se le ofrecían garantías, mano de obra barata y legislaciones permisivas para producir componentes y ensamblar equipos destinados a mercados emergentes nacionales y regionales.
Lo más establecido en economía es que se avanza más allí donde las libertades para las iniciativas económicas son mayores y donde más personas se incorporan a la producción de bienes y participan de los beneficios. En los contextos mencionados, lejos de retraerse, los estados intervinieron vigorosamente, no para poner límites sino para abrir caminos, despejar sendas y respaldar a los emprendedores.
Cuba, atrapada en las tupidas redes del bloqueo económico de los Estados Unidos, aliada de la Unión Soviética y firmemente comprometida con los preceptos teóricos, ideológicos y programáticos gestados en los lejanos días en que el bolchevismo emergió en los escenarios internacionales, no pudo sumarse a las corrientes desarrollistas asociadas a la inversión extranjera. Esa es otra historia que luego les cuento.