WASHINGTON, 12 de abril (AFP).- No hay que conducir y no hay riesgo de exposición a la COVID-19 en la sala de espera. Gail Rae-Garwood está encantada de hablar con su médico a través de una pantalla.
Implantada tímidamente en los últimos años, la telemedicina se ha disparado desde que las medidas de distanciamiento social se han convertido en la regla para contener la pandemia de coronavirus.
Para su visita a un especialista, después de ser operada de cáncer,
Rae-Garwood solo necesita medirse la presión arterial y su nivel de glucosa en la sangre, y lo hace desde casa.
“Estoy muy contenta de no tener que salir”, explica la paciente de 73 años desde Arizona. Las consultas por videoconferencia parecen ser una solución ideal ante el colapso de los centros sanitarios de todo el mundo.
“La COVID-19 es muy propicia para la telemedicina”, confirma Omar Khan, médico general en el estado de Delaware. “El 80% de las personas infectadas con el coronavirus no necesitan ir al hospital”.
Flexibilidad
La gente acepta el cambio porque “conoce los riesgos”, dice el médico, que ha realizado todas sus consultas de forma remota durante dos semanas.
“No quieren poner en peligro a nadie, ni a ellos mismos ni a los
cuidadores. El hospital es un lugar aterrador en este momento”. Un estudio de la Universidad de Michigan publicado hace un año reveló que la telemedicina despertaba entonces poco interés entre los ancianos.
“En pocos días, esta percepción ha cambiado por completo”, dice Preeti Malani, profesor de medicina autor del estudio. “Especialmente desde que pedimos a estas personas más vulnerables, que están en riesgo de complicaciones, que no vengan a la clínica”.