Jorge Gómez Barata
El Estado es la creación humana que más se asemeja a Dios. El es todopoderoso porque lo puede todo, omnisciente porque lo sabe todo y está dotado del don de la ubicuidad que le permite estar en todas partes a la vez.
En términos de dirección de la sociedad, el Estado no lo puede todo, pero sin el Estado no se logra nada, especialmente en la regulación de los procesos económicos y la institucionalidad. Tales son las enseñanzas del liberalismo y del marxismo, dos concepciones del funcionamiento de la sociedad con diferencias esenciales que tienen en común el ejercicio del poder y el control social desde el Estado.
Un frecuente error induce a muchas personas a creer que, debido al predominio de la propiedad privada, el Estado en el capitalismo es ajeno a la economía, lo cual es desmentido por la evidencia de que ese órgano de poder y coordinación de alcance total, regula el desempeño de todos los actores económicos y crea los ambientes jurídicos en los cuales operan las empresas industriales y agrícolas, se desenvuelve el comercio, se realizan la transacciones financieras y monetarias y la sociedad cubre sus necesidades.
El liberalismo aporta la base conceptual para comprender la naturaleza y las funciones del Estado moderno, mientras el marxismo, más exactamente el pensamiento soviético inspirado en él, se centró, primero en la crítica y luego en la sacralización. Entre unas y otras concepciones parece existir un punto de equilibrio que permite comprender el papel de un elemento esencial de los procesos civilizatorios.
Aunque hay quienes parecen creer que el Estado es una invención creada para facilitar la explotación y la represión de las sociedades por las clases dominantes, se trata de uno de los más elaborados productos de la cultura universal, cuya naturaleza y plasticidad le permite desempeñarse como árbitro entre todos los actores sociales, omitirse a sí mismo hasta prácticamente desaparecer en épocas de paz social y ocupar todo el espacio cuando se le necesita. Tolerante o implacable, según sea el rol necesario, en épocas de crisis el Estado es el elemento esencial.
Los perfiles del Estado moderno se delinearon durante el proceso de formación de las monarquías centralizadas en Europa cuya evolución, asistida por las revoluciones del siglo XVIII, dieron lugar a los estados nacionales que, junto a la democracia, constituyen las principales categorías geopolíticas de la modernidad, bases de la institucionalidad y del orden social. Ante la desregulación que dio lugar al capitalismo salvaje, el Estado se encargó de establecer las reglas y moderar la desmesura del capital.
Mientras el mercado estorba, el Estado es el único factor social con autoridad y capacidad de convocatoria para, en épocas como la del COVID-19, mandar a cerca de cinco mil millones de personas a sus casas, establecer el distanciamiento social y paralizar el 50 por ciento de la economía mundial. No obstante, cuando los gobiernos que no son los estados, sino parte de ellos, abusan de sus enormes prerrogativas, la sociedad y las elites acuden…al Estado.
Entre las fórmulas sugeridas para enfrentar la dura recesión que se desatará en la zaga de la pandemia COVID-19 y que golpeará con inaudita rudeza a la isla, se menciona aumentar el protagonismo del Estado en la conducción de la economía, aspecto en el cual Cuba tiene la mayor parte del camino andado. Su dilema no es dar más poder al Estado, sino precisar cómo ha de ejercerlo.
Para Cuba, el modo de aprovechar la magnífica fortaleza que constituye su poderoso Estado, no radica en empoderarlo más, sino en moderar su desmesurado protagonismo y, decidirse a compartir espacios y roles con otros actores sociales que con todo derecho reclaman sus espacios. La isla tiene la posibilidad de, mediante los casi un millón de trabajadores por cuenta propia, cooperativas y pequeñas y medianas empresas, fomentar un sector privado socialista que en lugar de adversario sea un alter ego.
Probablemente la burocracia y las personas excesivamente apegadas a la rutina, sometidos a dogmas o necesitados de desaprender fórmulas erradas, no sepan cómo hacerlo. Ellos son parte del problema, no de la solución.