Manuel E. Yepe
Una eventual reelección de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos frustraría, una vez más, las expectativas de aquellos que, en todo el mundo, han creído posible que los estadounidenses fueran capaces de condenar, por sí mismos, la política contraria al derecho internacional y las normas de convivencia que han practicado los gobiernos de uno y otro partidos representantes de los intereses oligárquicos que se alternan en la presidencia de ese país norteamericano.
Las elecciones presidenciales de 2020 se celebrarán el martes 3 de noviembre de 2020, y serán los quincuagésimos novenos (59º) comicios presidenciales en Estados Unidos. El 3 de noviembre de 2020, los votantes elegirán a los compromisarios que a su vez deberán escoger al nuevo presidente y a su vicepresidente a través del Colegio Electoral.
Apenas serían alrededor de la mitad de los estadounidenses –porque la mayoría de los ciudadanos de ese país con derecho al voto no está interesada o no confía en el sistema político que se autoproclama el más democrático del mundo- los que concurrirían a las urnas para cumplir el ritual de votar para elegir al hombre que habrá de ejercer en los próximos cuatro años el gobierno del país más poderoso que haya conocido la historia de nuestro planeta.
Lo habitual es que no haya gran diferencia entre las opciones que se presentan a los votantes: siempre son dos multimillonarios muy poco identificados con los intereses del ciudadano medio y mucho menos con las necesidades de la población de menores ingresos, que jamás ha sido tomada en cuenta en ese riquísimo país. Pero lo inusual de estos comicios de 2020 es que la comparación respecto a las finanzas de los candidatos ha sido sustituida por planteamientos en el terreno ideológico, a partir de que uno de ellos ha roto con las normas que han regido los discursos de los candidatos.
Como vicepresidente de Obama, Joe Biden se caracterizó por el apoyo en las políticas de Obama en materia de relaciones internacionales y asuntos sociales, sobre todo en el diseño de la estrategia de retirada de las tropas de Irak y la Guerra en Afganistán. Su experiencia negociadora fue útil durante las negociaciones con el Partido Republicano en el Congreso en materia de política tributaria, economía y presupuestos, siendo vital en la aprobación de la ley de control del Presupuesto del año 2011 y en la de Alivio Tributario de 2012. Además, su papel en los esfuerzos de la Administración Obama por limitar la venta de armas, luchar contra los abusos sexuales en los campus universitarios así como en la búsqueda de paliativos para la ausencia de seguro médico en la población de escasos ingresos.
Pero que nadie se llame a engaños. Continuaría rigiendo los destinos de la gran nación norteamericana una opulenta oligarquía económica que nadie ha elegido jamás y que nunca se ha sometido a comicios: la oligarquía plutocrática de las grandes corporaciones, que constituye el verdadero núcleo del poder real, que seguirá siendo el factor determinante en la vida política nacional y global estadounidense.
Es sabido que al frente del imperio se mantendría en cualquier caso esa jerarquía económica estadounidense que sólo de manera formal cedería su poder a una cúpula política que -sirviéndose del gobierno- haría prevaler la moral y las leyes oligárquicas, al tiempo que cuida del orden y neutraliza los conflictos internos.
Aunque este supremo poder de las enormes corporaciones transnacionales determina también en la política interna, es en el ámbito de la política exterior donde más claramente se expresa el control que ejerce.
Fueron empresarios y banqueros norteamericanos quienes determinaron la transformación del mundo en un mercado y la sustitución de la diplomacia por el sistema de presiones, amenazas, bloqueos, agresiones y ocupaciones de países completos que caracteriza actualmente la política exterior estadounidense. Fueron ellos quienes introdujeron la práctica de que las relaciones entre los países bajo su dominación imperial tuviera lugar por medio de embajadores procónsules y presidentes marionetas.
A diferencia de los políticos -que deben dar la cara en contiendas electorales y ejercer tareas administrativas en las que muestran sus
rostros- los jerarcas económicos ejercen su poder sin compromisos individuales, sin límites prefijados y sin estar sujetos a normas éticas ni morales.
Paradójicamente, las grandes corporaciones tienden a ser apreciadas y respetadas porque teóricamente generan empleos que aportan bienestar, en tanto que los políticos, que cobran impuestos y reprimen con sus policías, tribunales y cárceles, se desgastan, degradan y cargan con las culpas.
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