Gustavo Robreño
En el aniversario 125 de la caída en combate de José Martí: 19 de mayo de 1895
No es posible hablar de José Martí, apóstol y héroe nacional de la independencia de Cuba, sin hablar de México. Fue su primer encuentro con Nuestra América y allí vivió, se desarrolló y creció intelectual y políticamente hasta llegar a ser el más importante pensador americano del siglo XIX.
Sería imposible recoger en un solo trabajo todo lo que concierne a la relación de Martí con México, que consideró como “segunda patria”, según propia afirmación. La correspondencia que intercambió con su hermano mexicano Manuel Mercado así lo atestigua y permite conocer, mediante ella, que fue un estudioso profundo de la realidad del país y un admirador fervoroso de su pueblo, de sus luchas y de su historia.
Las activas colaboraciones de Martí en la prensa mexicana de la época, muchas de ellas bajo el pseudónimo de “Orestes”, testimonian también este vínculo cimentado por el cariño, la gratitud y el respeto. Su discurso en Hardman Hall de Nueva York del 30 de noviembre de 1889 así lo expresa: “México es tierra de refugio, donde todo peregrino ha hallado hermano.”
Es en El Partido Liberal, publicación mexicana, donde ve la luz por vez primera el 30 de enero de 1891, en idioma español y en nuestra región, su ensayo fundamental Nuestra América,
En palabras esenciales recogidas en sus Obras Completas, le dice a Mercado: “¡Oh México querido! ¡Oh México adorado, ve los peligros que te cercan! ¡Oye el clamor de un hijo tuyo, que no nació de ti! Por el Norte un vecino avieso se cuaja: por el Sur… Tú te ordenarás: tú entenderás: tú te guiarás: yo habré muerto, ¡oh México!, por defenderte y amarte, pero si tus manos flaqueasen y no fueras digno de tu deber continental, yo lloraría, debajo de la tierra, con lágrimas que serían luego vetas de hierro para lanzas, como un hijo clavado a su ataúd, que ve que un gusano le come a la madre las entrañas.
La Revista Universal, donde habitualmente colaboraba, acogió el 27 de abril de 1876 su artículo “México y los Estados Unidos”, donde apunta: “como la cuestión de Cuba, dependen en gran parte en los Estados Unidos de la imponente y tenaz voluntad de un número no pequeño ni despreciable de afortunados agiotistas, que son los dueños naturales de un país en que todo se sacrifica al logro de una riqueza material”.
En la misma publicación, el 14 de agosto de 1875, bajo el título de “Escenas mexicanas” había apreciado: “A propia historia, soluciones propias. A vida nuestra, leyes nuestras. No se ate servilmente el economista mexicano a la regla dudosa aun en el mismo país que la inspiró. Aquí se va creando una vida; créese aquí una Economía. Alzanse aquí conflictos que nuestra situación peculiarísima produce: discútame aquí leyes originales y concretas, que estudien y se apliquen y estén hechas para nuestras necesidades exclusivas y especiales”.
El 18 de mayo comienza a escribir, en el campamento de Dos Ríos, la carta inconclusa a Manuel Mercado. Resultaría su testamento político, no casualmente dirigido a su hermano mexicano, que empieza diciendo: Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir: ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso…”