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Internacional

¿Qué pasa en el ejército colombiano?

Zheger Hay Harb

Se ha vuelo habitual el descubrimiento de escándalos en el ejército nacional y la fuerza pública en general. No salíamos del estupor ante las ejecuciones extrajudiciales llamadas eufemísticamente falsos positivos cuando nos enteramos de que en la policía nacional existía una red de pedofilia (la comunidad del anillo) que involucraba a su director general para luego recibir denuncias por manejo indebido de inteligencia militar y ahora descubrir un entramado de espionaje ilegal a periodistas, defensores de Derechos Humanos y opositores al gobierno.

La revista Semana, cada día más escorada hacia la derecha por lo cual no pueden tildarla de amiga de terroristas como acostumbra hacer el ex presidente Uribe, ha destapado la existencia de una compleja red de chuzadas como se llama en Colombia la escucha ilegal de comunicaciones.

Ya habíamos visto en los años del gobierno de Uribe las chuzadas a la Corte Suprema cuando ésta adelantaba las investigaciones de los parapolíticos aliados suyos que resultaron finalmente condenados junto con varios de sus altos funcionarios. Habíamos vivido también el episodio bochornoso del DAS (servicio de inteligencia dependiente del presidente) pasándole a los jefes paramilitares información de quiénes debían matar sólo por ser opositores o apenas progresistas.

Como una afrenta a todos los colombianos vivimos la etapa de los falsos positivos en la que se asesinó a sangre fría a 5.000 colombianos según datos de Human Right Watch y todavía cada día nos enteramos de datos escalofriantes sobre la forma como los llevaron a cabo: hace poco un ex militar que declaró en la Justicia de Paz (JEP) dijo que a las víctimas las emborrachaban para llevarlas a los retenes militares de donde nunca salían.

Tuvimos que asistir también a las denuncias por corrupción de militares que pagaban con dineros públicos sus vacaciones, pedían comisión por las compras que debía hacer el ejército, exigían coimas a los contratistas y reportaban gastos inexistentes que iban a parar a sus bolsillos.

Cuando se supo que el recientemente retirado comandante del ejército general Nicacio Martínez iba a ser ascendido muchas voces se alzaron para protestar porque sobre él pesaban sospechas de falsos positivos y corrupción. Pero nada pudo impedir ese nombramiento porque Uribe y por órdenes de él Duque, estaban ansiosos por descabezar la cúpula que había participado en el proceso de paz.

El anterior ministro de Defensa dijo para justificar un bombardeo del ejército en el que murieron 12 niños que había sido un ataque a las disidencias de las Farc y en una reunión con la comunidad dijo que la inseguridad que tantos muertos estaba costando era producto de robo de la ropa que se dejaba tendida para secar y que los asesinatos de líderes sociales se debían a líos de faldas.

Recientemente, en el sainete que armaron para tumbar a Maduro, está comprometida la Armada Nacional, tan incapaz, que todavía no ha podido inventar una excusa creíble de por qué tres de sus lanchas artilladas aparecieron en la orilla venezolana del río Orinoco que marca el límite entre las dos naciones. (Este episodio será objeto de una columna especial).

Ahora se ha conocido que eso de chuzar a los adversarios llegó para quedarse: se ha descubierto una red de interceptaciones ilegales de la cual han sido víctimas periodistas del New York Times como venganza por haber publicado una directiva de Nicacio cuando era comandante del ejército en la cual ordenaba, en el estilo de la época fatal de los asesinatos a sangre fría, que incrementaran los resultados a como diera lugar, por lo cual el periódico concluyó que podía significar la resurrección de los falsos positivos.

Este último episodio de seguimientos ilegales tiene entre sus víctimas, además del ya citado, a periodistas internacionales como Linsey Addario de Time, The New York Times y Nat Geo a quien asimilaban con el ELN por un trabajo que hizo en el Chocó, Juan Forero, jefe para Suramérica de The Wall Street Journal, y Jhon Otis, corresponsal en América Latina para National Public Radio.

Son así mismo víctimas el subdirector de Noticias Uno al que quitaron el espacio de emisión por ser crítico del gobierno, el programa La Luciérnaga de Caracol Radio, Blu Radio porque uno de sus periodistas entrevistó a un jefe guerrillero del ELN, la editora de la Unidad de Datos de El Tiempo, la editora de noticias de RCN radio y el periodista independiente Daniel Coronell recién expulsado de la revista Semana.

También fueron espiados sindicalistas, congresistas de oposición, funcionarios, militares y miembros de organizaciones sociales.

Tal como cuando Uribe, para desviar el escándalo de espionaje a los magistrados, se grabó a sí mismo haciendo una llamada desde el palacio presidencial a un conocido corrupto y luego la difundió diciendo que era él quien estaba siendo espiado, ahora salen con el cuento de que uno de los espiados era un discípulo amado del presidente eterno, amigo incondicional de Duque y actual embajador ante el Vaticano.

Pero ese truco ya lo conocemos. Lo que no acabamos de conocer en su exacta dimensión es la podredumbre que corroe al ejército.

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