Internacional

Los panes, los peces y la revolución

Jorge Gómez Barata

En ninguna época, ninguna revolución se realizó para aumentar la producción o mejorar la gestión económica; todas, de alguna manera, han tenido como objetivo establecer rangos de justicia social.

La amalgama entre el poder político que proporciona el control absoluto sobre la maquinaria del estado, la propiedad estatal que subordina la economía al poder, los déficits institucionales del socialismo real y los excesos estalinistas, generaron malformaciones que hicieron inviable el proyecto soviético donde quiera que se aplicó. Europa Oriental optó por abandonarlo, la URSS colapsó, mientras China y Vietnam parecen haber encontrado cómo resolver los defectos de génesis, en tanto Cuba busca cómo hacerlo.

La Revolución cubana, por ejemplo, fue convocada para luchar contra la tiranía de Batista y realizar un programa de justicia social basado en seis puntos y un corolario. Entonces, Fidel Castro lo formuló de la siguiente manera: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”.

En aquel programa revolucionario, radical porque fue a las raíces y genuinamente autóctono, existen alusiones esenciales al pensamiento de José Martí y a pasajes de la historia de Cuba, mas no hay una sola palabra ni una sola idea que sugiriera preferencias o compromisos doctrinarios. En mi opinión, se trató de un programa socialista en el cual el socialismo se encontraba en estado práctico.

Como según refiere la Biblia, hizo Jesús de Nazaret, las revoluciones obran el milagro de multiplicar panes y peces, no porque creen panes y peces, sino porque distribuyen con justicia y racionalidad los existentes. La reforma agraria no “creó” tierras ni la reforma urbana edificó viviendas, sino que distribuyó con equidad las existentes. Ese mismo proceso falló cuando en lugar de distribuir lo que había, se trató de producir nuevos bienes en escala capaz de satisfacer necesidades sociales, momento en el cual el modelo asumido para manejar la economía, reveló sus carencias.

Francamente, no puedo acreditar la idea de que un hombre de las luces de Karl Marx propusiera destruir el modo de producir y crear riqueza más eficaz que haya conocido el género humano. En un impar ejercicio dialéctico, el Prometeo de Tréveris, prodigó los mayores elogios al capitalismo y realizó del mismo la crítica más despiadada, probando conceptualmente que el capitalismo desarrollado es, a la vez que una fase histórica necesaria, una etapa perecedera.

Está escrito que Marx no percibió la revolución proletaria como fruto del voluntarismo, como un hecho aislado ni como resultado de contingencias políticas locales; tampoco de conspiraciones. Para él, el socialismo sería una nueva formación social que, llegado el momento, sustituiría al capitalismo ocupando el espacio de toda una época. En esencia Marx no avizoró un país revolucionario, sino una época de revolución social. Ese momento, no ha llegado.

El fundador del socialismo científico nunca auspició conspiraciones ni estimuló el clandestinaje y lo hubiera aterrado pensar que el camino que conduciría a esa nueva época histórica pasaría por una aniquiladora guerra civil que dividiría a la gente y arruinaría la economía. En su credo, al abrirse la nueva época que inevitablemente sucedería al capitalismo, habría un período de transición en el cual las relaciones sociales asumirían el contenido socialista.

Por concebir como escenario de esos procesos a los países más altamente desarrollados, Marx no supuso que la edificación de una base económica sería una tarea fundamental para el Estado. El término “construcción del socialismo” no es de su autoría.

Ha corrido demasiada agua bajo los puentes y hoy es difícil establecer qué es cierto y qué son equívocos en los preceptos de la teoría marxista y determinar qué son legados y qué es lastre. Sólo hay algo cierto, Raúl Castro y Díaz-Canel no pueden buscar las respuestas que necesitan en el pasado ni en un cuerpo doctrinal fallido, necesitan leer la realidad y actuar en consecuencia. Ellos saben cómo hacerlo y cuentan con las herramientas y lo apoyos necesarios. Allá nos vemos.