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Internacional

Donde hay principios, no come el miedo

Pedro Díaz Arcia

Apenas dos días después de que el virtual candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden, declarara a CBS que retomaría la política de Barack Obama hacia Cuba de llegar a la Casa Blanca, la Embajada de la isla en Washington fue atacada.

El líder demócrata era el vicepresidente de Estados Unidos (2009-2017), cuando se reanudaron los vuelos comerciales y cruceros al país caribeño, se redujeron restricciones en distintas esferas para promover el intercambio bilateral, sin eliminar el bloqueo, y se abrieron las respectivas misiones diplomáticas en La Habana y Washington.

En el diálogo con la cadena informativa, Biden afirmó “Esto es más que sobre Cuba, se trata de todo el Caribe y se trata de todos nuestros amigos y aliados en América Latina”. Hay un antes y un después luego de que asumiera la presidencia Donald Trump.

De inmediato, la campaña electoral del magnate se lanzó contra Biden al aseverar en un comunicado que fue “suficientemente dañino” porque, como vicepresidente, no levantó jamás un dedo contra Cuba o Venezuela; el texto se vanagloriaba de que el gobernante sí impuso “fuertes sanciones contra la dictadura comunista de Cuba por sus acciones”, sin esclarecer cuáles.

A la plana del gobierno se sumaron miembros de organizaciones contrarrevolucionarias, sicarios de la CIA. Uno de sus cabecillas dijo que Biden debía reubicar su posición “con el electorado del Sur de Florida”. Quizá era el viento delantero de una amenaza -no disipada- en las intenciones imperiales.

Ayer sábado se adelantó la noticia de que quien oprimió el gatillo contra la Embajada de Cuba es un “loco”, provisto de un raro cuento, salido de un guión de baja categoría. ¿Qué oportuno el “demente”? ¿Dónde aprendió a manejar un fusil de asalto?

Los fundamentos de las relaciones con la Mayor de las Antillas cambiaron radicalmente y ahora están en manos de Marco Rubio, un ultraderechista devenido en amanuense de Trump. En marzo de 2016, cuando la lucha por la nominación republicana a la Casa Blanca estaba en su auge, Rubio declaró en una entrevista que Trump era “la persona más vulgar que alguna vez haya aspirado a la presidencia” de Estados Unidos. Luego de arribar al poder, el oportunismo hizo de las suyas y convirtió al “pequeño Marco”, como lo llamaba despectivamente el actual gobernante, en el encargado de reorientar el qué hacer contra nuestro país.

A propósito, entre otros enemigos de nuestra patria, se apresuró a “des-Marcarse” de la agresión.

Desde la toma de posesión, en enero de 2017, la Casa Blanca revirtió la política de acercamiento entre las naciones impulsado por la administración precedente para implementar medidas que han recrudecido el bloqueo. Un fiel ejemplo: activar una cláusula de la extraterritorial ley Helms-Burton para permitir que los ciudadanos estadounidenses, incluidos cubanos nacionalizados, demanden en tribunales locales a compañías que se favorezcan de propiedades expropiadas por la revolución.

Opino que la agresión llevada a cabo por un loco “obsesionado” con Cuba, forma parte de la conjura contra la Revolución: dirigida contra la seguridad de nuestros diplomáticos y cooperantes; así como contra los simpatizantes de la Revolución en el mundo, sean de la nacionalidad que sean; en un vano esfuerzo de intimidación. Una agresión contra una embajada es una agresión contra la soberanía de una nación. Si alguien la ataca, el Gobierno receptor debe asumir la responsabilidad. Además, de tratarse de una buena costura para ganar votos en un Estado de un equilibrio inestable entre demócratas y republicanos.

No faltará la desinformación. Aunque debo dejar algo muy claro, como me gusta decir: ¡Donde hay principios, no come el miedo!

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