En el poblado Jiménez, del municipio de Nacajuca, los chontales concluyen estos días la elaboración artesanal de las veladoras, una costumbre antigua que fue retomada a finales del siglo XIX y que poco a poco se extingue por la apatía de las nuevas generaciones.
Nacajuca (México), 26 de octubre (EFE).- Por generaciones, los indígenas chontales de Nacajuca , en el suroriental estado mexicano de Tabasco , elaboran las tradicionales velas de cebo que simbolizan la luz del regreso de los fieles difuntos en el Día de Muertos en México, del 1 al 2 de noviembre.
En el poblado Jiménez, del municipio de Nacajuca, los chontales concluyen estos días la elaboración artesanal de las veladoras, una costumbre antigua que fue retomada a finales del siglo XIX y que poco a poco se extingue por la apatía de las nuevas generaciones.
Es un trabajo que aprende uno a hacerlo y te ganas una lanita (dinero). La nueva generación ya no quiere nada con esto, no les interesa, se va perdiendo”, lamentó este sábado a Efe Domitilo de la O Peralta.
En este sentido, el artesano explicó que ni sus hijos ni sobrinos están ya interesado en heredar esta antigua costumbre.
Como peculiaridad, no generan prácticamente humo y tiene forma espigada. Foto: EFE
Él es el único de cuatro hermanos que continuó la tradición. Adicionalmente, cada vez es más difícil conseguir la grasa de res en las comunidades debido a su alto costo y su compleja elaboración, lo que hace subir el costo de la materia prima.
“Yo hago unas 5 mil velas, antes se hacían más, antes había bastante grasa (para las velas), ahorita se va agotando y la tradición también, como que se va dejando de hacer hasta en el panteón de la gente que está dejando lo tradicional”, dijo.
Según la tradición, las velas guían a las ánimas en los altares montados en hogares mexicanos.
Como peculiaridad, no generan prácticamente humo y tiene forma espigada.
Son quemadas durante la noche del 1 de noviembre en el Día de Muertos, así como en rezos a lo largo de todo el mes.
UN TRABAJO ARTESANAL Y EN EXTINCIÓN
En alrededor de hora y media que tarda cada vela en ser consumida, se invierten al menos 24 horas en la elaboración de cada pieza, de acuerdo a Domitilo, quien desde los 13 años las fabrica junto con sus hermanos y varias de sus esposas.
Cada año, al comenzar la tercera semana de octubre, alista los ingredientes recipientes y estructuras necesarias para dar forma a las veladoras, obtenido de la grasa de las reses y acumulada desde un año anterior.
Durante el proceso de elaboración, la grasa animal se derrite a fuego de leña, en el interior de barriles de metal, un proceso de curación combinado con parafina.
Las vende a unos diez pesos la unidad. Foto: EFE
Posteriormente, los pabilos son remojados repetidamente hasta llegar a 30 repeticiones para lograr el grosor en diferentes etapas.
El trabajo rústico en su fabricación puede llevar un día entero si las inclemencias del tiempo lo permiten, de lo contrario, una lluvia podría arruinarlo todo.
“El primer paso es tener la grasa de res y el segundo paso es comprar la parafina para el proceso, el pabilo y papel hilo. Aquí le estoy presentando la vela ya elaborada, terminada para envolverla”, explicó.
Una vez secas y sólidas son empaquetadas en papel periódico para su posterior venta en mercados públicos y tiendas Domitilo, dice que antes de que la crisis y el desdeño de sus hijos lo golpeara, sus hermanos elaboraban entre 10 mil y 15 mil velas de cebo, una cifra que ahora se redujo a 5 mil.
Las vende a unos diez pesos la unidad.
Bajo un improvisado taller junto a su vivienda se encuentran colocados barriles donde realiza la mezcla del cebo con la parafina, cada uno situado sobre leña cuyo fuego mantiene derretido el contenido durante unas 13 horas.
La faena inicia de madrugada y termina pasado el mediodía.
Con la ayuda de su familia, que también se dedican a estas fechas a elaborar las velas, toman los moldes con los hilos en los cuales se adhiere la mezcla y a la vez sirven de mechas para después comenzar la fabricación de cada una de ellas.
Hasta hace 20 años, al menos 6 localidades indígenas elaboraban este producto, pero a la fecha la mayoría de talleres lucen abandonados y son transformados para la fabricación de artesanías de bejuco y de madera fina.
En los altares de muertos se colocan fotografías de los difuntos, así como alimentos que en vida les gustaba consumir.
Y al pie de estos, quienes todavía mantienen la tradición, colocan en hiles varias velas de cebo, ya sea en el suelo o sobre una tabla angosta de madera.
De acuerdo con las costumbres, hay quienes solo queman las velas hasta el día previo al Día de Muertos, en la creencia de iluminar el camino a las ánimas previo.
En otros hogares, las queman en su totalidad la noche del 1 de noviembre o madrugada del 2 de noviembre, al igual que en los rezos en memoria de los difuntos.