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México

Profesor cambia con el canto la vida de drogas y violencia de niños

SALTILLO, Coahuila, 25 de diciembre (Vanguardia).- Un coro de voces angelicales, vestidos con uniforme escolar, resuena poderoso en el blanco, serio y denso espacio de un elegante sanatorio.

Las voces lucen bien plantadas en un extremo rincón de la sala, frente a un monumental árbol de Navidad que refulge de escarcha y luces multicolores.

El público, en su mayoría damas enfundadas en traje sastre; varones de saco, camisa y zapatos relucientes, presencian encantados el recital de aquellas voces que entonan magistrales, límpidas, armoniosas: Noche de Paz,

El niño del tambor, Blanca Navidad, Los peces en el río…

La gente, que permanece de pie en el salón, se derrite en aplausos y bravos para los chiquillos vestidos de pants azul marino con franjas verdes y blancas; alba playera o verde falda de tablones, el atuendo de la Escuela Secundaria General Número 4 “Profesor Apolonio M. Avilés”.

Es una tarde más bien templada, y los niños cantores de la 4, que han venido para endulzar el encendido del pino de este hospital, son puras sonrisas cándidas, tiernas, inocentes, con cada ovación que les prodiga la concurrencia…

Pero ¿alguien entre aquella gente intuye si quiera la historia que se anida en la profundidad de estas gargantas prodigiosas que ahora se desgañitan con esplendor sobre una pista musical navideña?

Martes a la 1:30 de la tarde, la hora de salida de los chicos de la Secundaria 4, calles Francisco Sarabia y Alberto Braniff, colonia Gustavo Espinosa Mireles, catalogada, desde siempre, como un sector donde las clicas y el “crico” (droga) son moneda corriente.

Karinthya Mael Saucedo Rodríguez, la directora, cuenta cómo y por qué surgió el coro de niños cantores de esta escuela. Dice que sucedió en el ciclo escolar pasado tras la llegada de Juan Antonio Ortiz Gaona, el maestro de música, y tras la llegada de la convocatoria para el Concurso de Interpretación del Himno Nacional.

“Le digo ‘maestro usted es de música, lo voy a novatear: Necesito que me prepare a un grupo de 20–35 niños para el Himno Nacional. Tiene 15 días y nos vamos al concurso’. Así fue como surgió”.

En esa ocasión el coro no conseguiría salir en hombros de aquella competencia, empero su participación deslumbró, sorprendió, a las autoridades de la secundaria.

Por esos días al profesor Antonio le vino, como una inspiración, la idea de formar un coro de niños.

El coro de la

secundaria 4

El primer coro de niños, en 44 años de existencia, de esta escuela, la “Apolonio M. Avilés”.

“El requisito no era ni que afinaran… sino que les gustara cantar, que quisieran estar ahí. Cuando yo comencé a hacer las audiciones la pregunta era ‘¿y qué nos van a dar a cambio?’. Para mí fue un logro maravilloso, como maestro, que ahora los chicos me persiguen para decirme, ‘maestro, ¿cuándo vamos a ir a cantar al asilo, a la casa hogar, con los niños? Hay que llevarles dulces’. Eso fue muy lindo. En un principio era ‘qué voy a recibir’, ahora es ‘yo quiero dar’. El arte y, específicamente, el canto, ayuda muchísimo a cambiar la perspectiva, las aspiraciones de los chicos, a hacerlos mucho más empáticos, sensibles, más sanos, y el canto sana, y si tenemos niños más sanos emocionalmente tendremos una sociedad más sana”, dijo Antonio Ortiz, el director de este coro, hoy conformado por 46 niños de los tres grados.

“Los niños empezaron a pedirle a él: ‘profe, vamos a seguirle’ y ‘a seguirle’. El profe los ensayaba después de clase. Los niños se quedaban, el profe, sin paga y sin nada, se quedaba… Tiene una facilidad enorme yo no sé cómo le hace, pero los prepara muy rápido. Ahorita estamos con el apoyo del profe porque aun así él le invierte mucho tiempo que no se le paga”, narró Karinthya Saucedo, la directora.

Muchos de los jóvenes que se habían animado a audicionar para entrar en el grupo de canto, eran estudiantes que pasaban por una situación académica y de conducta, peliaguda.

“Porque como se salían del aula de clase para ensayar… Eran los tremendos, los más inquietillos, que no querían estar en el salón”, narró Saucedo Rodríguez.

Chicos que estaban prácticamente reprobados, con un pie fuera de la secundaria, que ya tenían carta compromiso, es decir, un documento firmado por ellos mismos en el que se comprometían a comportarse o de lo contrario corrían el riesgo de ser echados de la escuela. Era su última oportunidad.

“Había otros niños que no, niños que les gustaba mucho cantar, que tenían su promedio regular y hasta de cuadro de honor y todo…”, aclaró la profesora Karinthya,

La estrategia que se inventó la escuela con aquellas ovejas descarriadas que habían decido, por propia voluntad, entrar al redil, se resume en una simple, pero dura frase, una condición: “tú trabajas… y sigues perteneciendo al coro”. La fórmula funcionó.

Y Antonio se lanzó en esa aventura azarosa de explorar y descubrir dones y talentos que hasta entonces permanecían ocultos en los chicos. “Había un chico que siempre estaba en la esquina del salón, nunca hablaba con nadie, estaba completamente aislado de todos, como en su mundo, ausente. Fue muy bonito que mediante el trabajo que hicimos en coro, el chico de ser como no tomado en cuenta porque estaba siempre en la esquina, cuando empezamos a vocalizar, los niños más avanzados se quedaron sorprendidos de su calidad vocal. Fue maravilloso verlo salir de la clase de coro como un pavorreal al chamaco, ver cómo empezaba a interactuar con otros chicos. Le ayudó muchísimo a tener mayor interacción social y poder abrirse con sus compañeros, ser más seguro de sí mismo. En él yo vi un cambio”, platicó el profesor Antonio.

Los docentes de la secundaria comenzaron a notar ciertos cambios positivos en el comportamiento de los plebes y su rendimiento escolar. Su disciplina mejoró bastante y sus notas fueron para arriba como globos aerostáticos.

“En el contexto de los chicos no se escucha música clásica. Es interesante cómo es que ellos lograron adquirir esa técnica para cantar, cuando su contexto estético del canto es otro”.

Sandra dice que casi la totalidad de los entre 520 y 530 alumnos que asisten a este plantel, son de estatus económico bajo y medo bajo, tienen carencias económicas, alimentarias y provienen de familias monoparentales o compuestas.

“Viven con sus madrastras, con padrastros, con sus abuelitos, con tíos. Hay madres solteras, padres solteros…”.

La violencia doméstica, física y emocional, y las adicciones legales e ilegales en casa, son el denominador común en la vida de muchos de estos chiquillos.

“No les dan ese ‘tú puedes llegar más allá’. A veces los chicos: ‘qué quieres estudiar’, ‘pues quiero entrar a General Motors, donde está mi papá’. Ese es el perfil que ellos quieren, entrar a la fábrica donde está mi papá. A las niñas sobre todo… ‘no pos para qué estudias, te vas a casar’. Es un problema que estamos tratando de erradicar”, dice Sandra.

La mayoría de los estudiantes de la 4 habitan en colonias como Pueblo Insurgente. Valle Azteca, Antonio Cárdenas, María Luisa, Loma Alta, Roma, Anáhuac, Isabel Amalia y, por supuesto, la Gustavo Espinosa, sectores, todos, donde predominan las bandas y la loquera.

“Hay colonias donde he realizado visitas domiciliarias y sí, el sector es de adicciones y te topas con la problemática de que ya están consumiendo algún tipo de droga, ya están tomando a muy temprana hora del día. Es un sector de riesgo”.

Sandra dice que cuando la mandaron a trabajar aquí, sintió temor por la fama que se cargaba esta secundaria. “Pensaba ‘ups, dicen que los maestros tienen que resguardar su automóvil en unas cocheras con techo y malla porque hay pedradas’, pero al momento que llegó a la escuela, nada que ver… La tomo como una opción para poner aquí a mi niño, para inscribirlo aquí. Es buena escuela”.

El profe Antonio cuenta que al principio, y todavía hasta hace algunas semanas, las cosas con los niños cantores de la Secundaria 4 no eran nada sencillas, tal y como podría pensar la gente que ahora los mira y admira cuando se presentan en público.

La apatía de algunos elementos femeninos del grupo estuvo a punto de dar al traste con todo y ocasionar que el flamante maestro de música de la “Apolonio”, tirara la toalla. Pero no.

“Era un suplicio, un su-pli-cio –dice– no querían cantar, les decía ‘vamos a hacer otras cosas’, no querían hacer nada, nada, sólo estar sentadas, platicando. La verdad a mí me frustraba muchísimo porque yo quería ver repertorio y no podía. Si íbamos a poner una canción ‘ay no, qué flojera’. El problema es que luego me contaminaban a todos los demás. De repente eso es como triste y un poco frustrante para uno de maestro, que no los puedes jalar… Es complicado. Todo les molestaba, nada les daba felicidad en la vida. Nada. Que no querían cantar, que no les gustaba, que les daba flojera, les digo: ‘pero entonces para qué hicieron audición’. Yo pregunté, ellas hicieron la audición y entonces ya los anoté en la lista. Traté de llegar a acuerdos con ellas, ‘vamos a ver una canción que les guste’, medio que querían a veces, pero no”.

Entonces Antonio tuvo que dividir el grupo entre los que no querían cantar y los que trabajaban. “A los que no, les ponía otra actividad y trabajaba nada más con unos cuantos, pero luego no se callaban y para la cuestión del coro necesitábamos mucha concentración, silencio”.

Finalmente, el profesor de música hubo de tomar una determinación que le caló hondo en el alma: separar del coro a las ovejas rebeldes y buscarles acomodo en otro club de la escuela que les llenara el ojo. “La verdad es que estoy muy contento porque había sido muy difícil en días pasados llevar al coro a donde yo quería. Ahorita es una maravilla, disfruto enormemente”.

Rocío Martínez es la maestra de apoyo de la secundaria 4, encargada de atender a los chicos, unos 30, con problemas de lecto–escritura y discapacidad intelectual e hiperactividad. Un día se acercó con el profe Antonio para preguntarle si podía admitir en el coro a algunos de sus chavos y él dijo que sí.

Rocío habla del caso de una chica tímida, retraída, callada, a la que le costaba relacionarse con sus compañeros. El coro la cambió. “Ella en un principio, cuando platicábamos, cuando estábamos trabajando, siempre agachada, nunca te veía a los ojos, usaba su cabello para taparse la cara y ahora no, hasta se peina muy bonita. He visto que a partir de que entró al coro ha tenido mucho cambio. Es más sociable, más despierta, más desinhibida”.

Cuenta también la historia de otro inquieto joven con lento aprendizaje y atraso escolar, que ha demostrado progresos después que ingresara al club de los niños cantores de la 4. “Creo que el coro es un espacio que lo motiva y a la vez lo relaja. Es un espacio donde los alumnos pueden expresar sus emociones, sacar todas esas frustraciones que tienen. Les da seguridad, autoestima, presencia, porque son alumnos que aquí no se notan y van fuera y, uy, se lucen…”, dice Rocío una mañana desde su escritorio atestado de materiales didácticos.

Rocío dice que muchos de los plebes que estudian en esta secundaria no tienen sueños, futuro, un proyecto de vida. “Viven al día, mañana a ver qué pasa, no tienen ese sueño… Esa motivación. Yo hablo mucho con ellos de eso porque es lo que les va a dar en la vida… Luchar por ese sueño, ser alguien…Hay uno que otro que sí”.

A Valeria, 14 años, tercero “c”, de la “Apolonio”, su abuela fue quien le transmitió, con las canciones de Pedro Infante, el gusto por la música. Desde muy cría se había iniciado en el mundo de la ópera en Esperanza Azteca. Cuando supo que en la secundaria se abriría un grupo de niños cantores, decidió, sin pensarla dos veces, que quería audicionar. Fue aceptada sin mayor trámite.

Hasta ahora le ha gustado, pese a que las canciones que pone el profe Antonio son complicadas, por la altura y tesitura de las notas. “Es muy padre porque son experiencias que no habíamos tenido aquí en la secundaria. Nunca se había hecho algo así”, dice Valeria que ha tenido que salir de la clase de química para atender la entrevista.

Y platica que a ella el coro le cambió la vida. “Antes era muy despapayosa, me ayudó. Si antes era de buenas calificaciones, mejoré, y ya no soy tan desordenada. Ahora muchos me ven en receso y ‘ah mira es la que canta bien bonito…’. Los profesores me ven y ‘hija, cantas bien hermoso’”.

Daniela, tercer año, dice que ella se metió al coro porque le gusta cantar y le apasiona todo lo que tiene que ver con el arte. “Me siento única porque no es como que a cualquier persona le digan que si quiere interpretar una canción. Se siente muy bonito que te escojan, que te llamen, vamos a ir aquí, allá…No todos tienen esas oportunidades. El que nos consideren personas importantes me llena”, dice la niña, desde una banca del patio de la escuela.

Hay dos motivos por los que a Evelyn le fascinado pertenecer al coro de los niños de la 4: que le da chance de salir y conocer nuevos entornos y que siente bomba cuando le recompensan su esfuerzo de aprenderse las canciones y aguantarse los nervios, dice antes de engullir el último bocado de su almuerzo en el comedor estudiantil.

Otro mediodía en su oficina, donde ha visto desfilar a decenas y decenas de chicos que van a buscarla para pedirle consejo, una orientación, la psicóloga Cintia Ortiz dice que el coro ha resultado de mucha ayuda sobre todo por esa serie de cambios físicos, emocionales, fisiológicos, que están teniendo los adolescentes. “El joven tiene la oportunidad de expresarse, de sacar toda la energía. Están muy entusiasmados, les gusta esto del canto”.

Y platica de un chaval del coro que recién sacó el tercer lugar en aprovechamiento, gracias al cambio que hubo en su conducta. “Por querer salir a los ensayos, cumplía con clases, ponía atención, entonces sí, sí hay un cambio. Este alumno era muy inquieto, interrumpía constantemente en clase, Quería estar constantemente fuera del salón…”.

– ¿Qué problemáticas ha visto?

Familias desintegradas, pero con un detalle: las muertes de familiares por cáncer y esto no lo han manejado y hay mucho duelo en el alumno. Parte de esta rebeldía es eso, que no han manejado su duelo correctamente. Tenemos alumnos que mamás mueren de cáncer y se tienen que integrar a las familias de los abuelos o con papá. Situaciones en donde les cambia todo su entorno y todo esto se refleja en la escuela. Me ha tocado que las madres abandonan mucho a la familia y se van, es algo… poco usual… normalmente es al padre el ausente. Y el alumno lo maneja, ‘mi mamá nos abandonó’, lo sufren como un abandono”.

A mediados de noviembre los niños del coro de la Secundaria 4 llevaron su repertorio, como un regalo de la escuela, para los ancianos de un asilo privado de la ciudad. Salieron llorando.

Los chavos habían visto en los rostros de aquellos viejos a sus abuelos ausentes. “Fue maravilloso, todos terminamos chillando ahí. Fue muy emotivo”, contó el profe Antonio.

Fresca mañana de martes en un aula de segundo grado.

Los niños cantores ensayan para su próxima presentación en una obra que montarán estudiantes de la Compañía Teatral de la Secundaria 5, de la Guayulera. “Trabajamos con la imitación, aunque también con técnica. Vemos la cuestión del paladar, jugamos con imágenes como bostezar. Que quieres bostezar o que tienes sueño. Les pongo sonidos y ellos empiezan a imitar ese sonido. Que la voz se vaya a la cabeza, que no esté apretado el sonido en la garganta. Que la voz sea más natural”, dijo el profe Antonio.

Pero los muchachos amanecieron más inquietos que de costumbre y no se calman.

“Todo el mundo guardando paletas… Sin chicle, por favor, shshsh ¿Listos?, ahora sí cantamos. Bien concentrados…”, dice el profe Antonio.

Los niños cantan “Akai Hana”, una melodía japonesa, su favorita, luego “Carca del arcoíris” y de postre entonan y bailan “El Burrito Sabanero”.

El timbre estridente de la campanilla que anuncia la hora de receso disuelve el ensayo. A jugar.

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