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México

RELATO | '¡Señora, pase a la prueba, pasteles en 10 pesos!”, decían. Así se estafaba en CdMx, Edomex…

Se trabajaba en hornos y anaqueles que estaban repletos de ratones y cucarachas. No importaba la salud de los clientes. No importaba porque la venta era nómada.

Ciudad de México, 3 de agosto (SinEmbargo).– “¡Señora, pase a la prueba , pasteles en 10 pesos!”, se gritaba. Se ofrecían bizcochos de chocolate, naranja, fresa, nuez, queso, elote . Las personas se acercaban y recibían un trozo de pan que sabía rico. Sacaban sus dos monedas de cinco  pesos y se marchaban. Acababan de ser estafadas.

La operación era muy simple. Los comerciantes hacían montones y montones de roscas o “pasteles” sin calidad, pura agua con harina y levadura; compraban un pastel bueno, el cual costaba entre 35 y 45 pesos y que ofrecían de “prueba”.

Se trabajaba en hornos y anaqueles que estaban repletos de ratones y cucarachas. No importaba la salud de los clientes. No importaba porque la venta era nómada: cuando el producto llegaba a un lugar, simplemente no se regresaba ahí. Los compradores no contaban con un lugar al cual ir a reclamar.

Al menos una familia de la Ciudad de México utilizó durante años esa treta para vender pan que, en varias ocasiones, ya estaba echado a perder.

La venta de las roscas se llevaba a cabo en la Ciudad de México, en el Estado de México, en Hidalgo, en Guanajuato, en Guerrero, en Puebla… todos los lugares a los que se pudiera llegar vía terrestre, utilizando un vehículo que cargara la apócrifa mercancía.

Había clientes que probaban lo que acababan de comprar y lo devolvían. Sin embargo, era una porcentaje mínimo la gente que lograban percatarse antes de que el puesto ambulante se parara en otra esquina.

Había clientes que compraban sólo una rosca, pero también había quien se gastaba 100, 200 pesos. Pedían de todos los sabores y el despachador sacaba hasta de limón.

Terminales de autobuses, estaciones de Metro, lugares céntricos, escuelas, lugares donde el flujo de personas fuera abundante eran donde trabajaban. Las carreteras eran su mayor compañía.

Era un estafa. La gente se marchaba creyendo que acaba de comprar la cena y no: lo que había adquirido era basura.

Por Carlos Vargas Sepúlveda

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