Tengo una colección de guitarra única. Presento todo lo que se toca en el mundo. De eso se trata: que la guitarra se mantenga viva
Juan Helguera es, sin duda, uno de los compositores mexicanos de guitarra clásica más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en Mérida, Yucatán, en el año 1932, el guitarrista emigró desde joven a la capital del país para realizar sus estudios en el Conservatorio Nacional de Música, donde perfeccionó su técnica y su obra de la que destacan sus doce Estudios, Impresiones, Danza, Callejones de Taxco, Homenaje a Satie y Un retrato y que ha sido interpretada por grandes ejecutantes como Juan Carlos Laguna, Julio César Oliva y el joven Cecilio Perera.
Además, Juan Helguera es un importante promotor de la guitarra y su historia, pasión que lo ha llevado a escribir crónicas e investigaciones, entre ellas, “La guitarra en México” (1996) y “Conversaciones con guitarristas” (2001). Apodado el “Apóstol de la difusión de la guitarra”, ha trabajado en programas de televisión sobre guitarra y música clásica y mantiene desde 1971 en Radio Unam las emisiones “La guitarra en el mundo” y, más recientemente, “Los compositores interpretan”.
Reconocido nacional e internacionalmente, Juan Helguera ha participado en diferentes festivales como el Festival de Taxco, el Festival de Guitarra Juan Helguera —creado en Yucatán en honor al compositor—, y homenajeado en el VIII Encuentro de Internacional de Guitarra 2013 que tuvo sede en la ciudad de Xalapa. Asimismo, le han sido otorgadas distintos oropeles, entre ellos: la Medalla Yucatán (1986) y la Medalla Eligio Ancona (1999) por el aporte de su obra y la importancia de su carrera musical.
El 19 de abril del 2014 viajé a la Ciudad de México y tuve una conversación con el guitarrista y compositor en un café en el corazón de Coyoacán. Era una mañana soleada y mucha gente recorría la plaza, miraba artesanías o platicaba animosamente en alguna banca bajo la sombra; el griterío feliz de los niños y la melodía del organillero que se repetía y mezclaba con el gorgoteo de la fuente daban la sensación de estar en una pequeña ciudad de provincia. Identificar a Juan Helguera no fue difícil, pues las fotos que había consultado en la red no distaban de ese hombre que ha sabido llevar bien los años con el que me encontré.
Luego de presentarnos afectuosamente tomamos asiento en una mesa de la cafetería e intercambiamos algunas impresiones sobre nuestra tierra en común. No tardaría en confirmar lo que el poeta José Díaz Cervera escribió sobre el guitarrista, llamándolo “Un experto en el humor de triple fondo y en el diálogo cargado de sentidos cáusticos”. El inicio de la conversación giró en torno a la familia, los amigos artistas como los poetas y escritores Carlos Illescas, Oscar Oliva, Ermilo Abreu Gómez y Juan Rulfo, así como del pintor Fernando Castro Pacheco y el cineasta Mario Helguera; la vida provinciana, los recuerdos infantiles de la antigua casa en la calurosa Mérida y los años de juventud en la Ciudad de México. Poco después, y ante el bullicio que nos rodeaba por encontrarnos en un lugar abierto, pasamos al bar del Sanborns donde el encuentro adquirió un tono más serio, aunque nunca desprovisto de humor.
Este es el resultado de dicho encuentro.
***
Mario Salvatierra: Usted viene de una familia de larga tradición médica, aun así, se encaminó al arte, a la música. ¿Cómo fue su acercamiento?
Juan Helguera: En mi casa había un piano de cola. Mi madre de jovencita tocaba, asimismo mis hermanas estudiaron y tocaron ese instrumento. Todos en casa éramos muy afectos a la música, siempre se oía. Por lo que, desde joven, yo quise ser músico. En Yucatán estudié guitarra, desde los 13 años, y piano, desde los 17; sin embargo, en Yucatán, en aquella época, casi nadie tocaba la guitarra clásica, no existía técnicamente. Por otro lado, maestros de piano sí había, estudiaban en Europa y tocaban dos o tres veces al año, mucha gente asistía a los conciertos.
MS: Al respecto de la ausencia de guitarristas y compositores en Yucatán… pienso en Guty Cárdenas que es uno de los pilares de la música yucateca del siglo XX, ¿qué opina de él y su obra?
JH: Mira, el primer Guty Cárdenas fue buen compositor. El pertenecía a una familia de clase media alta y vivía en los Estados Unidos. Estudió contaduría. Ahora bien, su hermano menor es el primer graduado en guitarra en la Ciudad de México. Hace unos años di una conferencia en la Universidad Autónoma de Yucatán para dar a conocer este hecho e incluso sobre la obra de Guty, porque tal parece que nadie conoce a nadie, incluso ahora Guty ha desaparecido; él era un gran compositor, tremendo. El diálogo entre músicos y poetas era muy fuerte. Los poetas escribían las letras y los músicos se encargaban de poner la música. Había cooperación. La canción popular yucateca era de primer nivel. Desgraciadamente, el tiempo pasa y punto, ¡adiós! el hermano de Guty es el primer graduado en guitarra, excelente ejecutante, y el aquí presente tiene una grabación de él de un programa de radio donde toca Bach y Tárrega.
MS: Por lo que comentas se entiende perfectamente bien la necesidad y urgencia de emigrar a la Ciudad de México. ¿Desarrollarte como músico fue la razón principal por la que decidió salir de Yucatán?
JH: Sí, esa fue la razón principal porque en Yucatán no se estudiaba la guitarra. La guitarra clásica se estudiaba aquí en la Ciudad de México, es decir, la técnica. Como dije, yo empecé a trabajar primero con la guitarra. Veía a otros guitarristas, aprendí por mi cuenta, tuve un par de maestros discretos. Pero, realmente, yo me hice guitarrista por mí mismo, en parte, gracias a mis conocimientos de música, fui autodidacta desde los 17 años y, a la par, mi música cambió muchas cosas, especialmente, la armonía.
MS: Mencionó a Claude Debussy como uno de sus compositores favoritos, su música lo marcó especialmente, es inaugural en su concepción musical.
JH: Por supuesto, es mi gran maestro. Yo pensaba, ¿por qué demonios en la guitarra no hay una armonía de novena, de oncena, de docena, y en piano sí? ¿Por qué en la guitarra no? Y cualquiera que se sienta molesto por lo que digo puedo darle hechos: yo escribí una composición de tres partes llamada “Impresiones” en la década de los sesenta con ese tipo de armonías y me gustaría saber qué obras de guitarra, anteriores a la mía, se utiliza esas armonías. El gran Heitor Villa-Lobos escribió sus “Estudios”, doce en total, en 1929, sólo que se editaron en 1962, o sea, nadie los conocía. El sí tiene grandes armonías. No había llegado a donde yo había llegado.
Yo tengo dos héroes: Debussy y Bach. Son mis dioses. A los 17 años conocí la música de Debussy al piano, me cambió la vida porque su música me llamó la atención. En guitarra no existían esas cuestiones armónicas avanzadas. Francisco Tárrega, ¡olvídate!; Miguel Llobet, ¡nada!; Manuel M. Ponce, que escribió mucho para guitarra, me hubiera gustado que, así como los preludios que escribió para piano, los hubiera escrito con la misma armonía para guitarra, sólo que a Andrés Segovia si le ponías una séptima no la tocaba porque le parecía muy moderno. Segovia fue muy bueno para otra cosa, sobre todo por la época que vivió, porque la guitarra no existía en el mundo hasta la década del sesenta. En esa época, los sucesores de Segovia: Julian Bream, John Williams, Alirio Díaz, Narciso Yépez, Antonio Lauro, por decirte unos cuantos, cambiaron la guitarra. Ida Presti, que fue mi amiga, y el mejor dúo que hubo en el siglo XX: Presti-Lagoya.
Cuando vinieron a México los entrevistamos, venían de grabar su primer disco en los Estados Unidos; ella era una mujer encantadora. En Europa ya eran famosos, pero sólo eran conocidos por los guitarristas. Ida fue la primera que logró que la guitarra entrara al conservatorio de París. Lo mismo hicieron los antes mencionados.
En la década de los sesenta, la guitarra empezó a estudiarse en las escuelas de música y es cuando la manera de ejecutar y componer para guitarra cambia radical y totalmente. En México había grandes guitarristas, pero eran dos o tres guitarristas; entre ellos, Jesús Silva, que se fue a vivir a los Estados Unidos.
MS: Entonces, llegó a la Ciudad de México a los 17 años con el objetivo de convertirse en músico, en guitarrista. Siendo un joven provinciano, ¿cómo fue su experiencia en la Gran Ciudad?
JH: Mira, es otro mundo. Yo entro a la Escuela Nacional de Música, conozco a mi maestro José F. Vázquez, que fue el titular de la sinfónica de la UNAM. En sus clases, le llamó la atención que fuera yo el único que tenía conocimientos de historia de la música. Recuerdo una vez que me acerqué a preguntarle “Maestro, este curso que nos dio sobre Julián Carrillo me emocionó mucho, me interesa conocer más de su obra y que me dijera dónde puedo comprar sus libros”, le dije. El edificio se encontraba sobre la calle 5 de Mayo, en la esquina de Filomena Mata; la escuela se hallaba en el segundo piso. De ahí, hacia el Sur, a tres esquinas hay una calle cerrada, en ese lugar estaba la mejor tienda de música de México y ahí me mandó el maestro Vázquez.
Había muchos empleados, todos muy bien vestidos. Me acerqué a un dependiente: “Oye, ustedes son los editores de Julián Carrillo, ¿qué libros tienen?”, dije. El empleado, al parecer, era la primera vez que escuchaba ese nombre, por lo que se disculpó y me dijo que llamaría al especialista. En breve, llegó el dichoso especialista y le planteé la misma pregunta. Se fue a buscar un libro donde tenían todo el catálogo de la tienda, pero cuando encontró el apellido resultó ser otro Carrillo, uno popular.
“Esto es lo único que tenemos”, me dijo. Don Julián había desaparecido y tardé en conseguir su libro en otro lugar, en la época en que yo iba dos o tres veces a diversos establecimientos. Detrás de la Catedral había cuatro librerías de viejo y, como era comprador recurrente, pedía que me separaran lo que les llegara de música; y así conseguí varios títulos y armé mi colección, pero era otra época. Conseguí libros de Julián Carrillo y otros de finales de siglo XIX de música, ¡imagínate!
MS: Del extinto Café El Parnaso, ya mítico lugar en Coyoacán, se cuentan muchas anécdotas. El poeta José Díaz Cervera dice al respecto que “mirar pasar el tiempo desde una mesa de la cafetería de El Parnaso era como ser testigo del mundo desde una especie de Olimpo donde los dioses éramos un puñado de hombres tratando de arreglar el mundo, o por lo menos concluyendo que éste no tenía salvación.”
JH: El Parnaso fue mi café-oficina veintidós años. En los últimos tiempos yo iba a otras partes porque me venía a ver mucha gente al café, lo cual empezó a ser molesto. Pero en El Parnaso pasé muchas tardes con grandes amigos y artistas: el poeta guatemalteco Carlos Illescas, el pintor Fernando Castro Pacheco, Juan Rulfo, Alvaro Mutis, entre otros.
MS: Punto y aparte de la convivencia, ¿hubo diálogo e intercambio entre ustedes como creadores?
JH: Por supuesto. La cultura es la cultura. Por ejemplo, de Juan Rulfo aprendí que es mejor la calidad que la cantidad. El ya había publicado sus dos libros. Se pasaba la vida leyendo y escribiendo. Ya no bebía licor, sólo café: tres tazas y dos aspirinas. En fin, mi criterio, a la hora de juzgar mi obra y la de otros, es cualitativo. Uno de mis héroes, Villalobos… si estuviera aquí estaría con su puro y estaría escribiendo. Escribiendo para orquesta, para pianos. El y Mozart son los que más música escribieron en la vida. A mí el número no me interesa. Lo que me interesa es la calidad. El aspecto cualitativo.
Yo creo que el diálogo entre las artes es de lo más sano. Antes, si no tenías una cultura general estabas muerto, no existías. Si quieres entrar a mi círculo de guitarra necesitas ser culto, si no lo eres ni te hago caso. La cultura se ha hecho a un lado en nuestro país, es una cosa terrible. La gente ya no lee, no conoce de pintura, teatro, música, etcétera.
MS: ¿Cuándo empezó a componer?
JH: Yo empecé a escribir en el 57-58; sin embargo, toda la música que compuse antes de 1960, no existe para mí.
MS: De tus piezas, “Danza” es una de mis favoritas. Me parece que sus composiciones tienden a la nostalgia y a la memoria; la añoranza de un pasado, pero no necesariamente un añoranza triste. ¿Estás de acuerdo con García Lorca cuando dice que la guitarra “Llora por cosas lejanas”?
JH: Evidentemente son nostálgicas, muchas de ellas se basan en el pasado y esto está en las notas que se dicen al respecto. “Retrato” está basado en una mujer de la que estuve enamorado en una época. En fin, el afecto, la memoria, yo soy un hombre positivo, cuestiones negativas no me interesa recordarlas.
MS: ¿Sigue componiendo?
JH: Sí… como dice mi mujer: compón lo que escribiste porque no está bien. [Risas]
MS: Desde el romanticismo, si no es que desde antes, existe una polémica entre la idea de la inspiración y la de oficio. Dígame, ¿usted tiene algún proceso creativo? ¿Qué le funciona a usted?
JH: Yo no soy de los que trabajan mucho. Conozco muy bien mi instrumento. Es como las ideas. Por ejemplo, las ideas que tiene un filósofo vienen del conocimiento de la experiencia, pero es inevitable tener “ocurrencias”, por allá está el asunto. El talento no se aprende, el talento del compositor se trae o no. Hay gente que puede escribir mucha música sin talento. Eso es técnica pura. Yo no soy amigo de las ideas técnicas. Tengo técnica, el conocimiento técnico. Si quieres ser médico tienes que estudiar, aprender la técnica y luego aplicarla en el trabajo. Creo en la inspiración, aunque le suene cursi a algunas personas, pero mis amigos pintores, escritores, músicos, los buenos, son hijos de la inspiración.
Música sólo hay una. Uno puede tocar jazz y ser un gran pianista, pero hay una técnica, si no la tienes, si no sabes mover los dedos, estás muerto. Una vez que se tiene la técnica, yo le recomiendo a la gente que toque la música que le gusta.
Por ejemplo, Astor Piazzola —yo lo conocí en México en 1970—, él se había preparado bastante musicalmente y, cuando terminó de estudiar, su gran maestro le dijo: “quiero que te vayas a Francia y vayas con tal maestra”, ella sólo recibía a genios. En esa época él tocaba el piano muy bien y escribía conciertos y suites. La maestra lo escucha, le da algunas indicaciones, pero pasan dos meses y no le ha dicho nada a Piazzola. Una noche le dan una cena a la señora, llega del restaurante un poco tarde y oye que alguien está tocando el piano: era Piazzola tocando lo suyo; entonces, ella se sentó a un lado sin que la viera y, cuando Astor terminó, ella se acercó y le dijo: “esto es lo tuyo. Abandona todo lo que has escrito, esto es lo tuyo”. Esta es una diferencia vital que los músicos no aprenden… que las personas, en general, no aprenden.
MS: La pasión por la guitarra y la música no se manifiesta únicamente en su carrera como músico y compositor, también en su labor de difusión a través del programa de radio La guitarra en el mundo, el cual tiene ya 46 años de ser transmitido en Radio UNAM. ¿Cómo inició éste proyecto?
JH: Empezó en 1971, por iniciativa del director de Radio UNAM que me pidió que diera a conocer mi colección de música para guitarra. Pasa los lunes a las 9 de la noche y se repite los sábados a la 1 de la tarde en AM. Según Radio Universidad, en una investigación que hicieron para medir el rating de los programas, se identificaron 500 mil radioescuchas, pero yo considero que deben ser más. Hablo en serio, porque con la tecnología actual tengo amigos en Africa del Sur, en Argentina, en Brasil, en Uruguay que por medio de internet oyen mi programa. De cualquier manera, piensa tú lo siguiente. Si haces un concierto común y corriente y van 200 personas tuviste buena audiencia, en contraste 500 mil personas por radio… necesitarías tocar toda tu vida para llegar a tanta gente.
MS: En su opinión, ¿cree que ha sentado un precedente importante con “La guitarra en el mundo”?
JH: Esto es obvio, modestia aparte. Hacer un programa de radio en México que dure dos o tres años no es fácil; hacer uno que dure diez años, es mucho más complejo. Imagínate un programa de 46 años. Para ello necesitas una amplia colección. Yo inicié la mía en 1960. Tengo una colección de guitarra única. Presento todo lo que se toca en el mundo. De eso se trata: que la guitarra se mantenga viva. Ahora que la cultura está decreciendo, ya en México es muy difícil conseguir discos. Me los envían mis amigos de otras partes del mundo con los que tengo intercambios y mi colección continúa. Todos los meses aumenta, en un mes bajo adquiero cinco discos de guitarra y de compositores, cuando menos, dos, porque es mucho más complejo, ésta es mi colección más compleja y completa. Tengo todo Debussy.
En México, es natural, como en cualquier parte del mundo, el comercio ha cambiado la situación y el comercio radiofónico es muy especial: no van a tocar a Beethoven o a Bach nunca, para eso está la Radio Universidad y para informarle a la gente lo que en otros medios no es posible.
MS: ¿Qué guitarristas y compositores jóvenes le parecen interesantes e imprescindibles?
JH: No me parece que haya en este momento algún ejecutante o compositor joven de la talla de los maestros. Para mí, la guitarra latinoamericana tiene tres grandes compositores, los mayores en el mundo: Héctor Villalobos, Manuel M. Ponce y Agustín Barrios Mangoré el Paraguayo; después de ellos viene la generación de Antonio Lauro, venezolano; poco después, Leo Brouwer. Te hablo de grandes compositores que cambiaron la manera de tocar el instrumento. En Argentina, Astor Piazzola compuso piezas muy interesantes para guitarra; en Brasil, Radamés Gnattali; compositores casi desconocidos.
Actualmente, en México, un compositor, instrumentista y guitarrista que a mí me parece increíble es Julio César Oliva. Él no es ningún muchacho, tiene 57 años, pero es muy bueno en lo suyo. En México, la guitarra ha avanzado muchísimo técnicamente. En todos lados hay muchos festivales: el año pasado fui a Xalapa y a Monterrey; el anterior a Culiacán y a Yucatán. Ya no es sólo el Distrito Federal, como antes, la guitarra se ha desarrollado muy bien. Hay grandes jóvenes guitarristas, excelentes, para mí, pero desde el punto de vista técnico. Creo que el aspecto cultural es lo que debe mejorar
MS: Por ejemplo, Cecilio Perera…
JH: Para mí Cecilio Perera es el mejor guitarrista que tiene México actualmente. Es el sucesor de Juan Carlos Laguna, quien, durante muchos años, fue el guitarrista más importante que tenía México, durante 20 años lo fue desde que ganó el Concurso Internacional de Japón. Y, bueno, sigue y seguirá siendo un gran guitarrista, pero pues es director de la guitarra en la Escuela Nacional de Música, tiene otros compromisos laborales, tiene una familia muy agradable, y ya no le es fácil salir del país. Una cosa es graduarte de guitarrista y otra es serlo, vivir de ello. Guitarristas como John Williams y de la siguiente generación que viven dando conciertos.
En México, los grandes guitarristas tocan cuatro o cinco veces. Como ha crecido mucho el guitarra en el país, se vive de la enseñanza, cuando vives de dar clases, pues tienes horarios y ya no es fácil salir al extranjero, salvo en las vacaciones, a crear tu carrera. Yo pienso que los problemas económicos de Europa y de los Estados Unidos cambiaron, evidentemente, el aspecto cultural. Entonces, ya los jóvenes no tienen adónde tocar, salvo en el Oriente: en China, en Japón, donde se hacen los grandes eventos guitarrísticos.
MS: Juan, ha sido un gusto charlar contigo esta mañana.
Por Mario Salvatierra / Redacción Por Esto!