Jesús Esteban Balam Ruiz
Se dice que lo primero que hicieron fue comer anonas, supongo que venían con mucha hambre y cansancio, después de atravesar el mar. Dicen que trajeron al verdadero Dios, un hombre crucificado, dueño de toda la tierra que pisamos, aunque nosotros llegamos antes a este lugar; dicen los mayores, que el cenote no tenía nombre cuando llegamos, veníamos de muy lejos, llegamos a pie.
El clima era lluvioso aquel día, los truenos paralizaban a cualquiera, era un ruido de agua y truenos; se había escuchado de los que venían con animales grandes y con el fuego que salía de sus manos. No eran dioses, sólo eran hombres salvajes intentando ser dioses. Eso me dijo mi primo de la puerta de Ecab.
Tenían pelo en la cara, estaban sucios, golpeaban a esos venados gigantes sin cuernos; ¿quiénes son éstos que toman el nombre de dioses y nos golpean con sus armas, quiénes fueron aquellos que se llevaron a mi madre y a mis hermanas. Nunca supe, parecen ser sólo historias, nadie las cree. El otro día Bolon-Canul fue al pueblo donde estaban, no son dioses, me dijo.
Estábamos cansados de tanta guerra cuando ellos llegaron, les faltaba fuerza a nuestros pies y a nuestras manos; nuestras armas no estaban preparadas, habían bebido sangre antes de su llegada, estaban henchidas de sangre nuestras armas; habíamos hecho muchas ofensas a nuestros dioses, es el precio de creer en los gatos monteses, gatos que entraron a nuestros pueblos; rugieron, metieron el miedo a nuestras casas.
Se han olvidado de contar los días, no hay sabios que enseñen los días de fiesta, los días de los dioses; nadie queda con la fuerza de los números; no saben del arte escondido en los glifos de los cielos. Se ha empezado a acedar nuestra masa; de masa aceda salen nuestros panes, de masa aceda es el sabor de nuestros labios; con agua del pozo de nueve bocas hacemos nuestro pozole.
Amargo es el recuerdo de aquellos días, amargo es el presente donde mueren de hambre los hijos de los hijos de los grandes abuelos; amargo es su caminar en las ciudades de los blancos. No ha acabado el pecado de los hombres vestidos de grises, su pecado está lleno de dinero, su pecado es matar a nuestros dioses; matan el monte, matan el agua, matan el aire; son asesinos de dioses, son asesinos de la fuerza de los dioses sobre la Tierra. Me llamarán hereje, me llamarán cristiano, porque desconocen el nombre antiguo, el nombre venido de la noche, el nombre de mi padre y de mi madre.
De falsedades están escritas sus enseñanzas, de muchos colores falsos son sus letras, de hombres y mujeres de mentira están hechas la señal y sus redes, bejucos de ponzoña son sus redes. Aquí escribo que no todo es malo, los signos amargos volverán, volverá el katún del renacimiento; lo amargo es la marca de nuestras vidas, amargo es lo que aprendemos, amargo es el chocolate que tomamos.
De miel de abeja melipona serán los días venideros; ninguna ponzoña se resiste a la coa y el machete; fuerza es el glifo escrito bajo nuestras manos, bajo nuestros pies, en nuestra garganta. Las señales están volviendo. Vivo está el tizón en el fogón de la vida; de tizones rojos son nuestra rabia y rebeldía; creyeron que acabaron con nosotros, creyeron que ellos deciden nuestro destino; nuestro destino hace mucho que fue marcado, porque nuestro nombre es antiguo, el tiempo antiguo de mi padre y mi madre; es su sangre y la nuestra con la que volverán nuestras ciudades; llegaron un doce de octubre, llegaron y nosotros ya sabíamos que volveríamos.