Por Alejandro Calvillo
Ninguna generación ha dejado a la siguiente el caos global que estamos dejando actualmente a nuestros hijos. No se trata de guerras mundiales, se trata del cambio climático del planeta. Pero no es lo único, las grandes desigualdades aumentan con la concentración de la riqueza y los conflictos sociales y políticos se agudizan. En este escenario las guerras regionales también irán generalizando.
La llegada al poder de Trump y el fortalecimiento de las opciones políticas de extrema derecha, agudizan la negación de enfrentar lo que es urgente: el cambio climático global y la cada vez mayor concentración de la riqueza y sus graves consecuencias políticas y sociales. El empoderamiento de la derecha provoca una especie de autismo civilizatorio, un inmovilismo, que encamina la humanidad a una catástrofe.
Los pronósticos realizados por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC), el mayor esfuerzo científico internacional, sobre los impactos del cambio climático y el tiempo en que se estarían presentando, han sido rebasados. Una y otra vez, ante cada informe del PICC, los republicanos estadounidenses, acompañados de la industria petrolera, junto con los medios de comunicación que les sirven, han salido a combatir e, incluso, burlarse de las conclusiones y proyecciones de éste que es el mayor grupo de expertos internacionales creado en la historia de la humanidad.
Las posturas frente al cambio climático, de acuerdo a estudios realizados por investigadores de la Universidad de Yale, muestran que éstas parten de las cosmovisiones de los individuos. Aquellos que tienen una mayor inclinación por la justicia social, el igualitarismo, los derechos humanos, aceptan el cambio climático y demandan enfrentarlo. Sin embargo, los que ven la sociedad bajo una visión individualista y jerárquica, con un apoyo fundamentalista a la empresa privada, tienden a negar el cambio climático, a rechazar el consenso científico. Existe un miedo en este grupo a aceptar que el status quo ya no puede seguir.
El termino conservador es muy apropiado en este sentido para señalar a aquellos que no quieren reconocer y enfrentar el cambio climático, porque hacerlo significa aceptar que hay contradicciones graves en el sistema del libre mercado, porque significa que el Estado tiene que regular, que el Estado debe proteger al conjunto de la sociedad, que existe la necesidad de acuerdos internacionales para regular el mercado de energéticos, para poner límites a las emisiones. Y las personas preocupadas por las desigualdades y por el cambio climático están dispuestas a que se modifiquen las condiciones existentes con el fin de enfrentar las amenazas, tienen disposición a modificar su vida y a sacrificar por el bien de los demás y las siguientes generaciones.
Ante el inminente aumento de la temperatura global por la quema masiva de combustibles fósiles, la deforestación y el aumento del ganado, el Acuerdo de Paris de 2015 se propuso que la temperatura global promedio se mantuviera por debajo de los 2 grados Celsius en relación a la temperatura promedio estimada para la era preindustrial. Se consideraba que mantener el aumento de la temperatura por debajo de 2 grados Celsius impediría que el cambio climático desencadenara consecuencias imposibles de enfrentar para la humanidad. Tres años después, el PICC propone, en base al análisis de 6,000 reportes, que no debemos llegar a más de 1.5 grados Celsius, que la evidencia demuestra que los daños están siendo mucho mayores a los que se habían estimado y que están ocurriendo antes de lo previsto.
De no desencadenarse una revolución profunda del sistema energético y del modelo de consumo actual, un escenario bastante difícil, se estima que las emisiones llevarán la temperatura global a un aumento de 3 grados Celsius para el 2100. El Informe del PICC señala que se requeriría reducir un 50% el consumo de combustibles fósiles en un periodo menor a 15 años y eliminar su uso en alrededor de 30 años. Lo anterior significaría cerrar las centrales eléctricas a carbón, gas y petróleo, que la calefacción y la energía en el transporte fueran generadas totalmente por energías limpias (solar, eólica, hidro, geotermia, etc). La industria de uso intensivo de energía como la del acero, tendría que proveerse también de energías limpias. La industria química tendría que dejar de tener como base el petróleo y transitar a una química verde.
Los registros climáticos ya demuestran los efectos del cambio climático con deshielos masivos, perdida de la capa de permafrost, una mayor frecuencia e intensidad de tormentas, mayor frecuencia de incendios, blanqueamiento masivo y muerte de corales, olas récord de calor en todas las regiones. Los fenómenos están causando pérdidas en la producción de alimentos, sequías y crisis por acceso a agua y un creciente número de migrantes ambientales. Todas estas condiciones, como las crisis de alimentos y acceso a agua, debilitan los regímenes políticos causando mayor inestabilidad social, conflictos nacionales y regionales, así como olas masivas de migrantes.
La humanidad se enfrenta a un reto frente al cuál no está demostrando tener la capacidad de superarlo. La capacidad de respuesta se paraliza con la creciente fuerza política de un amplio espectro de la derecha, desde los conservadores hasta los fascistas que defienden las condiciones actuales, que protegen los intereses individuales sobre el bien común, que se oponen a las regulaciones, que niegan la evidencia científica. Se agudiza con el poder desmedido que han venido concentrando las grandes corporaciones y las instituciones financieras que dirigen la economía al crecimiento sin sentido.
La vida humana en el planeta corre el riesgo de entrar en una situación crítica tanto por el cambio climático y sus consecuencias como por las crisis sociales, económicas y políticas creadas por un sistema descarrilado por la usura. La democracia es la piedra de salvación para mover a los gobiernos a actuar por el bien común, la democracia tiene que penetrar los espacios de comunicación en un nuevo modelo que informe y forme a la población sobre el mundo en que vivimos y la necesidad de actuar en su protección ambiental y social. El libre mercado se ha convertido en la tiranía de nuestra civilización cuando se niega a los controles, a las regulaciones que velan por el bien común. Así sólo se imponen las ambiciones de quienes concentran las ganancias.
México se enfrenta a algunas de las mayores contradicciones de este sistema, la violencia generada por nuestra ubicación geográfica, vecinos del mayor consumidor de drogas y el mayor productor de armas, combinada con nuestra profunda desigualdad social. A lo anterior, se suma nuestra población enferma, reventando por diabetes por la ingesta dominante de comida basura que adquirimos de nuestros vecinos del norte. La democracia sin duda es la balsa de salvación, cuando se ejerce en busca del bienestar colectivo, no cuando se captura por los intereses económicos o de poder de un grupo, entonces, deja de ser democracia.
Y la democracia debe ser global, más que nunca requerimos de una entidad global para enfrentar los retos que son ahora planetarios. La gran amenaza está en los gobiernos que se niegan a reconocer los acuerdos globales, trátese del Acuerdo de Paris frente al cambio climático o la propia Convención de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos. Pero no solamente son los gobiernos los que obstaculizan estas posibilidades de enfrentar las grandes amenazas globales, son también las grandes corporaciones tratando de secuestrar los propios organismos internacionales para bloquear las políticas que pueden afectar sus ganancias.
Ojalá podamos empezar por México, liberar la política pública del conflicto de interés (de políticos corruptos, del narco, de las corporaciones) para servir al interés colectivo, y contribuir, en el mismo sentido, en la esfera internacional.
(SIN EMBARGO.MX)