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Opinión

Resistencia popular conservadora

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Siempre fue un misterio, al menos para mí, por qué la gente menos favorecida por el sistema económico canalizaba su descontento a través del partido de la derecha, Acción Nacional. Cuando participé en mi primer proceso electoral, en 1981, la evidencia de la masiva votación que ese partido recibiría en Mérida me abrumaba. Por donde las viera yo, las propuestas del Partido Comunista tenían que tener mucho más sentido para los asalariados, para los campesinos, para las mujeres, para los jóvenes y los estudiantes y, en fin, para todo aquél se encontrara en condiciones de subordinación injusta, especialmente si ésta representaba perpetuar la propia condición de pobreza material. Nuestro cierre de campaña aquel año, en la Plaza Grande, fue espectacular. Si bien no logramos llenarla, sí reunimos a algunos miles de simpatizantes, la mayoría del interior del estado, y había espacio para el optimismo. No pensábamos en obtener una gran votación –la elección de 1979 nos había mostrado límites claros– pero podíamos aspirar a ganar algunas alcaldías y desde luego a obtener al menos una diputación local y una regiduría en Mérida, por el sistema de representación proporcional. La intervención de Alejandro Gascón Mercado, un magnífico orador, sin duda alguna, no hizo sino exaltar nuestro entusiasmo. Más aún, nuestro adversario secundario, el PAN, no mostraba en sus movilizaciones nada que pareciera confirmar la convicción de muchos de sus simpatizantes de que ese año recuperarían el ayuntamiento de la capital del estado. Su mitin, en la misma plaza, no mostró sino la rutina de su militancia. Quizá 2,000 personas, con poco entusiasmo y peor iluminación, con un discurso antigobiernista de baja intensidad que aburría más que inflamaba, y con una dirigencia más anquilosada que veterana.

El domingo siguiente, ríos de votos tricolores y blanquiazules arrasarían cualquier optimismo de mi parte. De la docena de municipios en donde pensábamos ganar la elección no ganamos ni uno, nuestra votación estatal fue insuficiente para alcanzar un diputado y otro tanto ocurrió con el ilusorio regidor de Mérida. No sólo éramos un partido muy pequeño, sin punto de comparación con el tamaño electoral del PRI o el PAN, sino que ni siquiera lográbamos alcanzar el puramente simbólico tercer lugar que veníamos ocupando a nivel nacional. Los partidos paraestatales, a la sazón el Popular Socialista (PPS), el Socialista de los Trabajadores (PST) y el Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) lograban mayores éxitos que nosotros, destacadamente conquistar ayuntamientos.

Las primeras explicaciones de los resultados obtenidos partían de hechos más o menos evidentes. Acción Nacional tenía una larga presencia en el estado y por tanto una corriente electoral formada, que además era alimentada por los aliados naturales de la derecha electoral, el Diario de Yucatán y la Iglesia Católica. En cuanto a los partidos menores, éstos habían logrado sus triunfos registrando a corrientes provisionalmente disidentes del PRI, y no por su crecimiento propio. Algo, sin embargo, se mantenía sin explicación: la masa de votos panistas provenía de quienes, valorábamos desde la izquierda, tendrían que ser sus principales adversarios.

Con el paso de las décadas, sin embargo, el misterio se me ha ido aclarando. Lo primero que entendí es que Mérida y el resto del estado son espacios sociales y políticos que funcionan, piensan y actúan de diferente manera. Entender lo que pasa en uno de estos lugares no ayuda de inmediato a hacerlo también con el otro; sin embargo, el funcionamiento de cada una de esas dos esferas sólo es comprensible en el conjunto. En lo concreto, la filiación panista de Mérida no puede entenderse si no se conoce el desarrollo de la eélite criolla rural del estado.

Si bien los tres grandes procesos revolucionarios del país –la Independencia, la Reforma y la Revolución– fueron externos a Yucatán, al grado de alterar en muy poco las relaciones sociales internas, el estado vivió una revolución propia, generada internamente y fracasada: la Guerra de Castas. Este gran levantamiento tuvo, entre otros, dos resultados estructurales de muy largo alcance temporal. Por una parte, hizo de Mérida la ciudad de los blancos, encabezados por su elite social, económica y política, que muy mayoritariamente se refugió en ella tras el alzamiento, y que ya no la volvería a abandonar. La elite criolla, en proceso de convertirse en burguesía rural, ejercería su hegemonía desde la capital. Por la otra, su violenta derrota inhibió en el largo plazo los levantamientos en las regiones donde con mayor crudeza se vivió el aplastamiento de la revuelta, comprendidas principalmente en el actual territorio del estado.

Estos dos elementos, una elite blanca hegemónica a nivel estatal, pero refugiada en Mérida, y una masa campesina eficazmente subyugada, permitieron que la estructura social semifeudal yucateca transitara sin mayor sobresalto el proceso de la Revolución Mexicana y los lustros posteriores. En 1938, sin embargo, la implementación de la Reforma Agraria generaría una nueva transformación estructural. La repartición de las tierras de las haciendas, base económica de la elite criolla de la capital, rompió el elemento central de su poder social, y permitió sujetarla, en cierta medida, a los poderes públicos nacionales. En las décadas posteriores, en las que esa elite transitó a otros espacios económicos, destacadamente el comercio, mantuvo sin embargo su hegemonía entre la población urbana de la ciudad de Mérida, ajena al proceso revolucionario y a la propia Reforma Agraria, traduciéndolo rápidamente en oposición política. Esto explica el pronto y exitoso surgimiento del PAN en Yucatán, que tan pronto como en 1952 lograría el triunfo en una elección de diputado federal, antecedente de la atípica victoria en la elección de ayuntamiento de Mérida en 1967.

En su conjunto, el proceso describe la división demográfica y geográfica de la sociedad yucateca, generando dos grandes bloques sociales. Uno popular, principalmente maya, derrotado localmente, pero encabezado políticamente por un Estado mexicano que impuso su poder externo. Otro de hegemonía oligárquica, encabezado por la vieja elite blanca y con gran consenso entre la población general de la ciudad de Mérida. Y así encontré mi respuesta.

Los pobres de Mérida votan por el PAN porque a lo largo de siglo y medio han sido la base de apoyo de la oligarquía blanca, en torno a cuyos intereses han constituido una auténtica resistencia popular conservadora, gracias a la cual puede gobernar la capital hasta el día de hoy, con lo que ya es una minoría estable de votos.

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