Por Martín Moreno
Ahora que se siguen haciendo diagnósticos sobre la debacle histórica del PRI el uno de julio pasado –nada menos que la peor derrota electoral de toda su historia y que, inclusive, pone en riesgo la viabilidad y sobrevivencia del priato como partido político–, surgen algunos episodios tan reveladores como necesarios de conocer, más allá de que el pésimo gobierno y la corrupción de la cual Enrique Peña Nieto es emblema fueron, sin duda, los principales detonantes del derrumbe priísta.
Priístas, ex gobernadores y cabezas de dos corrientes poderosas dentro del PRI, Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones han sido agua y aceite en los últimos años. Cuando en 2011 ambos buscaban la candidatura presidencial, las encuestas coincidían en que el mexiquense apabullaba al sonorense: 9 de cada 10 priístas querían a Peña como candidato presidencial. Manlio dio un paso al costado. No se equivocaron: EPN se convirtió en Presidente en 2012, en una elección obtenida a la manera del priísmo mexiquense: comprada a billetazos y con la televisión como plataforma partidista.
“No cuentes conmigo ni como candidato, ni como Presidente”, le dijo entonces Beltrones a Peña Nieto. Y se lo cumplió por algún tiempo.
Sin embargo, en política, como en la vida, las circunstancias imperan.
Cuando a mediados del gobierno peñista –víctima de los escándalos de corrupción–, comenzaba el naufragio de Peña Nieto y junto con él también se hundía su partido, tuvieron que pedir auxilio a Manlio Fabio para intentar evitar lo que a la postre resultó inevitable: la brutal derrota electoral del PRI el 5 de junio de 2016, una alerta del cataclismo que se les avecinaba para el 2018.
Afianzado Beltrones en el PRI desde agosto del 2015, quiso restablecer aquella “sana distancia” con Los Pinos a pesar de que, en el discurso público, el sonorense reconocía a Peña Nieto como “el primer priísta del país”. El fondo y las formas tan cultivadas por los priístas.
Pero de la intención al hecho, hay mucho trecho.
Beltrones quiso imponer condiciones, y no pudo.
Peña Nieto y su equipo lo frenaron.
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¿Cómo fueron los desencuentros entre Peña Nieto y Beltrones?
Esta columna tuvo conocimiento de, al menos, dos momentos que abonaron a la abrupta salida de Manlio Fabio de la dirigencia nacional del PRI en 2016, a pocos días de la fuerte derrota electoral de su partido cuando perdieron 7 de 12 gubernaturas, y a pesar de que su relevo partidista estaba programado hasta el 2019.
Conozcamos esos momentos:
GOBERNADORES. Cuando hasta el escritorio de Beltrones llegaron los abusos financieros de Javier Duarte y Roberto Borge en Veracruz y Quintana Roo, respectivamente y enarbolados ambos por EPN como “representantes del nuevo PRI”, Manlio pidió cita en Los Pinos y de frente, le dijo a Peña Nieto: “Controle a sus gobernadores…están abusando”. La preocupación de Beltrones era más que justificada: se ubicaban ya a pocos meses de la elección y tanto Duarte como Borge estaban fuera de control y dañarían electoralmente al PRI, como finalmente sucedió. ¿Cuál fue la respuesta de Peña? Ninguna. No hizo absolutamente nada. Permitió el oleaje de corrupción de dos de sus gobernadores consentidos, con quienes aparecía sonriendo y carcajeando a la menor provocación. El resultado final lo sabemos todos: el desastre financiero en esos estados. Beltrones no fue escuchado.
GOBERNACIÓN. Cuando Beltrones –apabullado dentro y fuera de su partido por la derrota electoral del 2016 de la cual tan sólo fue, en parte, responsable–, llegó a la casa presidencial para presentarle su renuncia al “primer priísta del país”, recibió una respuesta que lo dejó frío: “No te vayas. Allí está Gobernación si quieres…”. Es decir: desde mediados de sexenio, Peña Nieto estaba dispuesto a sacrificar a Osorio Chong, con tal de mantener cerca a Manlio Fabio, quien rechazó la oferta, sabedor que solamente estaba siendo utilizado por Peña, quien ya le había fallado al no controlar ni a Duarte ni a Borge. No tenía caso seguir con ese juego, si enfrente había un Presidente que ni veía ni escuchaba. El sonorense prefirió decir adiós y olvidarse del gobierno peñista, conocedor igualmente de que las cosas no terminarían de la mejor manera en el sexenio.
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Pocos, muy pocos dudan que si bien la contundente derrota electoral del pasado uno de julio era inevitable para Peña Nieto y el PRI, la experiencia de Manlio Fabio Beltrones y su innegable control político, hubiera podido servir para, al menos, emparejar los equilibrios políticos dentro del partido e intentar buscar otros caminos para enfrentar a esa aplanadora llamada Andrés Manuel López Obrador.
Por ejemplo: ¿con Manlio en el PRI o en Gobernación, se hubiera evitado la candidatura externa de ese petardo electoral llamado José Antonio Meade?
Aún más: ¿hubiera tenido Beltrones la posibilidad real de haber sido el candidato priísta en 2018?
Sus respuestas, seguramente, pronto las sabremos.
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FB / Martín Moreno
(SIN EMBARGO.MX)