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Guillermo Fabela Quiñones

El neoliberalismo dejó al país en una profunda crisis, aunque es más propio decir que fue la camarilla tecnocrática la que empujó a la nación al estercolero en que ahora se encuentra. Fue enfático el presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando anunció el plan nacional para acabar con la corrupción en Pemex, al afirmar que México atraviesa por una etapa cercana al caos y que su gobierno dedicará, el tiempo que sea necesario, a poner orden, lo que implica ir a las causas del desorden.

Cada día que transcurre en el arranque del sexenio, nos enteramos de las atrocidades contra el pueblo de México que alentó y propició, por complicidad o por omisión, la élite tecnocrática que, al igual que los barones medievales, se sentía dueña y señora de los bienes de la nación. El conocimiento de los abusos que se cometieron al amparo del poder, es el inicio del cambio estructural necesario para impulsar el progreso de nuestro país. Un buen ejemplo de ello es la información que se dio en la conferencia matutina del jueves sobre la corrupción en Pemex.

Los mexicanos no teníamos ni la más remota idea del nivel al que se había llegado, con el conocimiento de los más altos funcionarios de la empresa, en el saqueo de la principal riqueza con que contamos, el cual alcanzó 60 mil millones de pesos en el último año de la tecnocracia reaccionaria y corrupta. El famoso “huachicoleo” o extracción de ductos, no es más que una pantalla para ocultar el verdadero robo de combustible con pipas de la ahora mal llamada “empresa productiva del Estado”.

En adelante, una vez que apruebe el Congreso la reforma respectiva, este saqueo será delito grave sin derecho a fianza, como lo será todo acto de corrupción que lesione los intereses de la sociedad en su conjunto. Ni que decir tiene que no hay otra alternativa para poner fin al flagelo más dañino para los mexicanos. Es válido confiar en que así será porque López Obrador predicará con el ejemplo, lo que obliga a todos sus colaboradores a secundarlo.

Se comprende que los tecnócratas tratarán, hasta el último minuto del proceso electoral de julio, de hacer hasta lo impensable por evitar que López Obrador ganara los comicios. Son muchísimos los grandes intereses que están en juego basados en la corrupción. De ahí la trascendencia estratégica de la lucha contra el fenómeno, que por sí mismo representa un programa de gobierno porque tiene amplias bifurcaciones en todo el aparato gubernamental.

La demanda de López Obrador de que “todos debemos portarnos bien”, como reiteró en la conferencia de medios del miércoles, encierra una amplia lección de ética política, esencial en esta hora de crisis de la que podremos salir, sólo en la medida de que se entienda el significado de la frase. Portarnos bien debe ser un compromiso de todos, aunque sabemos que no lo llevarán a cabo quienes tienen como norma portarse mal, pues su manera de ser es canallesca.

La lucha contra ellos en el sexenio será cotidiana, pero con base en el reforzamiento del Estado de derecho, no cayendo en provocaciones como quisiera la reacción conservadora, y particularmente corrigiendo las causas estructurales de la crisis que provocó la tecnocracia apátrida en más de tres décadas.

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Twitter: @VivaVIlla_23

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