Ricardo Andrade Jardí
Ni como guión de cine mórbido, la realidad del narcoestado mexicano supera cualquier ficción. Sometidos por una pandilla de “políticos” apátridas impuestos por los poderes financieros mundiales, la Casa Blanca del imperial vecino y la burguesía nacional, particularmente desde 1988 con el fraude electoral que entronizó al chupacabras Salinas de Gortari gracias, entre otros, a Manuel Bartlett ex secretario de Gobernación y represor ex gobernador de Puebla, quien avaló sin tapujos el fraude electoral. Aunque hoy sea reconocido como pretendido “luchador social” e hijo de Morena. —No es, digamos, la memoria histórica el fuerte de los movimientos progresistas en México. El PRI mismo fue producto de un proceso revolucionario y el PRD al que los ex comunistas le regalaron el registro del ya para entonces PMS—; fraudes electorales que han marcado el desprecio absoluto de los poderes fácticos por la voluntad popular y sobre todo que abrieron las puertas del despojo territorial y de la infernal pesadilla de inseguridad y muerte que hoy vive el país.
Como si se tratara de una película de terror, de una de esas banalidades que hoy están tan de moda en el discurso “artístico” neoliberal y donde la mediocridad del argumento propone tramas tan absurdas que uno no sabe si reír de humor involuntario o llorar por ver la capacidad de guionistas y realizadores para no hacer ni decir nada inteligente. Dos camiones, tráileres, recorren de un municipio a otro el estado de Jalisco llenos de cadáveres, que ninguna autoridad quiere recibir. Un Estado que en sus tres niveles de gobierno no sólo no puede dar respuesta, sino que en medio de la transición política optó, haciendo honor a su corrupta y vulgar condición de estar integrado por ladrones, por vaciar oficinas de gobierno, acelerar los procesos de despojo y garantizar los negocios de sus potentados cómplices, muchos de ellos en el llamado crimen organizado que es en realidad el poder de muerte que gobierna más de la mitad del territorio nacional. No se trata de una mala ficción, de un mal guión de cine mórbido, se trata de una realidad siniestra: de la decadencia de un sistema político que abrió las canillas del infierno para generar riqueza a una pandilla de ladrones, empresarios y políticos, a costa del dolor de cientos de miles de personas. No son sólo dos camiones llenos de muertos, sino una suma de políticas de gobierno que rematan la riqueza natural de nuestro país a particulares en nombre del presumido progreso, al tiempo que militares, sicarios y guardias paramilitares llenan de fosas clandestinas inmensas porciones territoriales de la geografía nacional, mientras las familias víctimas recorren sin descanso el país en busca de un pedazo de tela o de carroña que les permita saber dónde están los seres queridos.
No, no hay reconciliación posible donde no hay justicia, donde centenares de personas: madres, hijas, primos, abuelos, esposas, novios, niñas, niños, estudiantes... siguen desaparecidos por la tempestad violenta que la corrupción y la impunidad del capitalismo le han orquestado a este territorio.
El PRIAN en los últimos 30 años ha ejercido una política de exterminio y no habrá transformación social ni política posible si se deja libres a las y los genocidas y los actores intelectuales de la pesadilla mórbida que vive México hoy.