Opinión

Lecciones de los Andes

Ricardo Monreal

La cordillera de los Andes pasa por siete países latinoamericanos: Argentina, Bolivia, Chile, Colombi, Ecuador, Perú y Venezuela. La inmutabilidad, la resistencia y la calma de sus montañas contrastan con la actual convulsión que atraviesan las instituciones de la mayoría de estos estados. Parecería que las divisiones naturales geográficas marcadas por el sistema montañoso no evitan que las naciones compartan problemas comunes, y recientemente Perú, Ecuador, Chile y Bolivia han enfrentado protestas significativas que han puesto a prueba los principios democráticos en cada uno de los mencionados territorios, y de cuya resolución depende el futuro político de la región.

Los acontecimientos más recientes han sucedido en Bolivia y Chile; países con una histórica rivalidad, pero también con una historia relativamente similar.

Ambas naciones comparten también el estilo de política económica que ha generado tasas de crecimiento aceptables y sostenidas. Cuando en Bolivia se instauró la democracia, el presidente Paz Estenssoro se apoyó en economistas estadounidenses para empezar a implementar las recetas económicas del Fondo Monetario Internacional. Durante la dictadura chilena, Pinochet se valió de académicos, conocidos como los “Chicago Boys”, para implementar las mismas políticas.

Ya en la era democrática, estas políticas se profundizaron y ambos países lograron crecer de manera sostenida. Mientras que en Bolivia el porcentaje de personas que vivían en pobreza era mayor que en Chile, las dos naciones experimentaron un aumento en la desigualdad del ingreso, de la misma forma que, debido a la naturaleza de las políticas económicas implementadas, desatendieron las necesidades de la población más pobre y de las comunidades indígenas.

Desde principios del siglo XXI, ambos países empezaron a diferenciarse. En Chile, desde la caída de Pinochet, los gobiernos se han ido alternando entre izquierda y derecha, de manera pacífica. En Bolivia, después de que se propusiera una mayor privatización de la industria del gas y se atacara la producción de la hoja de coca, un gran movimiento social con un componente indigenista creció a tal grado, que dos presidentes tuvieron que dimitir. Uno de los líderes de este movimiento, Evo Morales, fue electo presidente por primera vez en 2006.

Bajo el gobierno de Evo Morales, Bolivia ha tenido niveles de crecimiento aceptables, la pobreza ha disminuido y los derechos de las minorías han sido reivindicados. Sin embargo, en algunos momentos de sus mandatos Evo Morales ha transgredido los límites institucionales. En 2018, el pueblo boliviano le negó la posibilidad de reelegirse por cuarta ocasión; aún así, decidió postularse para presidente en 2019. Durante el proceso existieron irregularidades que las instituciones no han podido esclarecer; el resultado: protestas sociales generalizadas.

En Chile, Sebastián Piñera, de derecha, ocupa la presidencia actualmente por segunda ocasión. En su primer mandato, el país andino tuvo también un crecimiento sostenido y, en muchas ocasiones, fue presentado como un caso de éxito. El año pasado, Piñera fue reelegido para suceder a Michelle Bachelet. Una de las decisiones que Piñera tomó fue incrementar el costo del pasaje del transporte público; el resultado: protestas sociales generalizadas.

Ambas protestas tienen elementos en común, al mostrar que incluso cuando se logra un desarrollo económico estable, ya sea desde la derecha o desde la izquierda, la desigualdad y el miedo a una regresión autoritaria serán factores de erupción para el descontento y la movilización social.

Aún falta mucho por escribir en el caso de ambos países, pero desde ahora es posible asimilar grandes lecciones que vienen desde los Andes. En primer lugar, debemos estar conscientes de que las exigencias de las sociedades serán cada vez mayores y que un crecimiento económico desigual ya no es suficiente para decir que una nación es próspera. En segundo lugar, tenemos siempre que velar por el respeto a los principios democráticos, pues, de no hacerlo, no solamente perderemos la credibilidad de la ciudadanía en las instituciones, sino la paz social que tanto necesitamos.

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