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La iglesia del antiguo barrio de San Cristóbal resplandece, iluminada por fuera y dentro. Una copiosa concurrencia de múltiples edades da realce al festejo aunque pasan de las 3 de una madrugada más bien húmeda. Entre silencio y voces susurrantes que departen y comparten alimentos deambulan en el exterior, frente a “la alumbrada” presidida por una réplica del célebre ayate y entre puestos de antojería regional y “souvenires” alusivos, familias visitantes completas, peregrinos, antorchistas y equipos ciclistas que visten camisetas con motivos guadalupanos.

En el interior, el altar, pletórico de ramos, arreglos, y buqués de flores, rodeado el nicho vacío de la Virgen Morena por un enorme lienzo tricolor contra un fondo que proclama en dos banderones “Yo soy la siempre Virgen María, madre del verdadero Dios por quien se vive” y grandes rosas decorativas; al costado, la venerada imagen en bulto, flanqueada por una escultura de San Juan Diego y a la izquierda la Bandera Nacional con su escudo solar totémico. Sobre la luz de la última “luna fría” de la década, imán, dínamo y núcleo de la mexicanidad más acendrada la Santísima Virgen de Guadalupe recibe a sus fieles como todo 12 de diciembre desde hace 488 años, aunque aires de cambio soplan en sus lares, igual campea la divisa de esperanza que suscita. Sincrético, hecho de prodigios y lealtad a toda prueba, la cita ritual emociona, conmueve; entreteje hilos provenientes de 30 siglos atrás, arraigada en el Arcano la noción protectora, arquetipo de la diosa milenaria, inmemorial: “la Mujer que viene de la región de los cactus como un águila de fuego”; el hito de su presencia bienhechora compañera de la justeza en luchas populares, lo mismo en la saga de la invasión europea con el lamento audible por las noches precortesianas en Tenochtitlan que alertando el 30 de junio de 1520, cobrado valor ante la indignante matanza en la fiesta de Toxcátl, y sus variantes legendarias de mujer plañidera al entrar la Colonia; después el portento de su manifestación en el Tepeyac, y su inscripción desde el ayate sagrado en la epopeya de las luchas libertarias (Dolores y Atotonilco), convocatoria y bandera –“Mexicanos volad presurosos/ del pendón de la Virgen en pos/ y en la lucha saldréis victoriosos/…”–, la reciedumbre de su presencia en las faldas de los baluartes nacionales el 5 de mayo de 1862 contra otros invasores –1 de los cerros lleva su magnético nombre–, reaparición en los campos de guerra coronando las frentes zapatistas combatientes, pero también desde las manos anónimas del socorro sin distinción en días de catástrofe y terremoto, y por su sugestividad propuesta de cambio indispensable en el siglo XXI. Poderosa confianza infunden sus palabras –“¿No estoy Yo aquí que soy tu Madre?”– bálsamo contra la desolación y antídoto a las soledades por integrar singularizando a cada cual como partícipe en algo mayor, más importante que trasciende individualidades. Reconforta saber que a su modo, por todos los paisajes de la Patria, como mejor acostumbre, refuerza cada quien en esta fecha el lazo que nos une como nación de naciones, mientras recuerda o vislumbra. Esta vez toca escuchar los dulces arpegios del trío “Los Jades” y el emocionado canto de “Juan Diego”; la sonoridad de la banda “Aires de Oaxaca” que hace vibrar el recinto con su imponente interpretación de temas emblemáticos: “Mi madre” la cual popularizó Dennis de Kalafe, “La Paloma” antigua canción de la época juarista y otros 2 temas entre los cuales puede distinguirse una tonadilla ad hoc: “la Guadalupana, la Guadalupana/ bajó al Tepeyac”. A las 4 en punto, año tras año, resuena el mexicanísimo mariachi “Emperador”, encabezado por Javier Cantoral cuya intervención culmina con las mañanitas rancheras, seguido por la cantante Paloma Marín que dedica 3 piezas y a quien hace coro la feligresía que llena el templo para entonar “Las mañanitas” tradicionales. Por micrófono anuncian la inminente santa misa –¿ya amaneció?–. Así, la Guardia de los Artistas ha cumplido: la Virgen no se quedó sola ni un instante desde que concluyó la misa de medianoche, saludada por música (grabada o “viva”) y cánticos en voz de intérpretes devotos que en géneros variados vinieron a ofrendarle su arte (se atestiguó la prestancia galana de un charro negro que debió retirarse para cumplir otro compromiso luego de esperar y esperar turno; la solidaria desde el Sur de cantores llegados de Tekax, “por si se ofrecía”). Viene el obispo, hora de partir. Fuera, bajo el cielo cubierto de neblina que opaca al astro lunar, 1 par de tacos de 10 pesos y 1 refresco (a 15) son apurados tras sortear cuerpos yacentes de quienes reparan fuerzas tras cumplir “promesa”. Al desandar el camino por la calle 69 desde el santuario es notoria la cantidad de gente que a su vera duerme o con baja voz comparte entusiasmo en corrillos. Y es que en Mérida el miércoles, temprano en la tarde comenzó a oírse la pirotecnia en los barrios, colonias y fraccionamientos; ya era visible el ir y venir hacia el templo de grupos peregrinos a pie, en convoyes de bicicletas, tricitaxis y mototaxis –profusamente ornamentados– o encabezados por automóviles, o en camiones de redilas llegados desde municipios diversos entre cantos, rezos y música grabada. Hacia la noche, apresurados viandantes sin rumbo recorrían las calles flanqueadas por casas engalanadas con series de foquitos navideños y banderines tricolores (como en septiembre) y abundantes efigies de la Virgen Morena. Y aunque el domingo 8, Yucatán celebró a las “Conchitas” por la fiesta de su patrona la Virgen de la Concepción que mantuvo continuas corridas de autobuses atestados entre Izamal, donde tiene su sede el templo de esa advocación mariana, y Mérida, era clara la voluntad de no quedar a la zaga con la Lupita mayor. Por doquier música alusiva. Misas domiciliares y talleres, rosarios y rezos de novena, víspera culminante, con el reparto de vaporcitos, arroz con leche y horchata dando ambiente de fiesta familiar entre vecinos y recién llegados, a pesar de ser día “Duch” de semana laboral. Salvas de “hiladas”, petardos y cohetones “voladores” saludan a la Virgen en la larga noche. Retorno. Dormir, despertar, correr al súper: hay una misa para honrarla en Plaza Oriente… Quede el recuento del día a cargo de otro.

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