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Opinión

¿Mandar obedeciendo?

León García Soler

 

Antes de cumplir noventa días en el cargo, el mandatario en pos de la Cuarta Transformación ha confundido a propios y extraños; ha desmañanado a funcionarios, periodistas y ciudadanos en general con las llamadas conferencias de prensa en las que dicta la orden del día y cambia las señales de movilidad dadas el día anterior. Y de ahí, a la gira perpetua, a la campaña perpetua y el irresistible contacto con los de abajo.

Cómo es entonces que al indicar el camino cambia los señalamientos; o nos ofrece la versión de una izquierda conservadora y una derecha capaz de inclinarse en sentido contrario cuando manifiesta su acuerdo con el cambio. Averígüelo Vargas, Particularmente si es el de las conversaciones en la Catedral que se preguntaba: ¿Dónde se jodió Perú? El descubridor de la Dictadura Perfecta en los años de la hegemonía del PRI que conducirían al abismo de las décadas de neoliberalismo. De la proeza neoliberal, sentencia López Obrador, que nos hundió en el pantano del que nadie sale sin haber manchado su plumaje. Y de la no intervención que propone el diálogo en Venezuela y aplicar la tesis de Bora Milutinovic: “Yo respeto”, cuando el patán Trump vuelve una y otra vez a agraviar a México y los mexicanos con la estulticia racista.

Ojo. No hay en estas líneas la menor intención de negar la habilidad política de AMLO, el conductor, el pastor del pueblo que convoca a la verdad de Cristo y el retorno a la ruta trazada en las tres transformaciones nacionales producto de irreconciliables diferencias entre insurgentes y monárquicos, liberales y conservadores (radicales y reaccionarios), revolucionarios constitucionalistas y usurpadores huertistas. Al fin y al cabo, conflicto natural entre los dos partidos de la historia, el del progreso y el conservador. De eso no ha dejado de hablar el infatigable agitador del Sureste. Aunque ya en el poder escuchemos lo del punto de confusión de izquierda y derecha en la hora del cambio: “Esos que se las dan de muy radicales, son muy conservadores porque no quieren la transformación. ¡Tolerancia!”, exclamó en Michoacán ante las viejas tácticas de los de la Coordinadora.

Sea. Ya en Guerrero se dirigió a una multitud de jóvenes herederos de la rebeldía de Juan N. Álvarez y las guerrillas de Lucio Cabañas que se alzaron hace cincuenta años. Se acabó la guerra y habrá subsidios para los estudiantes, para quienes decidan trabajar la tierra y becas de aprendices en empresas privadas. Alegría juvenil en la vecindad de Iguala, donde López Obrador incluyó el grito de ¡Vivan los 43! Y enfrentó pancartas en defensa del que fue presidente municipal de Iguala la noche de la violencia criminal y la desaparición de esos cuarenta y tres normalistas en la hoguera de las contradicciones y la humareda del papel de la justicia y la ausencia del estado.

Muy amarga combinación. Pero en menos de tres meses ha impuesto Andrés Manuel López Obrador el poder del mandato que le dieron más de treinta millones de votantes el 1º de julio. Visible cada mañana en la oscura presencia y visible paciencia de sus colaboradores, testigos del poder que se deposita en un solo individuo y como lo ejerce su jefe: en el principio era el verbo. Afuera, la paciencia ancestral de los que buscan la palabra del que manda y el sorprendente repudio de los chiapanecos del EZLN que acuñaron la ya famosa frase de “mandar obedeciendo”. Y ahora le niegan esa posibilidad al que tiene sus tierritas en Palenque. Será tal vez por el pasmo de los escuchas que oyen decir al mandatario que ha dado instrucciones a Julio Scherer Ibarra, consejero jurídico de la Presidencia, para que presentara una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, a fin de que les “recomiende qué hacer en estos casos”.

En el de los bloqueos de los maestros de la sección 18 de la muy avezada Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que ha paralizado el movimiento de trenes y su carga en las líneas de transportes ferroviarios, enlace vital de los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas con el centro y el Noroeste del país. Yo no voy a reprimir al pueblo, ha dicho AMLO. Y ahora exige se aclare ese asunto, porque, dice: Hemos hecho todo para satisfacer las peticiones, se les entregaron sus apoyos...ya se les pago a los maestros. Sin embargo siguieron con esto. Y por eso, aunque todos saben que son añejos usos y costumbres de la CNTE, diría en Huetamo, Michoacán, que instruyó al consejero jurídico presentara una queja ante la CNDH para que les recomiende la que deba hacerse.

Usted entiende lo de una autoridad oficial que solicita la intervención en defensa de ¿sus? derechos humanos. Estos son tiempos de cambios, de la prolongación de una larga marcha en busca de ser el mejor Presidente de la Historia de México. Y mientras disimulan los bostezos los secretarios y secretarias del titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión, la sorprendida CNDH se apresuró a dar respuesta a la queja del que así interpreta el poder de mandar obedeciendo: “...busquen la solución del mismo por mediante la construcción de acuerdos en el marco de la ley, estableciendo un proceso de diálogo”.

Pero no hay el recurso de la Doctrina Estrada, ni de incorporar a Bernardo Sepúlveda para que Marcelo Ebrard tenga con quien dialogar. Y concluye la CNDH que si las instancias de gobierno llegaran a determinar la existencia de un acto ilegal, “están obligadas a proteger y garantizar, en el ámbito de sus atribuciones, los derechos de las personas, mandato al que no pueden renunciar o pretender delegar a terceras instancias.”

Todo sea para avalar que no se usará el poder presidencial para reprimir al pueblo. Aunque los juristas y delincuentes saben que el Estado, el gobierno, tiene el monopolio del uso legal de la violencia ante actos criminales o de rebelión, sea política o de criminales que han impuesto su imperio sobre el de la ley ante el vacío del poder y la ausencia del accionar de las instituciones. Uso legal, dice. Tal como establece las facultades del Poder Ejecutivo para declarar la suspensión de garantías, previo permiso del Congreso y con el señalamiento físico del lugar y tiempo del estado de excepción. Esas facultades constitucionales se han guardado en un viejo archivo, mientras se multiplican las reformas de todo género a la Constitución de 1917, sin excluir al artículo 3º, al 27, al 123.

Y ahora, ante el estado de facto de excepción, el apóstol de la Cuarta Transformación resolvió hacer las reformas constitucionales indispensables para crear una Guardia Nacional. Ahí vuelven a aparecer los apuros y olvidos de los consejeros jurídicos y los otrora activistas de la era previa a la fusión oligárquica que eliminaron el párrafo del art. 3º que declaraba la autonomía de la Universidad. Para no traer a cuento ahora la muerte declarada de las ideologías, nido de los Trump y de la escenificación de Laocoonte en el conflicto entre la Italia de gobierno ultraderecha y la Francia de la tecnocracia retórica de Macron. El mundo entero en la marcha de los tontos que acertadamente describe la historiadora Bárbara Tuchman: Visita del vice primer ministro italiano Di Maio en apoyo a los “chalecos amarillos” cuya marchas multitudinarias han puesto de cabeza al atribulado Presidente francés.

Aquí ya nadie sabe si los que permanecen de guardia en el bloqueo de las puertas de la Suprema Corte de Justicia son sombras de los que tomaron el Palacio de Invierno de San Petersburgo, o firmes seguidores del predicador de la Cuarta Transformación que se oponen todavía a los sueldos de los ministros y jueces del Poder Judicial. O nostálgicos de la más añeja rebeldía, ecos resonantes del “al diablo con sus instituciones”. Sean lo que fueren, no están al día en el ejercicio del Poder y las variantes impuestas por la terca realidad al predicador del Sureste. De aquel lado de la puerta del Palacio Nacional cambia la perspectiva del uso ineludible de las fuerzas armadas para combatir al crimen organizado o caótico que ha sembrado de tumbas clandestinas el territorio nacional.

Y para no dar la impresión de que sigue los pasos del viejo gobierno, AMLO decidió formular la iniciativa de reformas constitucionales para crear la Guardia Nacional. Y la mayoría automática y dichosa que es suya, discutió y aprobó mecánicamente la iniciativa. El que manda leyó la iniciativa y se indignó ante el olvido o descuido de sus legisladores que lisa y llanamente omitieron el párrafo que fijaba el plazo durante el cual Ejército y Marina seguirían participando activamente en asuntos de seguridad pública, en tanto no se integraran y capacitaran debidamente los civiles reclutados por la Guardia Nacional.

Ni modo que los de la soberanía legislativa pusieran un parche, una fe de erratas. Imposible en una iniciativa de reforma constitucional. Va de nuevo. Y va para largo, porque la alicaída oposición vio que si no puede vencer a la mayoría, ésta suele derrotarse a sí misma. O añorar victorias pírricas que no se resuelvan con la buena voluntad de invocar y añorar la presencia hogareña de los abuelos.

Vean atentamente las encuestas cotidianas, vean como sube y sube la aprobación al estilo personal de gobernar de su jefe, del titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. Y no bostecen ante las cámaras en las madrugadoras conferencias de un solo hombre. Recuerden los versos de la aventura española del siglo XVI: “A reinar, fortuna vamos/ No me despiertes si sueño.”

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