Jorge Lara Rivera
¿No se va? ¡Cómo que no se va!…, entonces que no pringue, que se quede solo con sus marranadas. La vorágine del escándalo encubridor crece como un agujero negro y erosiona el prestigio del apellido Trudeau en la política canadiense despojando al otrora apreciado Justin de toda autoridad moral en asuntos diversos de política doméstica e internacional, como el caso Venezuela.
Las renuncias de prominentes integrantes de su gabinete, otrora avales de su gobierno, se suceden sin que el primer ministro pueda aminorar su impacto negativo en la percepción social. En los pasillos de Ottawa menudean las especulaciones de si el premier Trudeau se irá en un último gesto de decoro o esperará a ser echado, repudiado por los ciudadanos en las urnas en las elecciones de otoño.
Y es que las defecciones han ido sucediéndose descorazonadoramente para sus ansias reeleccionistas que tanto critica en otros (como el venezolano Nicolás Maduro). Recientemente, en un mitin realizado en Toronto con decenas de sus seguidores del partido liberal, el discurso de Trudeau fue interrumpido en varias ocasiones por individuos situados entre el público que criticaron al primer ministro canadiense por las políticas de su Gobierno.
La crisis que desde fines de enero sacude al gobierno canadiense, cuando fue conocida la verdadera causa de la renuncia de Jody Wilson-Raybould, primera mujer y primera indígena en la historia de Canadá que accedió a los altos cargos de ministra de Justicia y Fiscal General de Canadá al inicio del gobierno de Justin (noviembre de 2015) y luego la degradó sorpresivamente (enero 14, 2019) con pretexto de un pequeño ajuste de su gabinete, aprovechando para removerla de Justicia y asignarla al frente del ministerio de Veteranos.
“The Globe and Mail”, un influyente medio canadiense, publicó que por meses Wilson-Raybould fue presionada por la Oficina del Primer Ministro para que diese trato preferente a SNC-Lavalin, la mayor constructora/minera canadiense, acusada de prácticas corruptas. La crisis hizo eclosión el 2 de febrero cuando la ministra degradada renunció; y alcanzó grados de desastre cuando ella misma (febrero 27) acusó públicamente a Trudeau, a los principales asesores de él y a otros ministros de presionarla 4 meses para que obstaculizase el “affaire” SNC-Lavalin.
Detalló que el premier pretendía que la Fiscalía favoreciese a la empresa ofreciéndole un acuerdo de enjuiciamiento diferido y así evitar los tribunales, sin que se le pudiera prohibir participar en contratos públicos por sobornar al régimen libio del depuesto Muhamar al Gadafi para ganar licitaciones públicas allí. Y como la directora de la Fiscalía rehusó y su superior, la ministra Wilson-Raybould, respaldó a su subordinada tras evaluar el expediente, contrariando los deseos de Trudeau, ésta fue removida.
Justin ha negado las presiones y atribuyó el conflicto a diferencias de interpretación, pero también ha dicho (como Trump en el caso del asesinato que involucra a las más altas autoridades de Arabia Saudita) que actuó para salvar miles de empleos –la nómina de SNC-Lavin supera los 50 mil. La situación empeoró el lunes 4 de marzo con la 2ª renuncia en el gabinete del vástago de Pierre Trudeau. La salida de Janet Philpott, una de las personalidades más respetadas de la clase política de ese país y hasta entonces ministra del Tesoro, ocurrió de modo intempestivo agravándola, por más que al día siguiente Justin Trudeau intentó minimizarla. Y es que en su carta de renuncia dirigida al primer ministro, aunque Philpott no menciona por su nombre al premier, puso en claro (“Desgraciadamente, la evidencia de esfuerzos por políticos y funcionarios para presionar a la ministra de Justicia para que interviniera en el caso criminal de SNC-Lavalin, y la evidencia del contenido de esos esfuerzos, me han provocado graves preocupaciones”) haber dejado de confiar en la administración presente que él encabeza por faltar a “Los principios solemnes en juego son la independencia e integridad de nuestro sistema de justicia. Es una doctrina fundamental del imperio de la ley que nuestro fiscal general (y ministro de Justicia) no deba estar sujeto a presiones o interferencias políticas con respecto al ejercicio de su discreción procesal en casos criminales”.
Con un gobierno bajo ataque y amenazado con nuevas defecciones, ahora Justin Trudeau comprenderá que la justicia poética de vez en cuando asoma en un mundo asimétrico. Y que el imperio de la fuerza contra los débiles, no es igual cuando enfrenta a otros fuertes…