Ricardo Alarcón de Quesada
Una vez que hubiesen conseguido la imaginaria derrota de la Revolución cubana, quimera siempre perseguida por el Imperio, la isla entraría en una etapa de transición que debería desembocar en un Gobierno “democrático” aceptable y aprobado por Washington. Para asegurarlo el Presidente de Estados Unidos designaría un Procónsul que conduciría la descomunal tarea de deshacer todo el sistema político, económico y social edificado en Cuba por más de medio siglo. La descripción minuciosa de ese proceso está en el Título II de la Helms-Burton y en el Plan Bush.
Hay un elemento constante que acompaña todo el recorrido desde la ocupación del país, su “tránsito” hacia la “democracia” y más allá, hasta un porvenir indeterminado, una “condición indispensable” para levantar el bloqueo y para las relaciones futuras incluso con un Gobierno “democrático” made in USA: Ese elemento clave, decisivo, sería la cuestión de las propiedades reclamadas por individuos de origen cubano que hoy ostentan la ciudadanía estadounidense.
Lo dice la Ley, una y otra vez, con todas las letras, para que lo entienda cualquiera: “La devolución de las propiedades” a quienes las perdieron “el primero de enero de 1959”.
Vale la pena detenerse en este punto pues permite descifrar la esencia del engendro disfrazado de Ley.
El primero de enero de 1959 el tirano Fulgencio Batista se fue de Cuba tras delegar el mando en el General Eulogio Cantillo que se pasó la jornada tratando de conformar una Junta cívico militar. Con el dictador se fueron sus colaboradores más cercanos y muchos otros comprometidos con el régimen derrocado siguieron el mismo camino en vuelos organizados por Cantillo y la Embajada yanqui durante todo ese día.
Ese primero de enero Fidel Castro convocaba desde Oriente a la huelga general revolucionaria contra la Junta golpista que encabezaba Cantillo y duró hasta el día 5. Hubo manifestaciones populares y enfrentamientos con bandas armadas batistianas. El Ejército Rebelde avanzaba, en el Este y en el Centro hacia zonas controladas todavía por fuerzas del viejo régimen. Ese día no fue promulgada ninguna medida nacionalizadora o revolucionaria por la sencilla razón de que el movimiento revolucionario aún no había llegado al poder. La entrada victoriosa de Fidel en La Habana no se produciría hasta el 8 de enero.
Lo que se produjo el primer día del año 59 fue la fuga de asesinos, torturadores, politiqueros corruptos y otros cómplices del régimen depuesto. En su estampida dejaron atrás, abandonaron, numerosas propiedades muchas de las cuales, por cierto, eran fruto del robo, la malversación y otras ilegalidades. Esas propiedades incluían grandes latifundios, fábricas, centrales azucareros, edificios de apartamentos y residencias particulares.
Desde aquella fecha se pasaron el tiempo añorando el momento en que el Ejército yanqui invadiese Cuba y les devolviese todo. Seis décadas después ahora son sus descendientes los que sueñan adueñarse nuevamente del país. La Ley Helms-Burton es su gran “victoria”.
Finalmente lograron que el gobierno de Estados Unidos –Congreso y Administración– convirtieran su delirante empeño por regresar al pasado en la pieza central de la política hacia Cuba.
Hay algo que suele olvidarse y que, sin embargo, se debe subrayar. Los que emprendieron la fuga aquel enero no se fueron con las manos vacías. Antes de irse saquearon el tesoro de la República, vaciaron las reservas del Banco Central y se llevaron los recursos que sustentaban el valor del peso cubano. The New York Times calculó el robo en casi 500 millones de dólares de la época y dedicó a este asunto un editorial en el que afirmaba que en esas condiciones ningún gobierno podría sostenerse y gobernar.
No sólo a Cuba no le fue devuelto ni un céntimo sino que además la Administración Eisenhower se negó a otorgar un préstamo para aliviar la crítica situación. Todo esto sucedía antes que Fidel asumiera la jefatura del gobierno y se adoptasen las primeras medidas revolucionarias.
A veces los eruditos discuten acerca de la fecha en que se inició el bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba y las razones para fundamentarlo. La verdad histórica es que esa guerra económica comenzó en la madrugada del Primero de enero de 1959 y si se llevasen a cabo las pretensiones de la mafia anexionista-batistiana no terminaría nunca.