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Opinión

Los Días del Maestro

León García Soler

En el laberinto de días de guardar, fines de semana de tres días, y cohetes al aire en las obras del optimismo de la oligarquía, se produjo el sorprendente desencuentro de los maestros de la Coordinadora y el Presidente de la Cuarta Transformación que pospuso la publicación de la reforma aprobada para abrogar la “mal llamada reforma educativa”. Hay que esperar el visto bueno de los maestros dijo el madrugador del Palacio Nacional. Y Mario Delgado volvió al síndrome de Estocolmo, mientras Ricardo Monreal festinaba el contrapeso light del Congreso en la Nueva Era.

Y nada hubo. Se declaró el receso del período ordinario de sesiones, con la promesa de convocar a período extraordinario en cuanto se instalara la Comisión Permanente; citar el mismo lunes a período extraordinario para volver a votar y contar con los ausentes de ideas y presencia que hicieron el milagro de hacer como si de veras fueran representantes del pueblo y las entidades federales, al perderse en el laberinto sin hilo de Ariadna y con la reaparición sorpresiva de la maestra milagrosa. Elba Ester Gordillo reinició el discurso de la luchadora inmortal que anunció ¡aquí yace!, en sus anticipados funerales; cárcel, milagro médico y libertad dictada por los jueces del Poder Judicial que se adelantó al ya anunciado por los de la 4T.

Así es esto de los laberintos y la resurrección de los liderazgos que fueron de arriba abajo, pero se asentaron con firmeza al acumular el capital del neoliberalismo hoy decretado muerto por el líder de Macuspana. Todo cambio altera el orden de los factores y repone el producto de la acumulación de capital. Decía que la maestra Gordillo volvió a la tribuna pública y desde ahí desechó el mando del ponente de la constitución moral. Sus colaboradores cercanos, su nieto y su yerno, dejaron las filas de cortesanos de la Roma y puritanos del Palacio, para unirse a la reconquista del sindicato y el acto de birlibirloque de Elba Ester Gordillo quien proclamó su acuerdo con los maestros de la Coordinadora. Con sus adversarios históricos y enemigos declarados.

Los de la sección 22 de la Coordinadora ya habían subido a la rueda de la fortuna del cambio de régimen, inicio de la Cuarta Transformación, sin haber comprado boleto. No hubo pacto alguno, porque no se estila. Pero declararon estar a favor de Andrés Manuel López Obrador y que seguirían firmes en lo que hace al compromiso de campaña de abrogar “la mal llamada reforma educativa” de Enrique Peña Nieto. Y de eso se trataba en las sesiones alternas del Senado, la Permanente y vuelta al Senado para sumar los votos que demanda la norma y volverle el alma al cuerpo a Mario Delgado, el disparatado conductor de la bancada de Morena, mayoritaria en todo menos en sentido común. Y antes de que llegue el 15 de mayo, aprobaron la reforma de la reforma.

Ahí viene el Día del Maestro. Y los dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación afirmaron que el gobierno de AMLO “perdió la oportunidad histórica” de transformar el sistema educativo; que lo aprobado en el laberinto “incumple la promesa de abrogación y mantiene el estado de excepción laboral de los maestros”. Va de nuevo, Para que se aprendan la lección, repetir una y otra vez la agitación y la resistencia “no sólo en las calles, también en las aulas y comunidades porque es (su) responsabilidad ir construyendo una propuesta alternativa al modelo neoliberal de educación”: Llaman a la movilización magisterial en todo el país los días 15, 16 y 17 de mayo, con un paro de 72 horas previo al estallamiento del paro indefinido de labores.

Silencio en los salones del Palacio. Pasmo en la espléndida Secretaría de Educación, donde Esteban Moctezuma Barragán asiste a la lección de la política del poder donde termina la banqueta. Va de nuevo y en Oaxaca espera el sismo Alejandro Murat, confiado en la capacidad de negociar a sabiendas de no avanzar hacia solución alguna. No confía el joven gobernador en los pactos impresos en su ADN. Pero dispone de lo aprendido de su maestro Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía y testigo de los efectos de la “verdad alternativa” de Trump, el campeón de las pérdidas y quiebras que se multiplican a su paso como las mentiras cuya cuenta alcanza ya más de diez mil “comprobadas” en lo que lleva de ensayar el autoritarismo del capitalismo financiero extremo en el que los mercados no son controlados por “la mano invisible” de Adam Smith que nada regula, porque nunca ha estado ahí.

Largo, interminable el laberinto de la tecnología binaria, de la ciencia en incesante cambio en el que a cada avance corresponde la desaparición de miles de empleos fijos y bien pagados. Y la incertidumbre de la caída, del final de la Guerra Fría y el desplome del Muro de Berlín que abrió paso a la unidad de Alemania y a la Unión Europea. Pero también al qué hacer ante el desafío global de la concentración de la riqueza y la multiplicación exponencial de la pobreza. No hubo el Fin de la Historia que anunció Francis Fukuyama. Pero cuando el socialista Francois Mitterrand asumió la Presidencia de Francia, inició la demolición institucional del formidable estado de bienestar de la Revolución Francesa y las luchas sociales del devenir histórico.

Y ahora Francia ve la confrontación semanal de los “chalecos amarillos”, del hartazgo con los partidos que nada ni a nadie representan, y la verdad anticipada por Anatole France en su visión de la igualdad de pobres y ricos, libres de dormir bajo los puentes del Sena. Y madame Le Pen espera alegremente la ocasión de alcanzar la Presidencia y ocupar su sitio en la extrema derecha, xenófoba, racista, agitada por la migración de la otredad que sigue los pasos del nazifascismo. Sea en Hungría con el mando de un solo hombre, o la marcha a Roma de los del Norte de Italia que ya dialogan con el profeta de Donald Trump en la Plaza del Pueblo mussoliniano. En Francia, Jean Luc Melenchon manifiesta la angustia por la pérdida de significado popular de la izquierda, de la palabra misma.

Por eso inquieta la transformación en nuestro laberinto. Con la concentración de poder como resultado del auténtico sufragio efectivo. Se prolongan los cien días napoleónicos al plazo establecido por AMLO desde la tribuna del mensaje madrugador y el combate imaginario entre conservadores y liberales, imágenes fantasmagóricas del eterno retorno. Con la convicción incontestable de Andrés Manuel López Obrador del deber de enfrentar al mal con el bien y de ver en cada sicario nativo, en cada matón juvenil, sea de quince o de veintidós años, a una víctima de la avaricia neoliberal y la impunidad de los corruptos saqueadores del tesoro público, que puede y debe ser salvada con la ayuda económica que oculte su origen de institución estatal: Que sepan que no somos lo mismo.

Así, mientras los partidos políticos intentan ser oposición auténtica a un gobierno que niega ser consecuencia del apabullante voto electoral y se declara producto de una revolución para cambiar de régimen y hacerse cargo del mandato del pueblo para que impere la justicia por encima de la ley, para que la libertad de pensamiento se traduzca en derecho de réplica del Poder Ejecutivo de la Unión y de la difusión evangélica de todas las iglesias. La corrupción es un delito, dicen los reformistas. Nadie ganará un sueldo mayor al que reciba el Presidente de la República. Y nadie podrá exigir que se aplique la ley a los que hoy representan el bien: Porque todos saben que no somos lo mismo; todos me conocen y confían en mí.

Y así se prolongan los cien días proverbiales. La mayoría confía ciegamente en el predicador del bien que eligieron el 1º de julio por abrumadora mayoría. Y mientras en las muy corrientes redes sociales se disputan constantemente la superioridad en el uso y abuso de la ofensa y los calambures, los sobrevivientes al diluvio electoral huyen al Este del Edén para proteger los bienes mal habidos; mientras quienes se mantienen firmes en la convicción de que la política es el arte de lo real y lo posible, ensayan el retorno al oficio y la vocación políticos; buscan cómo recuperar lo que entregaron al tlatoani del cesarismo sexenal: cómo ser ellos mismos dueños de su futuro.

Y vuelta al laberinto del Minotauro. La izquierda cuenta sus cuarenta monedas y jura que volverá a ser lo que nunca pudo haber sido. Sí, el PRD unido al conjuro del cardenismo busca una idea, un ideal, una semblanza ideológica que le permita volver a cosechar lo que el poder político ofrezca por servicios al poder del capital privado. Y el PAN se dispersa cantando el coro del Nabuco; la derecha que osaba decir su nombre busca el concurso de los narradores de la contra-historia, el lujo estelar de la clase magistral, the chattering class del mundo unipolar.

Y el PRI. Contraparte del mítico dinosaurio de Augusto Monterroso que cuando despertó ya no estaba aquí. Sobrevive por el equívoco cargo de la oposición a la hegemonía que lo declara partido con setenta años en el poder: incapaces de distinguir entre el Partido Nacional Revolucionario del callismo que declaró el final de la era de los caudillos; y el Partido de la Revolución Mexicana de Lázaro Cárdenas que rechazó la visión de falso corporativismo y movilizó a los sectores obrero, campesino y militar para hacer efectivo el proyecto social de la Revolución; menos todavía del Partido de la Revolución Institucional que bajo el manto del civilismo rechazó a los del pueblo en armas, para dar paso a los universitarios y empresarios en vías de capitalistas financieros.

Aunque ahora los invoque López Obrador en prédicas de nostalgia del desarrollo estabilizador de los años de Antonio Ortiz Mena. Siempre tiene más el poderoso cuando pierde, que los aferrados al sueño de la era en que Dios era omnipotente y el señor Don Porfirio Presidente. “Tiempos ay, tan iguales al presente” que dijera el gran Renato Leduc. Y quien no crea en la sabia virtud de conocer el tiempo, escuche cuidadosa y gozosamente el discurso de Beatriz Paredes Rangel del 6 de mayo en el Consejo Nacional del PRI. No hay estadista sin vocación y oficio de agitador. La experiencia nada hace para el tonto que envejece, salvo exhibir a un viejo tonto.

Pero Beatriz Paredes era una activista vital, una agitadora inteligente en sus años juveniles. Hay que oírla hablar ahora que voltean algunos en busca del Tlatoani y otros en busca del dinosaurio que ya no está aquí. No hay para dónde hacerse. O elección abierta con voto libre de los militantes, o verse en la fila de los peregrinos que irán en busca de la generosidad del vencedor; del muy cristiano López Obrador que a nadie persigue, pero aprieta el puño para demostrar que nada olvida y él se reserva el derecho de réplica y de sentencia moral, por ahora, desde el púlpito del bien que reconoce al diablo en todo mal.

O cabestrean o se ahorcan. Hay dos aspirantes firmes: Alejandro Moreno Cárdenas, desde militante juvenil a gobernador de Campeche; y José Narro Robles, que fue rector de la UNAM y colaborador de Luis Donaldo Colosio. No se equivoquen: Elección libre de la base en el partido que fuera incluyente y tendrá que demostrarse capaz de serlo en esta hora de laberintos insondables y el mapa en manos de la minoría infinitesimal que todo lo tiene y quiere más.

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