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Opinión

Bolivia: no retorno sino comienzo

Por Jorge Gómez Barata

Entre las más felices y traumáticas experiencias de la izquierda latinoamericana figura el proceso político boliviano que en los últimos 13 años incluyó el ascenso y derrocamiento de Evo Morales, seguido por el triunfo electoral de Luis Arce que pudiera inspirar nuevos aires progresistas en la región, aunque no una reedición del período precedente. No existen evidencias históricas de hechos semejantes.

La ocupación de Europa por el fascismo, aplastó a las democracias liberales, instaurando un régimen de barbarie. Sin embargo, la liberación no se limitó a la restauración del régimen anterior a la guerra, sino que se avanzó hacia un status superior que, entre otras cosas, entronizó los estados de bienestar y propició la ampliación de las libertades y los derechos humanos. La fundación de la ONU creó escenarios propicios para la descolonización, la aparición de 40 nuevos estados y la convivencia internacional. El mundo no fue igual.

Como parte de una paradoja política trascendental a fines de los años ochenta, mientras en Europa Oriental y la Unión Soviética colapsaba el socialismo real y en América Latina prácticamente desaparecían los partidos comunistas que, excepto en Cuba tuvieron escasa influencia, debutaron corrientes políticas anti neoliberales que formaron lo que fue calificado como “una nueva izquierda”, no inspirada en doctrinas o ideologías, sino en lecturas contemporánea de la realidad.

En esa andadura que, desde el regreso del sandinismo al poder en 1985, abarcó más de treinta años, ejercieron la presidencia una docena de mandatarios en una decena de países, los cuales promovieron reformas constitucionales, impulsaron transformaciones políticas, sociales y económicas nacionales, algunas radicales y se asumió una proyección internacional avanzada. A esos empeños se sumó el esfuerzo para construir una infraestructura política que además de reorientar y fortalecer los mecanismos existentes, auspició la creación de UNASUR, PETROCARIBE, ALBA, CELAC y otros.

La influencia política hizo posible que en 2009, la OEA derogara la resolución mediante la cual en 1962 Cuba fue expulsada de la organización y, en 2015, la Isla fuera invitada a la Séptima Cumbre de las Américas en Panamá, oportunidad en la cual el presidente Raúl Castro se relacionó con el de Estados Unidos, Barack Obama.

En lo que originalmente pareció una conquista relevante, amparada en una favorable correlación de fuerzas al interior de la organización, en 2015, Luis Almagro, un político uruguayo de izquierda, canciller de José Mujica fue electo Secretario General de la OEA lo cual, más que una maniobra fallida, resultó ser un descalabro que ha contribuido a la remisión de los avances políticos en el continente.

Hugo Chávez murió sin que el proceso venezolano estuviera consolidado, Fernando Lugo, Manuel Zelaya, Dilma Rousseff y el propio Evo Morales fueron desplazados por golpes de estado de diferentes facturas, Lula fue encarcelado, Mauricio Funes protagonizó un simulacro de exilio, y Correa que se equivocó al elegir el delfín que debía continuar su obra, es técnicamente prófugo de la justicia de su país. En Uruguay el Frente Amplio se ha consolidado y sin tensiones, participa de la alternancia en el poder.

Evo Morales no es hijo de la política ni de la demagogia, tampoco de la partidocracia ni de una revolución, sino de la movilización social y de la democracia entendida como la máxima conquista popular de todos los tiempos que en Latinoamérica, se ha vuelto funcional a los intereses de las mayorías. Con votos ganaron Ortega, Chávez, Lula y otra docena que fueron desplazados del poder, pero no pudieron ser derrotados en las urnas.

Quienes, confundiendo deseos con realidades, creen ver en la experiencia boliviana, un retorno automático del progresismo en América Latina, pueden estar confundiendo los deseos con realidades. Tal vez Bolivia no es un retorno ni una revancha, sino un nuevo comienzo.

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