Por Alejandro Páez Varela
El General no es culpable. Empecemos por allí. Tampoco es el ejemplo de la corrupción en el Ejército mexicano o en la administración de Enrique Peña Nieto. No es culpable, y por una simple razón: la presunción de inocencia. Un individuo es inocente hasta que se le demuestra lo contrario. Así lo detenga la DEA o, más bien, sobre todo si lo detuvo la DEA: el doctor Humberto Álvarez Machain fue secuestrado, trasladado a Estados Unidos ilegalmente y enjuiciado allá y salió libre después de años de tortura. No sé si haya participado en el asesinato del agente Enrique Camarena pero tuvo que ser liberado porque no le probaron nada. Y este es apenas un ejemplo. Por eso (o en ese sentido), el General Salvador Cienfuegos Zepeda no es culpable hasta que se le demuestre lo contrario.
Los oficiales del Ejército mexicano que tuvieron una relación directa con el General; que le sirvieron durante su encargo como Secretario de la Defensa, tampoco son culpables. No son ejemplo de cómo el dinero sucio infiltró a las Fuerzas Armadas mexicanas desde hace años y hasta los niveles más altos. Y es por lo mismo, por la presunción de inocencia. Lo último que sé es que los que trabajaron directamente a las órdenes de Cienfuegos no han sido removidos ni están bajo investigación. No se puede ordenar una purga así como así. Varios comandantes de zonas militares que sirvieron directamente al General Cienfuegos son la élite de las Fuerzas Armadas el día de hoy. El Jefe del Estado Mayor de la Sedena, el Oficial Mayor, un subsecretario y, bueno, el mismísimo Secretario de la Defensa Nacional, Luis Crescencio Sandoval: todos promovidos por el General. Todos bajo sus órdenes. No hay manera de separarlos de sus cargos porque nos quedamos sin cabeza del Ejército. Así. O se desata una revuelta que no quiero invocar aquí.
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Cienfuegos no es Genaro García Luna. Más precisamente dicho: el Caso Cienfuegos no es el Caso García Luna. No se puede ordenar una purga en el Ejército mexicano como se ordenó en los cuerpos de seguridad a partir del arresto del exsecretario de Seguridad Pública federal. El General no puede ser usado como estandarte contra los años del neoliberalismo; o se puede, pero no sería responsable. No se le puede usar como ariete contra el Presidente al que sirvió. Se puede, pero sería más que imprudente. Quizás por eso López Obrador no ha repetido aquello de que todos los que sirvieron a Cienfuegos serían investigados y separados de su cargo. Supongo que por la presunción de inocencia. Y supongo también que es por un mínimo de prudencia.
De hecho, el arresto del General obliga al Gobierno de México –según muchos observadores– a mostrarse indignado y no complacido, como me pareció ver (a mí y a varios) a Andrés Manuel López Obrador la primera mañana después del arresto. Más bien debió verse indignado. Ser el rostro de un país indignado. Y no por Cienfuegos, pero sí por el Secretario de la Defensa de los años de Peña. No por Cienfuegos, pero sí por el papel de la DEA y de otras agencias de Estados Unidos en México. Cómo que pincharon el celular del Secretario de la Defensa. Cómo que lo espiaron. Qué tipo de país lo permite sin decir palabra.
Ayer, en un texto en The Washington Post, diplomáticos de Estados Unidos iban incluso más lejos. Cuestionaban el arresto de Cienfuegos. Decían que quizás la DEA y el Departamento de Justicia no calcularon bien. Quizás, especulaban, saldrá más caro el caldo que las albóndigas. México es un aliado en su lucha contra las drogas y evidenciar que se espía en su territorio; atrapar en un aeropuerto a un exsecretario de la Defensa y meterlo a prisión como si fuera un exgobernador o como si fuera García Luna; no avisar; no alertar a su contraparte para que midiera el efecto y se preparara no parece amistoso. Incluso para los estándares de la DEA no fue nada amistoso. Pero deje eso: no les parecía –decían en el Post– táctico, razonado. Quizás se quiso dar un golpe espectacular para darle una empujón al Presidente de Estados Unidos en turno o para quedar bien con el que viene. Quizás. Pero incluso allá, el arresto de Cienfuegos está bajo duda, bajo presión.
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Allá se le sigue un proceso por cuatro cargos que seguramente se ampliarán. Pero aún así, como presunto inocente, el General tiene muchas cosas qué explicar acá. Quizás ya no tenga la oportunidad de hacerlo, pero debió explicar primero cosas acá. El rol que jugó durante la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, por ejemplo; su rol, y el de los demás generales. Su negativa a permitir que elementos del Ejército declararan por los casos en los que se les señaló en el sexenio de Peña (uno de esos es, justamente, el de los 43). Qué de la matanza de Tlatlaya. O las compras sospechosas en la Defensa Nacional, que porque es la Defensa Nacional nunca han sido explicadas. Cómo fue que el Cártel Jalisco Nueva Generación se hizo del país mientras él era Secretario. O su versión sobre la limpia del cártel del H2: cómo días después de que Trump amenazó con su ejército, un helicóptero de la Marina barrió con calibre .50 a un grupo de jóvenes –sin posibilidad de un juicio– dentro de un barrio de Tepic.
También estamos obligados a preguntarnos quién vigila al Ejército mexicano. Quién lo vigila y cómo se garantiza que no se corrompa. Los mexicanos no sabemos qué pasa allá adentro. En Estados Unidos se le sigue un proceso al General por cuatro cargos que seguramente se ampliarán, pero acá no sabemos ni pío. Y todo sucedió en nuestro suelo. Todo lo que dicen que pasó, pasó acá, en nuestras narices. Quién vigila al Ejército y más: quién garantiza que no se repetirán hechos como los que dicen que se dieron. Ciertamente no es con la simple buena voluntad del Presidente. Se necesita ponerle un cascabel al Ejército que nos avise qué pasa allí adentro. Y la pregunta más que obvia es quién le pone ese cascabel al Ejército. ¿La DEA? ¿El Departamento de Justicia? No: deberían ser (deberíamos ser) los propios mexicanos.
El arresto del General Cienfuegos abre un capítulo inédito en México. Y mal haríamos en renunciar a la lección que nos deja. Si lo hayan culpable, qué vergüenza. Pero deje la vergüenza, qué preocupación: ¿qué pasa adentro del Ejército mexicano? ¿Qué necesita pasar para que se le ponga un cascabel al gato?