Por Saskia Niño de Rivera Cover
“Un reconocimiento absoluto de admiración a mis coautoras, Mercedes Castañeda, Mercedes Llamas y Fernanda Dorantes”.
Nació en el Estado de México y a los 8 años, frente a él, torturaron y crucificaron vivo a su papá, hasta que perdió la vida desangrado.
Al ser el único hombre de la familia, su abuelo lo cuestionó: “Qué vas a hacer al respecto, cómo vas a vengar la muerte de tu padre. Es tu responsabilidad como su único hijo”.
Daniel creció sabiendo que tenía que vengar la muerte de su papá; toda la vida su familia se lo repitió. Creció enojado y la violencia, poco a poco, se volvió parte de su personalidad.
A los 10 años, lo armaron como parte de las autodefensas de su pueblo y a los 12 años pertenecía ya al Cártel de Jalisco Nueva Generación. El paso fue muy sencillo. Junto con él, casi 30 niños fueron reclutados.
Un par de meses después, cometió su primer homicidio. En el campamento de adiestramiento mató animales, torturó a gente, conoció todo tipo de droga y su inocencia se borró por completo.
Las drogas se volvieron la anestesia perfecta para no sentir. Cinco disparos le dio. En su pensamiento, en su imaginación, el hombre al que mataba, era el que asesinó a su papá.
A partir de ahí comenzó su carrera como sicario. Hoy, frente de mí, a sus 19 años, me dice no tener idea de cuántas personas mató. “Dejé de contar, aprendí que tenía que dejar de verlos como humanos y eran trabajos. Me acostumbré y luego ya no me costaba trabajo, y si me costaba me drogaba y se me olvidaba”, relata.
“Un sicario en cada hijo te dio”, bajo el sello Aguilar, es un libro con relatos y testimonios de niños y niñas en la delincuencia organizada. Es una oportunidad para darles voz a esos menores que la violencia y la muerte se llevaron.
A los que están vivos, pero con heridas tan profundas que muchas veces son irreparables. A los que no hemos podido proteger y en lugar de estar en la escuela están adiestrándose en la sierra, siendo entrenados para anestesiar sus emociones.
Este libro es una oportunidad para que ya no existan las niñas y niños cuyo destino está trazado. Es un grito de ayuda urgente para recordarnos que, si no protegemos a los niños, niñas y adolescentes, la espiral de violencia nunca se detendrá y estaremos, como sociedad, destinados a fracasar.
Las políticas públicas sin un correcto diagnóstico, sin escuchar a quienes son invisibles a los ojos de autoridades y gobiernos, fallarán.