Por Jorge Gómez Barata
Donald Trump que una vez se comparó con Abraham Lincoln, pretende elegirse como lo fue George Washington. En la letra original de la Constitución de los Estados Unidos (1789) no existe la expresión “voto popular” y en una revisión de las actas de la Convención Constituyente de Filadelfia arrojó que allí ni siquiera se mencionó el asunto. Tampoco aparece en la letra de la 12º Enmienda mediante la cual se reformó la forma de elegir al presidente.
Según el texto constitucional el primer presidente y tres más fueron electos de la siguiente manera: “Cada estado designará…un número de compromisarios igual al número total de senadores y representantes que le corresponda en el Congreso…Los compromisarios se reunirán en sus respectivos estados, y votarán por dos personas…Será presidente la persona que obtuviera mayor número de votos si dicho número fuere la mayoría del número total de compromisarios designados…” (Condensado JGB). Esta fórmula fue modificada por la XII Enmienda adoptada en 1804 que modificó el procedimiento para la elección presidencial sin alterar su esencia, y sin tampoco aludir al voto popular.
El hecho de que la Constitución Federal no tome en cuenta el voto de las personas comunes, no significa que también lo hicieran los estados, muchos de los cuales lo utilizaron para elegir a los compromisarios. En algunos estados estos delegados son electos directamente y en otros designados por las legislaturas estaduales.
El hecho de que en Estados Unidos no exista una ley electoral federal (nacional) tampoco una autoridad electoral a nivel del país ni un tribunal electoral a esa escala, sino que cada estado regule la forma de realizar la elección presidencial, se explica porque los Estados Unidos no son un país unitario sino una federación de estados. Tampoco son una nacionalidad que evolucionó históricamente hasta convertirse en una nación, sino un estado constituido por acuerdo de las 13 colonias originales.
Al unificarse para constituir un nuevo país, las colonias fundadoras, renunciaron a muchas de sus prerrogativas como entidades independientes, lo que no hicieron fue renunciar al derecho de elegir al presidente. De hecho y de derecho en Estados Unidos no hay una elección, sino cincuenta, una por cada estado que, del modo como está regulado, eligen al presidente.
La última propuesta de Donald Trump que parece descabellada e inviable pero no es ilegal ni imposible, es volver a la fórmula original, y aplicar el procedimiento mediante el cual fueron electos los primeros cuatro presidentes, es decir sin voto popular. Trump propone descartar todos los votos populares, no contarlos, hacer como que no existieron y atenerse sólo al sufragio de los compromisarios.
Para ejecutar la descabellada maniobra que significa retroceder tres siglos, se necesita la complicidad de las legislaturas estaduales y la aquiescencia de los gobernadores que, para favorecer a Trump, tendrían que ignorar a todos sus votantes (republicanos y demócratas) y designar compromisarios sólo a partidarios del próximo ex presidente, todo lo cual parece imposible. No digo que lo sea. Me pareció imposible que Trump alcanzara 70 millones de votos y nunca pensé que la democracia americana fuera tan frágil como para permitir ser manipulada como lo hace un analfabeto político como Donald Trump. Se verán vergüenzas.