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Opinión

Metiendo reversa

La polvareda que desató el arresto y eventual liberación del exsecretario de Defensa mexicano ya se ha disipado un poco, si bien quedan en el aire muchas cosas que aún no se atisban. Pero a la vez, ya hay corolarios del caso que han quedado de manifiesto y que apuntan a flancos de vulnerabilidad para México y para la agenda entre las dos naciones.

El primero es algo que frecuentemente se subestima y da por descontado, tanto en la Ciudad de México como en Washington: el peso estratégico específico que nuestro país tiene para la seguridad estadounidense, sobre todo después de 2001 y la imperiosa necesidad de erigir una arquitectura de seguridad norteamericana. El propio comunicado del Departamento de Justicia anunciando la decisión de retirar los cargos antepuso a la ley consideraciones e intereses de seguridad nacional y política exterior. Segundo, es muy probable que el Ejecutivo mexicano no fuese el único en ser sorprendido por las acciones de la DEA. Otras agencias y actores del gobierno estadounidense tampoco fueron consultados y el proceso interagencias, en una administración disfuncional, descoordinada y que ha marginado a funcionarios civiles de carrera y protocolos de toma de decisiones a lo largo de cuatro años, no validó la decisión. En este sentido, no me sorprendería que en particular el Departamento de Defensa haya puesto el grito en el cielo por el impacto que el arresto y eventual juicio podrían tener para más de dos décadas de creciente profundización de la relación militar-militar entre ambos países y de pasos paulatinos de generación de confianza mutua. Ello además evidencia algo que en nuestro país no se entiende. Y es que tercero, más allá de cualquier otro tipo de consideración política, jurídica, legal o diplomática, una de las lecciones de la sorprendente e inédita vuelta en U con la liberación del exsecretario es que México no está chimuelo en la relación con EU. Tiene dientes, los puede usar y puede presionar a Washington. El tema es, cuándo y para qué se usan. Cuarto, los mecanismos de la relación bilateral importan, y los ignoramos bajo nuestro propio riesgo. La Iniciativa Mérida es más que un mero andamiaje de cooperación. En su incepción se trató, más que nada, de procesos, fungiendo como camisa de fuerza metiendo orden —y en orden— a dependencias y agencias estadounidenses y mexicanas, eliminando precisamente lo que ahora hizo la DEA de nuevo, a decir, avanzar su propia agenda particular hacia México. Al irse resquebrajando estos últimos años la arquitectura de la Iniciativa Mérida por desidia, rechazo y desconfianza hacia todo lo que antecede a los dos actuales mandatarios de EU y México, agencias estadounidenses volvieron a encontrar camino abierto para salirse del huacal de la coordinación, la interna y la bilateral. Quinto, la confianza tarda años en implantarse, pero se destruye en minutos. Y pocas cosas son tan relevantes en la relación bilateral con EU —y en la diplomacia en general— que la confianza. Las acciones de la DEA socavan esa confianza y resetean la relación en materia de colaboración de regreso a décadas —y hábitos— que ya habían sido superados. Finalmente, las acciones mexicana y estadounidense bien podrían desdoblarse en una decisión pírrica para los dos países, degradando la confianza, con lo cual ambas sociedades pierden. Y así, quedaremos como el cohetero, de ambos lados de la frontera.

Por Arturo Sarukhán

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