El diseño de las instituciones políticas y sociales, los órganos estatales, judiciales y de la sociedad civil del socialismo real, incluidos los partidos, la prensa, las entidades culturales y profesionales tuvieron el defecto de la falta de diversidad que no les permitió aceptar en su interior la opinión diferente. Su labor fue un ejercicio de mirarse en el espejo.
Los congresos, parlamentos y eventos, fueron siempre contactos entre iguales, en los cuales lo distinto nunca tuvo acceso. Los líderes practicaron siempre el ejercicio de “predicar a los conversos”. En 70 años de socialismo en la URSS y 40 en Europa Oriental no hubo nunca un debate político genuino. Una vez escuché a Raúl Castro decir: “Cuando llega la unanimidad formal, la crítica se queda afuera”.
Está práctica, continuada por décadas y amparada por el poder, llegó a ejercer una hegemonía social total, hasta convertirse en un credo con amparo judicial. Los que pensaban diferente fueron llamados por Stalin, Beria, Molotov, Vishinski “enemigos del pueblo”, en Europa Oriental “anti socialistas” y en general tratados como “enemigos”.
Después de 2014, cuando en un ambiente excepcionalmente promisorio, con la experiencia del colapso soviético a la vista, avanzaban las reformas impulsadas por Raúl Castro y la normalización con Estados Unidos parecía una realidad, hubo en Cuba cierta oportunidad para que los partidarios de las reformas y la democratización del socialismo expusieran su opinión, sino en la prensa oficial, en otros formatos.
Ante esas voces que no fueron escuchadas, algunos ideólogos criollos, por cierto, más influyentes de lo que parecían, desataron una insólita campaña que desempolvó vetustos argumentos contra el “centrismo”, los “centristas” y los “reformistas”, adjetivos extraídos del pasado para aplicarlos extemporáneamente a personas que nada tenían que ver con los contextos originales en los cuales tales palabras pudieron tener significados.
La reacción me pareció insólita porque, con un nombre u otro, lo que proponía Raúl eran reformas, incluyendo lo que luego resultó en una nueva Constitución. Obviamente, para realizar reformas a escala social, no sólo es preciso rectificar sino, adoptar puntos de vista diferentes, para lo cual es pertinente moverse hacia el centro del espectro político.
Desplazarse hacia el centro significa alejarse de los extremos y de los extremismos. Obviamente, como en todo, hay medidas. Quien pase ciertos límites puede ir a parar la extrema izquierda o a la extrema derecha.
Aquellos puntos de vista que matizaban los esfuerzos oficiales se manifestaron también en las alertas acerca de que las políticas de Obama, pretendían lo mismo que las de otras administraciones, solo que de distinta manera. Al respecto se puso en circulación una especie de slogan según el cual, Obama cambió la “agresión por la seducción”. ¿Seducir a quién?
Contra todos los pronósticos aquella corriente ejerció influencia, tanto que unida otros factores, paralizó las reformas. A propósito, Raúl Castro declaró que: “…Los cambios avanzarían a la misma velocidad con que avanzara el consenso”. Los resultados se expresaron en años y oportunidades perdidas.
Recientemente, el presidente Miguel Diaz-Canel manifestó la voluntad de retomar los acuerdos adoptados en los congresos VI y VII del Partido, cosa más difícil ahora porque deberá realizarse en medio de los problemas económicos derivados de defectos estructurales, las enormes dificultades generadas por la COVID-19, las tensiones económicas y sociales, asociadas a los ajustes vinculados a las reformas monetarias, salariales y de precios, incluso por las eventualidades de un cambio de administración en los Estados Unidos.
Haber aplazado por años la entronización de las medidas acordadas fue un error, demorarlo más sería profundizar el yerro. Allá nos vemos.
Por Jorge Gómez Barata