Miguel Carbonell
En las semanas y días recientes hemos visto una enorme movilización de mujeres que reclaman cuestiones tan básicas como que no las maten, que no las violen, que no las acosen en todos los espacios públicos, que las respeten y las traten con dignidad. No se puede pedir menos que eso y de hecho deberíamos aspirar a mucho más, para ir construyendo entre todos una sociedad justa en la que impere el respeto y las personas se puedan desarrollar de manera libre y segura.
A partir de esas movilizaciones, nos queda un largo trecho por avanzar como sociedad. Es momento de pensar en dar pasos concretos y específicos para pasar de las protestas a las propuestas.
La garantía efectiva de los derechos de las mujeres requiere que tomen medidas para mejorar la atención de las víctimas de violencia de género en las instancias de procuración de justicia. Las investigaciones de los feminicidios que a diario ocurren en México dejan mucho que desear: con frecuencia se realiza un deficiente aseguramiento de la escena de los hechos, no hay un buen trabajo de criminalística de campo, no se respeta la cadena de custodia en la recolección de evidencias, no se exploran todas las líneas de investigación, no se cita a testigos o presuntos responsables para ser interrogados y mil deficiencias más. La impunidad en los homicidios de mujeres es una pésima señal y el mejor abono para que sigan sucediendo. Necesitamos un trabajo más profesional en las fiscalías, para lo cual es indispensable contar con más recursos humanos y técnicos para obtener buenos resultados.
Pero además del tema penal, los derechos de las mujeres deben ser asegurados también en el ámbito laboral. La Reforma Laboral del año pasado ya obliga a las empresas mexicanas a contar con protocolos de prevención del acoso laboral y sexual, pero todavía son muy pocas las que han puesto en prácticas esas medidas. En las fuentes de trabajo necesitamos mayor flexibilidad en los horarios, la implantación del teletrabajo cuando sea posible, la experimentación con los llamados “bancos de horas” que existen en muchos países, buenos sistemas de transporte público para llegar de manera segura a la fuente de trabajo, etcétera. Un entorno laboral más amable para las mujeres es un requisito indispensable para su pleno desarrollo profesional. La economía mexicana mejoraría mucho si logramos una incorporación plena de las mujeres al mercado de trabajo, aparte de los beneficios que obtendrían ellas en términos de empoderamiento económico y personal.
Un tercer ámbito sobre el que tenemos mucho por hacer es el de la cultura del machismo que sigue imperando en México hasta niveles demenciales. Hace más de 10 años la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en la famosa sentencia del caso “Campo Algodonero”, advertía que en México existe una discriminación “estructural” contra las mujeres, a partir de la cual no son consideradas como sujetos con plenitud de derechos, sino como objetos a disposición de los hombres. Esa minusvaloración de las mujeres y la falta de respeto hacia sus derechos fueron la fuente remota de los terribles feminicidios que sucedieron en Ciudad Juárez hace casi 30 años y que siguen sucediendo en muchas partes del país. No ha cambiado mucho esa cultura.
Para avanzar en el indispensable cambio cultural tenemos que generar idearios masculinos menos violentos, menos inseguros en su trato hacia las mujeres, más corresponsables en sus obligaciones parentales y conyugales. Los hombres necesitamos cambiar. Necesitamos escuchar con atención lo que las mujeres nos están diciendo y necesitamos tener una actitud de aprendizaje. Nadie lo hará por nosotros: es nuestra única y exclusiva responsabilidad.
Ese aprendizaje supone también que los políticos dejen de lado su soberbia y reconozcan sus errores. Fue un error cerrar las estancias infantiles sin crear alguna alternativa viable para la atención de los infantes; es un error negar el apoyo a las fiscalías especializadas en violencia de género; es un enorme error hablar de “mujeres abnegadas” que apoyan a sus maridos, citando ejemplos sacados del siglo XIX al que nadie quiere regresar a vivir. Justamente todo eso es lo que hay que evitar. Conviene no olvidarlo.