Dr. Ricardo Monreal Avila
Desde el ascenso del capitalismo como sistema económico dominante en Occidente y la llegada de las revoluciones industriales, nuestro mundo ha sufrido cambios cada vez más notorios en diversas áreas, cuyas consecuencias, hoy por hoy, son enteramente verificables.
En los últimos doscientos años, la reconfiguración del globo (en todos los aspectos posibles) ha sido una constante, debido a la incesante actividad del ser humano de la época moderna; los efectos perniciosos de tal actividad llegarán a grados insostenibles, de mantenerse la falta de conciencia generalizada.
La irrupción del COVID-19 es un matiz más de la compleja realidad a la que nos exponemos en esta postmodernidad. En términos de teóricos como Chomsky o Bauman, por mencionar algunos, el rápido desarrollo de la humanidad, sobre todo durante el siglo XX, parece haberla conducido no hacia la cúspide, sino hacia su más pronta destrucción.
Los fenómenos naturales destructivos provocados por el cambio climático y la irrupción de nuevas enfermedades son una constante en esta era. Parece que la humanidad, a partir de este siglo XXI, tendrá que acostumbrarse a enfrentar éstos y otros desafíos.
En el siglo pasado, el desarrollo de la tecnología y de la investigación médico-biológica permitió que aumentara considerablemente la esperanza de vida en el mundo, al tiempo de reducir las muertes infantiles, con lo que se dio un crecimiento demográfico de carácter exponencial.
Actualmente, habitamos el planeta poco más de 7 mil millones de seres humanos, una cantidad de personas que implica un reto considerable para los gobiernos del mundo, en función de los siempre limitados recursos que se obtienen de la naturaleza.
No obstante, a pesar de la aparente prosperidad en la que el mundo de hoy se refugiaba, el crecimiento superlativo de habitantes en los centros urbanos de todo el mundo, debido a la industrialización en la que fue direccionada la humanidad por las necesidades de reproducción del capital, propició que la depredación de los recursos naturales se volviera más acelerada y agresiva.
La cantidad de especies extintas o en peligro de extinción de los últimos cien años, como resultado de la actividad humana, es muestra del desequilibrio, de los desajustes o estragos que le estamos ocasionando a nuestro planeta.
El virus SARS-CoV-2, que ocasiona la enfermedad COVID-19 parece ser, para muchas personas, la respuesta natural o cíclica para mantener el necesario equilibrio en los diferentes ecosistemas. Se trata de un padecimiento altamente agresivo para determinadas personas, como quienes sufren de diabetes, hipertensión, afecciones cardiacas, renales, cáncer y para mayores de 60 años.
Para los partidarios de Darwin y la teoría de la lucha por la existencia de Malthus, estamos en presencia de una especie de selección natural, como la que han experimentado otras especies a lo largo de la historia del planeta.
En las últimas décadas, la humanidad ha enfrentado cuatro amenazas epidemiológicas: ébola, gripe aviar, gripe porcina y ahora el COVID-19, aunque, afortunadamente, no han cobrado vidas en las proporciones catastróficas de otras en el pasado: la plaga de Justiniano, 40 millones de muertes (541-542 d. C.); la peste negra, 85 millones de decesos (1347-1351 d. C.); la gripe española, 50 millones de fallecimientos (1918-1919 d. C.).
Dada la tasa de mortalidad de las últimas pandemias que han azotado a la humanidad, es posible advertir que el problema sanitario no escalará a magnitudes históricas, una vez que se haya cruzado la actual cuarentena a la que el mundo ha sido sometido. Sin embargo, ¿qué ocurrirá después?
Con seguridad, vamos a presenciar una reconfiguración en el orden de los grupos que controlan la economía global. La Tercera Guerra Mundial –eminentemente económica– iniciada hace algunos años entre el gigante asiático y los Estados Unidos de América (el país que ha ostentado la hegemonía durante la mayor parte del siglo XX y lo que va del presente siglo) parece estar dejando como triunfadora a la potencia asiática.
En medio del pleito y la competencia por controlar la banda 5G, los recursos energéticos y la supremacía comercial entre estas naciones, irrumpió el COVID-19 y, a pesar de que China fue el primer país afectado por la pandemia, ya concluyó su etapa de confinamiento con un número de bajas mucho menor a la que presenta la Unión Americana actualmente y con la posibilidad, según han anunciado, de producir en las próximas semanas la vacuna para combatir el contagio.
El gigante asiático está surtiendo la mayor cantidad de ventiladores e insumos médicos al mundo, incluso a su competidor (más allá de los súbitos movimientos en el mercado bursátil), con lo que se puede observar una clara tendencia para deducir quién estará en las mejores condiciones para colocarse en la cúspide del poder económico global.
Sin duda que este siglo XXI realmente ha comenzado –si se quiere ver desde la perspectiva del historiador inglés Eric Hobsbawm– y los cambios que se irán presentando trascenderán a toda forma de vida sobre el planeta.
La naturaleza puede estar dando un manotazo en la mesa para recordarnos que no podemos seguir comportándonos como una especie negligente y depredadora, pues de seguir en esta dirección, sólo acarrearemos nuestra propia destrucción en el futuro próximo.
Todas y todos, sin excepción, debemos pugnar por desarrollar un modo de vida resiliente y sostenible; el capital, como sistema económico dominante, no se puede permitir el salvajismo que lo ha caracterizado en su última fase, de lo contrario, estaremos en el umbral de un colapso medioambiental y de la propia civilización.
Resulta impostergable la necesidad de replantearse una nueva forma de convivencia y de reproducción, que permita la coexistencia con el medio ambiente y la sujeción de las actividades económicas a una política incluyente, centrada en las personas y, especialmente, en los grupos más vulnerables.
En México, próximos a iniciar el siguiente mes de confinamiento social, podemos tener la seguridad de que, al salir de la presente situación, nos encontraremos en un mundo completamente diferente; tendremos que aprender a reconfigurar no sólo nuestras prácticas cotidianas, sino que además habremos de enfrentar las inminentes dinámicas económicas innovadoras que vendrán aparejadas con el nuevo orden mundial.
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