Jorge Lara Rivera
El reciente pulso librado entre dos colosos mundiales de la producción petrolera y de gas natural –la inmensa Rusia y la desértica Arabia Saudita– causante de que los precios del petróleo se desfondaran, no deja de mostrar alguna arista sospechosa debido a que inició, paradójicamente, por un diferendo entre ambos exportadores para conseguir lo contrario: contener la caída de los precios del crudo en el mercado internacional. La realidad era que el precio del barril de petróleo iba de bajada en perjuicio de las economías de los países petroleros. Sin embargo, inesperadamente, ante la intransigencia de Moscú a reducir un porcentaje significativo de la producción diaria por todos los integrantes de la organización que agrupa a los principales productores del planeta (lOPEP+), furioso, el Reino del Desierto se lanzó sólo a conseguir vencer y convencer al reacio con una maniobra de ‘dumping’ arriesgándose al aumentar su propia producción diaria de barriles hasta casi duplicarla, para que reconsiderara; como resultado inundó el mercado llevando, lógicamente, a un abaratamiento del combustible hasta precios no vistos en 40 años (desde aquel ‘embargo petrolero’ árabe a Occidente en represalia tras la guerra árabe-israelí de 1973).
El empecinamiento ruso bastante decidido a conseguir nuevos clientes y respaldado por su ascendiente en los suministros transeuropeos vía oleoductos y gaseoductos y su sólida y cuantiosa reserva de divisas internacionales acumulada los últimos años, parecía capaz de seguir el paso del desafío saudiárabe buscando doblegarlo, pero la determinación saudita dirigida por el príncipe heredero Mohamed Bin Salman no cedía. El costo de esas tres semanas para ambas naciones sería altísimo y sobra decir que también para el resto de los partícipes de la organización (México incluido, como invitado con voz) –y ni hablar de ‘terceros perjudicados’ tal la asediada Venezuela y el sancionado Irán.
Sin embargo, no escapó a la mirada de los analistas más experimentados que –pese a los perjuicios que tal guerra de precios bajos acarrearía– a los árabes quienes al comprometer sus reservas de divisas erosionaban su capacidad financiera al punto de contratar deuda extranjera, y a los rusos obligándolos a cancelar programas ya en marcha y posponer sus grandes y estratégicos proyectos nacionales de inversión –a sus protagonistas- un inesperado país saldría afectado nocivamente y era contra quien realmente enderezaban su acción los árabes: contradictoriamente, su aliado geoestratégico, representante de las empresas del gas esquisto o gas natural (consideradas terriblemente contaminantes y peligrosas por su uso del ‘fracking’, técnica de fracturación hidráulica del subsuelo para obtener gas de las rocas de esquisto la cual resulta altamente contaminante para acuíferos y atmósfera, con elevado consumo de agua, y un proceso que se asocia a la proliferación de sismos de 3º o más de intensidad en la escala Richter –como sostiene Bulgaria– hasta propiciar que su empleo esté prohibido en Francia, Canadá, el Edo. de Nueva York; causando ‘moratorias’ en diversos países –como Sudáfrica– y generando protestas en Argentina, Reino Unido y los mismos Estados Unidos que buscan alcanzar autosuficiencia energética para 2035 gracias a su explotación).
La apuesta era provocar un desplome de precios para hacer incosteable la producción de energía a las empresas norteamericanas competidoras. De ahí la diligente intervención de la Casa Blanca y del propio Donald Trump mediando con Vladimir Putin y el Rey Salman para conseguir un arreglo entre su ‘aliado’ y su archirrival, dando ocasión de salvar la cara a los empecinados contendientes, la cual no desaprovecharon tras entender que es preferible un mal arreglo a un buen pleito.
Lo que tampoco escapó a la perspicacia de los analistas fue la ironía de que durante –y tras– el zafarrancho hubo un ganón imprevisto, beneficiario de esta abundancia de crudo barato en el mercado internacional, China; el gigante asiático donde, habiéndose iniciado la pandemia del Covid-19 que paralizó al planeta, increíblemente conservó intacta su infraestructura y capacidad productiva al encapsular la afectación a la provincia de Wuhan (su cabecera y 4 ciudades cercanas) y no ha dejado de importar enormes volúmenes, a precio de ganga, de los cuantiosos excedentes de petróleo en existencia, debidos a la forzada parálisis de, prácticamente, todo el mundo industrializado (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, los potentes estados de la Eurozona, Australia, los tigres asiáticos –Japón, Corea del Sur, Malasia, Singapur y Taiwán– y los emergentes Brasil, India y Sudáfrica, incluso Rusia) con la consecuente disminución de la demanda de petróleo.
Todo ello abona a las teorías conspiracionistas sobre el origen de la epidemia, pero también abre interrogantes acerca del cómo y para qué de esa guerra de precios en el mercado energético que estragó la economía de muchos pueblos en el declicado contexto de la emergencia sanitaria y, sobre todo, por qué se detuvo tan insospechadamente como empezó.