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Opinión

Por Jorge Lara Rivera

Las recientes semanas han constituido un verdadero dechado de sorpresas en cuanto al tema venezolano.

Lo mismo se ha hablado en Washington con tono más o menos conciliatorio de una transición tersa hacia su modelo de democracia “dirigida” para los países latinoamericanos, sin la participación de Nicolás Maduro Moros y Juan Guaidó Márquez, los principales actores políticos en pugna en ese país suramericano, abstinentes de participación en comicios vigilados por “la comunidad internacional” (anuente con la Casa Blanca), que de la presencia de ambos en una campaña electoral abierta y “elecciones libres” supervisadas –y controladas– por la autoprorrogada “Asamblea Nacional” que Juan Guaidó capitanea.

Pero también se dejaron oír destemplanzas del Secretario de Estado y de su patrón Donald Trump amenazando a los altos funcionarios del gobierno de la República Bolivariana con una intervención armada. Han ido incluso más lejos al acusar al Presidente Nicolás Maduro, a Vladimir Montesinos, Diosdado Cabello responsables de las fuerzas armadas y de la Asamblea Contitucional y a integrantes del círculo inmediato al mandatario de ser cómplices y encubrir a los carteles de las drogas que desde Suramérica surten a Estados Unidos, el mayor mercado de estupefacientes del mundo. Y llegado al punto de ofrecer millones de dólares por su captura. Todo lo cual remite a una reedición del expediente aplicado a Noriega en Panamá.

Precisamente y con el pretexto de reforzar la seguridad durante la actual contingencia creada por la epidemia de SARS-Covid-19 se anunció y puso en marcha el despliegue de tropas, unidades y equipos de las fuerzas estadounidenses con el supuesto objetivo de frenar las operaciones de los carteles colombianos de la droga. Todo lo cual parece enmascarar el avieso propósito de favorecer la cortina de humo de un Golpe de Estado para realizar una intervención militar en medio, no obstante, de la crisis de salud pública que se vive en los propios Estados Unidos donde la errática política del presidente Trump, sus imprevisiones, ocurrencias y laxitudes en torno a favorecer la economía por encima de las vidas favorecieron el contagio exponencial de la población y un costo de vidas humanas perdidas que superan a cualquier otro país de la Tierra –China y Europa incluidos– concomitantes con la destrucción sistemática del “Obama Care” que emprendió. Parece loco, pero tiene lógica: atacar y deponer al gobierno de Caracas ahora que todo mundo mira para otro lado.

Como sea, en el frente interno el régimen de Maduro encara el sabotaje y la amenaza latente del golpismo los cuales Guaidó propugna, mientras invoca abiertamente a la intervención extranjera.

Los factores combinados de la hiperinflación, el bloqueo de los fondos petroleros venezolanos en bancos del exterior, la confiscación de las empresas comercializadoras de Petróleos de Venezuela, el embargo de sus reservas de oro en Inglaterra, forman una explosiva mezcla.

Y tiene que habérselas también con el descaro del Fondo Monetario Internacional y su insensibilidad, el cual le ha negado el empréstito solicitado para paliar los efectos catastróficos que la pandemia, la crisis económica preexistente y la guerra de precios del petróleo al interior de la OPEP, conjuntamente, acarrearon al pueblo venezolano.

Colombia y Brasil por su parte, indigna y dócilmente continúan prestándose para la puesta en escena injerencista estadounidense que se promociona como “reinstauración de la democracia”.

Pese a la defección de India, hasta ahora Irán y Cuba han mantenido su colaboración directa al régimen constitucional de Venezuela. El apoyo de Rusia no ha cesado, ni el de China.

Entre las vilezas más frescas contra el pueblo venezolano está el vergonzante llamado del entreguista Juan Guaidó pidiendo que no le brinden ayuda humanitaria a su pueblo para que Nicolás Maduro cargue con el costo político del desastre. Los pronósticos son adversos pero la esperanza es fuerte.

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