Una de las mejores cosas que le pueden suceder a un ser humano es recibir la ingratitud de alguien. Pienso que uno no debe ser ingrato con aquellos que le tendieron la mano o le brindaron algún apoyo que lo sacó de un problema o que simplemente le abrió una puerta para su desarrollo personal; creo, sin embargo, que los hombres ingratos siempre nos ponen de frente con alguna forma de redención que nos permite crecer en todos sentidos.
El que se queda padeciendo la ingratitud de los demás se priva de un energético valioso y sólo exhibe su propia mezquindad, factor que lo hace merecedor hasta de las ingratitudes de aquellos a quien ni siquiera conoce.
No quisiera dar pie a la confusión. Hablo en serio. Quien hace algo esperando gratitud no debería tener derecho a don alguno. Dar siempre es un privilegio porque supone estar en posesión de algo que es valioso para los demás; comúnmente, el acto de dar se ejercita desde una posición ventajosa. Uno da porque puede y porque quiere y en ello no hay vuelta de hoja; lo demás es miseria espiritual e incluso una manera sutil de ejercitar la bajeza.
En el espectro, los que dan lo que les sobra carecen de mérito, pues en el acto no hay ejercicio virtuoso alguno; los que comparten lo que tienen se gratifican en su fuero interno y no necesitan nada más, por lo que cualquier acto de gratitud, si bien no se desdeña, está demás porque el que recibe ya fertilizó al que le otorgó una canonjía y con ello abrió para él la mayor oportunidad de florecer. Paradójicamente, sin embargo, el ingrato sólo conocerá el camino retrógrada de su propia desertificación.
En todo caso, la ingratitud puede constituir una especie de composta para el hombre virtuoso. El problema es que si alentamos una sociedad de hombres ingratos, la vida se infectará irremediablemente; mas en las dosis precisas, la ingratitud hace mejor al hombre bueno y asfixia en su propia aridez al hombre malo.
Como se mire, lo que aquí se plantea comporta una paradoja sutil, pues el hombre virtuoso no ejercerá jamás la ingratitud, aunque con ello evitará la fertilización de aquel que le tendió la mano. Asimismo, y en congruencia con este planteamiento, el acto de ingratitud que hace mejor al hombre bueno, cuando es ejercido por otra persona de cualidades similares, degrada al ingrato.
Nunca faltará la ingratitud en el mundo; hay muchos ingratos a nuestro alrededor, quizá más de los que se necesitan.