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Opinión

Cómo frenar la violencia y el caos

Apuntes

Guillermo Fabela Quiñones

Cuando la austeridad agrava la pobreza de los que menos tienen no se puede argumentar que sea una medida necesaria, como sostiene el presidente López Obrador en su justificado empeño por no endeudar más al país de lo que lo dejaron los neoliberales. El tema de fondo no es la deuda, sino la pobreza que puede agravarse aún más si el gobierno federal no se convierte en el motor de la economía, a fin de revertir la situación actual afectada por las consecuencias de la pandemia y la crisis galopante de Estados Unidos, que puede derivar en un aplazamiento del TMEC.

Nadie en su sano juicio está en contra de que sea el Poder Ejecutivo el que ponga un digno ejemplo en materia de austeridad. Es incluso plausible y correcto desde todos los puntos de vista. De ningún modo es aceptable que las instituciones gubernamentales vivan en la opulencia, como en la etapa neoliberal, teniendo a su alrededor una masa históricamente empobrecida. Esto, además de inmoral, es lastre para el desarrollo que urge impulsar en el país, después del déficit social acumulado por treinta y seis años de nulo crecimiento real.

No se trata de continuar las prácticas corruptas y lesivas de los tecnócratas reaccionarios, quienes se prestaban a las sucias maniobras de los organismos financieros globales, para apuntalar la hipoteca que es una soga al cuello, no sólo de los mexicanos sino de todos los países en vías de eterno subdesarrollo. Se trata de negociar con ellos como lo hacían los gobiernos del llamado desarrollo estabilizador, que permitió el mundialmente conocido como “milagro mexicano”.

Este es el fondo del asunto, a lo que debe haberse referido el regañado dirigente interino de Morena, Alfonso Ramírez Cuéllar, al hacer un llamado al presidente López Obrador a reconsiderar su postura sobre la austeridad republicana. Es oportuno recordar que durante el sexenio del presidente Adolfo López Mateos, por primera vez en su historia México canceló su deuda externa, quitó a los mexicanos la carga que pesó sobre la nación, el pretexto para que el imperialismo decimonónico nos pusiera la rodilla en el cuello al punto de la asfixia.

En este momento, la prioridad para México es quitar las amarras neoliberales que obstaculizan un crecimiento real y frenan totalmente el desarrollo social. Esto sólo se podrá lograr en la medida que el Estado mexicano recupere la rectoría sobre los mecanismos que mueven la economía, hecho que permitió a los llamados “tigres asiáticos” salir de la pobreza ancestral, incluida China, y poner en marcha un aparato productivo muy eficiente y competitivo a nivel mundial.

No se trata de pedir préstamos al estilo de los corruptos tecnócratas del pasado, sino de utilizar los mecanismos de financiamiento globales, sin comprometer las políticas públicas progresistas, democráticas e incluyentes que son el objetivo fundamental de la 4T. A esto debe haberse referido, sin concretarlo, el actual dirigente de Morena, partido al que el mandatario recortó la mitad del presupuesto aprobado por las instancias legales, lo cual significó un suicidio incomprensible, es decir sin causa justificada.

Sería comprensible no recurrir a deuda externa si las finanzas públicas fueran realmente sanas; no lo son a partir de un hecho irrebatible: subsidian a los grandes evasores de impuestos, situación que obliga a la hacienda pública a recurrir a endeudamientos agiotistas, porque no se orientan a actividades productivas. En cambio, serían recuperables en la medida que sirvieran para impulsar empleo con grandes obras públicas, desarrollo social y fortaleza del Estado, la mejor opción para frenar violencia y caos.

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