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Opinión

La salud urbana

Alberto Híjar Serrano

Al empezar sus trabajos como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, la doctora Sheinbaum comunicó el proyecto de construcción de catorce nuevas torres en el Paseo de la Reforma, la avenida emblemática que cruza la ciudad de Oriente a Poniente, significada por las estatuas de liberales ilustres en repudio al Paseo de la Emperatriz que llevaría a Carlota del Castillo de Chapultepec al Palacio Nacional. El porfirismo completó el sentido histórico con la Victoria Alada, mal llamada Ángel de la Independencia, pese a su torso femenino al aire, el monumento a Cuauhtémoc, el dedicado a Colón y el Hemiciclo a Juárez, a los que se sumaron otros más en tiempos postrevolucionarios.

Los antimonumentos a los +43 de Ayotzinapa, a los 49 niños fallecidos de la guardería ABC de Hermosillo, a los 65 mineros de Pasta de Conchos frente a la Bolsa de Valores donde cotizan las empresas del multimillonario impune Germán Larrea, la antimonumenta frente al Palacio de Bellas Artes y el dedicado al movimiento de 1968 en el Zócalo, completan el sentido histórico urbano de México entero. Habrá más antimonumentos sin más licencia que la memoria por la verdad y la justicia históricas.

El gran terreno de una manzana enorme en el costado del monumento a Colón, ha sido bardeado para ocultar la excavación profunda del estacionamiento de no menos de seis niveles para los clientes de lo que ahí se construya, quizá la anunciada torre más alta de América Latina con 63 pisos. Dictámenes de impacto ambiental y licencias varias, resultan de la imparable corrupción impune. En los primeros días de la Cuarta Transformación, la Jefa de Gobierno anunció el derribo de los pisos de más en torres con licencia restringida a cuatro o seis niveles. Nada ha hecho.

Declarada prioritaria para la reactivación económica, la industria de la construcción no ha dejado de trabajar, por ejemplo, en la reconstrucción de banquetas, uno de los típicos contratos para amigos. Las protestas comunitarias han logrado interrumpir la construcción de una torre más al lado del Periférico Sur para aumentar el tráfico abundante, la escasez de agua para el vecindario, en beneficio de suntuosos malls y edificios de apartamentos con albercas, gimnasios y salones de fiesta anunciados como “amenidades”.

El sistema de salud oficialista advierte que Pedregal Santo Domingo figura entre los focos más contagiados. Y cómo no, si al igual que otros barrios de pobres se les regatea el agua para surtirla a los ricos aunque destruyan manantiales como el de Aztecas 215, donde Quiero Casa construyó seis torres pese a las denuncias, movilizaciones, dictámenes universitarios y al plantón frente al manantial cegado. Los ricos también lloran y lograron el gran jardín público de La Mexicana en Santa Fe, cerca de donde ya se excavan los seis pisos de estacionamiento subterráneo de la misma índole de los que explican que en colonias del Sur Poniente de la ciudad capital, crezca la grieta que da lugar al epicentro de constantes temblores, leves por lo pronto.

La reunión de dirigentes de la salud de Estado en Chiapas y luego en Tabasco, para aprender el buen éxito del control comunitario con retenes en las entradas y salidas de los pueblos, vale también para la capital, porque prueba el sentido histórico y social de un comunitarismo sin dominio capitalista para construir un orden social de beneficio común y sentido nacional. Es esto necesario y urgente para construir la alternativa al capitalismo catastrófico y depredador.

El patrimonio nacional peligra, los edificios art deco que no afectaban al templo transformado en museo en la calle cerrada de José María Luis Mora en el costado de la Alameda Central, en particular el ubicado en la esquina, va a ser demolido. Sus habitantes ancianos han sido desalojados luego de perder un largo pleito y ser indemnizados como si así se evitara el sufrimiento de abandonar el departamento que habitaron como sobrevivientes al terremoto que derrumbó en 1985 el Hotel Regis de enfrente. El Café Trevi perdió el pleito. Quince trabajadores, antiguos meseros algunos, quedan desempleados. Habrá un coworking, como llaman los bárbaros del Norte copiados por sus hermanos de acá, a las oficinas compartidas por varios patrones. El artículo 60 del Reglamento de la Ciudad no será modificado para permitir la legalidad de desalojos y no habrá ley inquilinaria que proteja al patrimonio y sus usos y costumbres. No habrá una placa recordatoria de que ahí estaban José Revueltas y sus camaradas cuando supieron que una turba de cristeros atacaba con ácido el mural de Diego Rivera en el comedor del Hotel del Prado, con Ignacio Ramírez “El Nigromante”, papel en mano, con lo que dijo en la Academia de Letrán: Dios no existe. Ahora el mural está en un museo que ya no tendrá la escolta de edificios discretos, sino otra ostentosa torre. “El paseo dominical en la Alameda” quedará como memoria de un pasado perdido.

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