Dolia Estévez
Pese al agravamiento de la pandemia del coronavirus, las incesantes protestas contra el racismo y la enconada campaña electoral, el Gobierno de México considera que el viaje de Andrés Manuel López Obrador a Washington el miércoles es oportuno, toda vez que servirá para posicionar al país como destino atractivo para la inversión extranjera.
El plato fuerte de la visita será la reunión con Donald Trump en la Oficina Oval, seguida por una cena con empresarios estadounidenses y mexicanos también en la Casa Blanca. Los temas centrales serán las cadenas productivas bajo el T-MEC y, de particular importancia para México, la cooperación en salud para reducir el alarmante contagio del COVID-19 por el cruce de estadounidenses a México.
Convencer a los empresarios estadounidenses será un reto, más aún cuando no se han registrado nuevas inversiones y las existentes no han sido fácil preservarlas. Lograrlo dependerá de las concesiones que esté dispuesto a hacer. Los hombres de dinero buscarán garantías de que su gobierno respetará las reglas de inversión acordadas con el sexenio pasado en el sector energético. AMLO insistirá que México es destino natural para las inversiones bajo el T-MEC.
Las agendas sirven de referencia, pero finalmente es privilegio de los presidentes hablar de lo que les dé la gana. No se puede descartar que en el encuentro a solas Trump desvíe la discusión al tema político electoral e incluso, como lo ha hecho con otros visitantes, revele o invente qué se conversó. Suele no ajustarse a protocolos, apuntes o al teleprompter. Lo suyo es la improvisación. Los desplantes. El exhibicionismo. Atraer reflectores.
Otro desafío puede ser el idioma. AMLO no habla inglés y el español de Trump se limita a “bad hombres”. El intercambio se anticipa lento y prolongado. AMLO es pausado y Trump tiene poca paciencia con sus interlocutores. El encuentro entre ambos mandatarios solos, con intérpretes, será de apenas media hora.
De no resultar en un éxito de proporciones históricas en materia económica, con anuncios de nuevas inversiones, la visita será recordada menos por el parto del T-MEC y más por la ausencia de Justin Trudeau y los reclamos de los demócratas, la otra mitad de la clase política estadounidense que AMLO excluyó de su itinerario.
En un hecho extraordinario, un grupo de congresistas demócratas pidieron a Trump cancelar la reunión con López Obrador, argumentando que nada tiene que ver con el T-MEC, como alega AMLO, pues Trudeau no estará. Acusaron a Trump de “politizar” la relación con México y de usar el encuentro para distraer la atención de la catástrofe del coronavirus. Entre los firmantes destacan Joaquín Castro, presidente del Caucus Hispano del Congreso, y Alexandria Ocasio-Cortez, estrella ascendiente del ala liberal del Partido Demócrata, cercana a Bernie Sanders (carta 01/07/2020)
En tono aún más caústico se pronunció Tom Perez, presidente del Partido Demócrata, al afirmar que AMLO será usado por Trump como oportunidad de foto. “Espero pregunte a Trump si sigue creyendo que los mexicanos son ‘violadores’ y ‘homicidas’ y le diga que es inexcusable separar niños en la frontera”, dijo Perez refiriéndose a López Obrador. El líder de la segunda fuerza política de Estados Unidos reprochó a López Obrador no tomar en cuenta la contribución demócrata en la consumación del T-MEC y lamentó que no se reuniera con la lideresa de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, para agradecerle (rueda de prensa virtual Youtube 02/07/2020).
La ausencia de encuentros con los demócratas fortalece la percepción de que AMLO viene a respaldar la reelección del candidato rezagado en las encuestas. AMLO niega que la visita tenga que ver con la política interna de Estados Unidos. Insiste que es un viaje corto con agenda muy concreta. El apaciguamiento hacia Trump puede ser el motivo por el cual ni siquiera trató de entrevistarse con Joe Biden. No quiso provocar la ira de su impredecible anfitrión.
En el pasado reciente intervenir en el proceso electoral estadounidense, o dar la impresión de hacerlo, ha tenido consecuencias. A Carlos Salinas de Gortari le costó caro su reunión con George Bush padre tres semanas antes de los comicios. Salinas no volvió a pisar suelo en Washington tras la derrota de Bush a manos de Bill Clinton.
Peña Nieto no aprendió del error. Después del insólito recibimiento de jefe de Estado a Trump en Los Pinos en el 2016, Barack Obama no quiso volver a verlo. Le perdió la poca confianza que le tenía. Peña resintió ser el único presidente de México a quien Washington no honró con una visita de Estado, la de más alto nivel en el protocolo, desde López Mateos.
Roberta Jacobson me dijo que el secretario de Estado John Kerry también congeló a Luis Videgaray. “Es innegable que Kerry y la Casa Blanca estaban muy molestos. Había la sensación de que Videgaray le estaba apostando a uno de los caballos en la contienda. La molestia fue enorme” (Así nos Ven, Planeta).
Los defensores de López Obrador sostienen que esta vez es diferente porque el encuentro es con un jefe de Estado. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Casi todo, con mayúsculas, lo que hace y dice Trump tiene el propósito de ganar un segundo mandato. Ciertamente una entrevista con el presidente de millones de indocumentados.
La miopía mexicana proviene de una facción radical en Morena que le apuesta a Trump. Defienden fanáticamente la reunión, no por los posibles beneficios económicos que pudiera tener, sino porque creen que puede ayudar a Trump en las urnas. La facción opuesta contrapone que cuatro años más de Trump serían desastrosos para México y el mundo. Internamente se disputan el oído del presidente.
Las protestas de los que se sienten agraviados no son palabras huecas. Al margen de si gana o no Biden, México tendrá que sanear heridas. Puede ser una cura prolongada si las lesiones resultan profundas. Al final del día, los gobernantes son libres de sus actos, pero presos de sus consecuencias.
Twitter: @DoliaEstevez